diciembre 27, 2022
Se cierra un año más, y ante nosotros se extiende uno nuevo. Si el último nos trajo desventuras, es probable que lo hayamos despedido sin mucha parafernalia, felices de sepultarlo en el olvido. Eso, sin embargo, no significa que muchos de nosotros, al asomarnos al año que comienza, no sintamos cierta aprensión y desconfianza.
A lo mejor no distinguimos con claridad la senda que tenemos por delante, o no estamos seguros a dónde nos va a llevar. No obstante, a medida que avancemos descubriremos que Dios nos ha allanado el camino. Pidámosle que amplíe nuestros horizontes y nos enseñe las cosas sensacionales que nos tiene reservadas. Fíjate en la expectación que hay en la voz de Dios en este pasaje del libro de Isaías: «No os acordéis de las cosas pasadas; ni consideréis las cosas antiguas. He aquí que Yo hago una cosa nueva; pronto surgirá. ¿No la conoceréis? Otra vez os haré un camino en el desierto, y ríos en el sequedal» (Isaías 43:18,19).
Es imposible no toparse con baches de remordimientos, desilusiones y tragedias en la carretera de la vida, y cuando ello ocurre es fácil quedarse atascado. Dios, sin embargo, quiere que todos sigamos en marcha hacia el futuro que ha preparado para todos los que lo aman, un futuro lleno de esperanza (V. Jeremías 29:11). Pero para llegar a él debemos estar decididos a seguir en la carrera que tenemos delante de nosotros, con la vista fija en Jesús, «pues de Él procede nuestra fe y Él es quien la perfecciona» (Hebreos 12:2). Ronan Keane
A medida que se acerca el año nuevo, a menudo dedicamos tiempo a reflexionar en el año que termina y establecer metas para el año siguiente. Me disponía a hacer eso cuando un amigo me envió esta cita de Joni Eareckson Tada: «La fe no es la capacidad de creer con persistencia y a largo plazo hasta el difuso futuro. La fe es sencillamente tomarle la palabra a Dios y dar el siguiente paso».
Cuando lo apliqué al pasado, sonó convincente. Cada uno de los últimos siete u ocho años tenían que ver con pasos inseguros hacia lo desconocido. La salud de mi esposa empeoró grave y repentinamente. Por dos años, un grupo de médicos trató de encontrar la causa. Resultó que ella tiene una combinación de trastornos incurables, pero controlables. Y han tardado unos cuantos años más en encontrar los tratamientos más eficaces. Durante ese tiempo difícil, todo lo que podíamos hacer era orar y dar un paso a la vez. Sin embargo, eso era todo lo que Dios necesitaba de nosotros.
Gracias a Él y a los buenos médicos a los que Él nos dirigió, mi esposa se encuentra mucho mejor. No ha sido fácil, pero ahora los dos podemos decir sin vacilar que la experiencia nos ha hecho personas más profundas, hizo que estuviéramos más agradecidos por todo lo que tenemos, y nos enseñó a valorar cada día. Creo que lo más importante es que aumentó nuestra fe en la bondad y el amor Dios.
Con eso como marco de referencia, el advenimiento de un año nuevo no parece tan abrumador. Las dificultades diarias de los últimos años ahora son solo vagos recuerdos; pero lo bueno que resultó de ellas es una fuerza vital, que nos anima, que me dice: «Ten fe; no tienes nada que temer. Confía en que Dios es bueno, ¡y que está contigo!» Keith Phillips
Cuando los hijos de Israel se preparaban para cruzar el Jordán, Josué envió por delante a los sacerdotes con el arca del pacto y dio las siguientes instrucciones al pueblo: «Cuando vean el arca del pacto del Señor su Dios, y a los sacerdotes levitas que la llevan, abandonen sus puestos y pónganse en marcha detrás de ella. Así sabrán por dónde ir, pues nunca antes han pasado por ese camino» (Josué 3:3,4).
«Nunca antes han pasado por ese camino». Con frecuencia me identifico con eso: me enfrento a una situación o dilema que es totalmente nuevo para mí, y no tengo la más remota idea de cómo lidiar con el asunto. ¿Me voy? ¿Me quedo? ¿Acepto esta oferta, o no?
Algunas decisiones son fáciles de tomar. A veces el camino no presenta mayores complicaciones, aunque nunca lo hayas recorrido. En otras ocasiones, da la impresión de que la ruta entraña toda suerte de peligros y escollos. Proyectarse hacia el futuro puede ser emocionante, pero al mismo tiempo un poco intimidante dadas las numerosas incógnitas.
Los hijos de Israel tampoco sabían cómo resultarían las cosas. Veían que estaban frente a la tierra prometida, pero había un obstáculo: el río Jordán.
Los israelitas nunca habían pasado por allí. Por eso tenían que marchar detrás del arca, que simbolizaba la presencia de Dios y Sus promesas. Siguiendo al arca —a Dios—, podían avanzar con confianza, seguros de que iban por buen rumbo.
