enero 3, 2023
Por naturaleza los cristianos aspiramos a modelar nuestra vida conforme a Jesús. Deseamos ser fieles a Dios, lo que significa llevar un modo de vida que honre a Dios basado en el conocimiento de Su Palabra, con conciencia de Su continua presencia en nosotros y dando reverencia a la misma. En suma, procuramos vivir de forma que le agrade. La cuestión es cómo hacerlo eficazmente. ¿Qué pasos podemos dar para llevar una vida que esté en armonía con Dios?
El apóstol Pablo escribió a Timoteo, un joven para quien hacía las veces de mentor. Le dijo que debía ejercitarse para vivir piadosamente, que debía empeñarse en ello, pues entraña grandes beneficios (1 Timoteo 4:7, 6:6, 11). El término griego que empleó Pablo para referirse al ejercicio fue gymnazō, de donde proviene la palabra castellana gimnasia, y que significa desarrollar y fortalecer el cuerpo por medio de ejercicios. Dicho de otro modo, Pablo afirmaba que Timoteo debía esforzarse y ejercitarse para vivir según los principios divinos.
Llevar una vida que sea un reflejo de la luz y el amor de Jesús, vivir conforme a la voluntad de Dios, estar en sintonía con el Espíritu Santo, tomar decisiones que agraden a Dios, cultivar una relación estrecha con nuestro Creador... todo eso requiere un esfuerzo de nuestra parte. Pablo lo expresó muy claramente cuando dijo a Timoteo que debía ejercitarse en la piedad.
¿Cómo nos ejercitamos para la piedad? Esmerándonos por actuar de tal manera que estemos en condiciones de recibir las bendiciones y fuerzas divinas; y haciendo lo necesario para que nuestras actitudes internas estén a tono con el Espíritu, la Palabra y la voluntad de Dios.
Llevar una vida centrada en Dios no es algo que se da espontáneamente; requiere esfuerzo y compromiso de nuestra parte. Hace falta un crecimiento espiritual, el cual contribuye a que cultivemos una vida de esas características. Al madurar en la fe, vivir cerca de Dios y en armonía con Su voluntad, nos transformamos interiormente, lo que a su vez se manifiesta en nuestra vida exterior y nos lleva a centrarnos más en Dios y asemejarnos más a Cristo.
Es lógico asumir que, si queremos imitar a Jesús, desearemos emular el ejemplo de vida que nos dio, sobre todo en lo relativo a comulgar y conectar con Su Padre, y hacer lo mejor que podamos por ser modelos del amor y la compasión que Dios siente por los demás.
Hay varias vías mediante las cuales Dios nos ayuda a crecer a semejanza de Cristo. La primera son las personas: nuestros seres queridos, cónyuges, amigos, colegas, maestros, mentores y hasta nuestros mismos opositores. Todos ellos pueden ser catalizadores que produzcan cambios en nuestra vida.
Otra vía de cambio son las circunstancias, las dificultades y pruebas que enfrentamos, sea que estén relacionadas con salud, economía, perder un empleo o conseguir uno nuevo, mudarnos a otro lugar o cualquier cosa que nos exija estirarnos y salir de nuestra zona de confort. Dios se vale de las circunstancias para provocar cambios y propiciar nuestro crecimiento. Cuando se sirve de personas y circunstancias para suscitar nuestro crecimiento espiritual, emplea influencias externas que generalmente escapan a nuestro control.
Si bien tenemos limitado control sobre las influencias y circunstancias externas que nos acercan a Dios, cada uno de nosotros puede tomar la decisión de actuar con la finalidad de provocar cambios espirituales y promover su desarrollo interior. La profundidad con que comulgamos con Dios, la apertura que mostramos a Su influencia, la medida con que optamos por hacer Su voluntad, la dedicación con que nos proponemos madurar en la fe; todas estas son cosas que cada uno decide. Peter Ámsterdam
¿Qué significa vivir una vida centrada en Cristo? Una vida centrada en Cristo o cristocéntrica se puede describir como una vida que se enfoca en su totalidad en el compromiso con Cristo Jesús, el Hijo de Dios, como Señor y Salvador. Una vida cuyo único propósito es honrarle y glorificarle por siempre. El catecismo de Westminster asegura que: El fin principal del hombre es glorificar a Dios y gozar de Él para siempre […].
Esa vida consiste en convertir a Cristo en el centro de nuestra atención, energía, tiempo y pensamientos. […] ¿Cómo puedo centrar mi vida en Cristo?, podrías preguntarte. Leyendo las Escrituras. Orando, meditando en los atributos de Dios y en la obra redentora de Jesús en la cruz. Enamorándote de los Salmos. Comprendiendo que caerás una y otra vez […] pero que Dios nunca falla.
Mientras escribía estas líneas escuché la estrofa de una canción que me pareció interesante. Decía: «El amor es cuando tu felicidad, tristeza y sentimientos dependen de otra persona». Cuando lo pienso, me parece que tiene algo de verdad […] al menos en las acciones de amor. Mi reflexión de esa estrofa es que toda nuestra felicidad, tristeza y sentimientos deberían depender de Dios. Todas nuestras esperanzas, gozos y dolores deberían centrarse en quién es Cristo y en lo que ha hecho Él por nosotros con Su sacrificio.
A fin de cuentas, ¿qué es lo importante en esta vida? ¿Nuestra casa, nuestros coches, nuestros dispositivos electrónicos? […] La mejor respuesta a esa pregunta la escribió el apóstol Pablo a la iglesia de Filipo: «Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo» (Filipenses 3:8). Chris Voeltner[1]
La mejor manera de entender lo que el apóstol Juan quiso decir al afirmar que Jesús es la personificación del amor de Dios es reflexionar en la manera en que se refiere al Templo. Para ello, tomemos en cuenta el significado del Templo en la memoria y las escrituras del pueblo de Israel.
Empecemos con la escena más dramática que describe Juan sobre el Templo (Juan 2:13-25). Cuando Jesús entró al Templo de Jerusalén, sacó a los animales y volcó las mesas de los cambistas, perturbando así el sistema de sacrificios. El punto no era solo que los vendedores de animales y cambistas de dinero estaban convirtiendo la casa de Su Padre en un mercado, aunque eso también era cierto, tal como dijo Jesús (Juan 2:16), sino que el Templo se encontraba bajo el juicio divino e iba a ser reemplazado.
Eso había sucedido quinientos años antes, en los tiempos de Jeremías. El mismo Jesús se hace eco de las advertencias y promesas de Jeremías. Pero esta vez el reemplazo no sería un edificio de ladrillos y mezcla. El Templo de Jerusalén sería reemplazado por una persona:
«Respondió Jesús y les dijo:
—Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Por tanto los judíos dijeron:
—Durante cuarenta y seis años se construyó este templo, ¿y tú lo levantarás en tres días?
Pero Él hablaba del templo de Su cuerpo. Por esto, cuando fue resucitado de entre los muertos, Sus discípulos se acordaron de que había dicho esto y creyeron la Escritura y las palabras que Jesús había dicho» (Juan 2:19-22).
Jesús estaba hablando del «templo» de Su cuerpo. Esa es una de las mayores claves de Juan sobre el significado de su libro y del Evangelio entero. Jesús es el verdadero Templo. Él es el lugar donde —y mediante el cual— Dios, el Creador, vivirá en medio de Su pueblo, en el corazón de Su propia creación. Él personificará la presencia viva del verdadero Dios. Él será, por así decirlo, el amor de Dios hecho hombre.
Muchos cristianos modernos se preguntan por qué eso es tan importante. Algunos se han hecho a la idea de que no hacen falta edificios para adorar a Dios, lo cual es cierto. Pero la respuesta es que, a lo largo del Antiguo Testamento, la promesa más importante de Dios no fue que algún día se llevaría a Su pueblo de la presente creación para vivir con Él en otro lugar. La promesa más importante fue que Él vendría a vivir con nosotros. Esa es la verdadera forma del amor divino. N. T. Wright[2]
Señor, ayúdame a amarte con todo mi corazón, toda mi alma, toda mi mente y todas mis fuerzas. Enséñame lo que significa encargarme de Tus asuntos. ¡No de los míos! En todo lo que pase hoy, te entrego mi vida y mi tiempo a Ti. Lo único que pido es que me dirijas en mi adoración y servicio a Tu reino. Cuando el día llegue a su fin y lo deje atrás, te ruego que mi mayor recuerdo seas Tú, la cercanía de Tu amor y el poder de Tu presencia.
Jesús, Tú eres el que murió y me dio una razón para vivir y un estilo de vida. Tú eres el que rompió las cadenas de la muerte y el poder de la tumba cuando triunfaste sobre la muerte, el infierno y el sepulcro. Te alabo por la poderosa esperanza que reside en mí gracias a Tu resurrección. Ya no estás muerto, así que ayúdame a estar vivo con gran pasión y proclamar Tu gran amor a las personas que conozco en el camino de la vida.
Mientras el día avanza, ayúdame a tener siempre presente este pensamiento: «Este día no trata de mí, sino de Ti». Que mis decisiones sean un reflejo de esa oración. Esta es mi oportunidad de ensalzarte, de abrir la boca y hablarles a otros sobre Tu gran amor, gracia, misericordia y bondad.
Sé que conoces mis necesidades incluso antes que las presente ante Ti. Pero lo pido porque soy Tu hijo. Me has dado esperanza mediante la fe y promesas de un futuro esperanzador. ¡Te creo! Sé que Tu mano está conmigo, que obra para mí y que se posa sobre mí para Tu gloria y mi bendición.
Que Tu voluntad se haga en mi vida hoy. Dennis Langford[3]
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Para escuchar la canción de adoración Jesus at the Center of It All (Jesús en el centro de todo), haz clic en este enlace.
Publicado en Áncora en enero de 2023.
[1] https://chrisv.com/how-to-live-a-christ-centered-life.
[2] Broken Signposts: How Christianity Makes Sense of the World (HarperOne, 2020).
[3] https://covenantlifecog.com/making-christ-the-center-of-my-life.
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