Creo que en este relato hay una fórmula estupenda para tomar decisiones. Cuando nos hallamos en una compleja encrucijada, cuando transitamos por terreno ignoto y nos topamos con situaciones delicadas o aparentemente imposibles, debemos fijar los ojos en Jesús. Solo Dios sabe lo que nos aguarda, por lo que conviene seguirlo.
Dios no se desentiende de nuestras dificultades, preocupaciones y dilemas. Se interesa por nosotros de la misma manera que se interesó por los millones de israelitas que no sabían cómo cruzar el Jordán. La Biblia nos promete: «El que tiene misericordia se apiadará de ti; al oír la voz de tu clamor te responderá. Entonces tus oídos oirán […] palabra que diga: “Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda”» (Isaías 30:19,21).
La Biblia contiene promesas segurísimas que podemos invocar y que nos pueden servir de apoyo cuando necesitamos con urgencia la ayuda y la guía de Dios. Si no apartamos los ojos de Jesús y seguimos Sus indicaciones, avanzaremos a paso firme y con confianza hacia lo que Dios nos tiene preparado. Marie Story
La vida está llena de decisiones. Todos los días nos vemos obligados a tomar algunas, grandes o pequeñas, y cada día que pasa tenemos un historial cada vez mayor de decisiones tomadas. Algunas nos resultaron bien, otras mal, otras en parte bien y en parte mal, y otras más todavía no se sabe. En todo caso, cada una de ellas contribuyó a hacer de nosotros las personas que hoy somos.
Los siguientes son algunos principios que a mí me han servido al reflexionar sobre el pasado y los factores que me han conducido a mi situación actual.
Nuestro futuro no está limitado por nuestro pasado. Independientemente de las decisiones que hayamos tomado, de las que otros hayan tomado por nosotros y de nuestras circunstancias actuales, el futuro sigue siendo tan halagüeño como las promesas de Dios, dos de las cuales son: «Si tenéis fe, [...] nada os será imposible» (Mateo 17:20), y: «Al que cree todo le es posible» (Marcos 9:23). Si no estás en la situación en que desearías estar, aún hay tiempo para cambiar eso. Mientras da vueltas el cielo, hay esperanza en el suelo.
Si una decisión que tomaste parece haber tenido malos resultados o derivó en consecuencias imprevistas, ten presente que probablemente no has visto todavía todos sus efectos. O como alguien dijo: «Todo terminará bien; y si no ha terminado bien, es que todavía no hemos visto el final». Ese principio es particularmente cierto en el caso de las personas que aman al Señor y buscan Su orientación, puesto que Él ha prometido obrar de manera que todas las cosas redunden en nuestro bien (Romanos 8:28).
Revivir el pasado y lamentarnos de algunas cosas que hicimos, o sumirnos en el remordimiento por no haber hecho otras que nos hubiera gustado hacer, es propio de nuestra naturaleza humana. Dios lo comprende. Así y todo, es un error dejar de ver todo lo bueno que también trajeron esas experiencias: la madurez, la profundidad y otras enseñanzas que contribuyeron a forjar nuestro carácter y a acercarnos más a Dios.
Al volver la mirada hacia el pasado debemos apreciar los bienes y dichas que nos deparó. No nos olvidemos de «todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro y todo lo amable» que también ha habido en nuestra vida (V. Filipenses 4:8). Demos gracias a Dios por las decisiones acertadas que tomamos en el pasado y por las que nos va a ayudar a tomar en un futuro. María Fontaine
Jesús, ¡eres tan valioso para mí! Gracias por llamarme hijo de Dios (Romanos 8:29). En este año nuevo te prometo mi vida. Te prometo mi mente. Ayúdame para que mis pensamientos te glorifiquen. Mi corazón es Tuyo, sírvete de él para amar a otros según te parezca.
Transfórmame para que sea más como Tú. Ayúdame a no dar pie al Enemigo con ninguna mala costumbre que haya cultivado en la vida, y a tratar de acabar con esos malos hábitos. No tengo preferencias fuera de las cosas que te agradan a Ti. No tengo otra ambición que servir en Tu casa, que menguar para que Tú crezcas, que lavarte los pies y seguir Tu ejemplo de humildad y servicio a los demás.
Mi oración y mi promesa son que no me canse de hacer el bien, sino que sea fiel a Ti, a Tu Palabra y llamamiento en mi vida. Sigue doblegando mi orgullo, de modo que obres en mí y a través de mí para que me acerque más a Ti. Ayúdame a ser la luz y la sal que me llamaste a ser en mi parte del mundo.
Ayúdame a deleitarme en obrar Tu voluntad. Sujétame a Tu corazón, Jesús, para que nunca me aparte de Ti. Te ruego que fijes mi corazón al Tuyo para que ningún amor terrenal me aleje de mi fe ni apague Tu luz. Permite que mi vida resplandezca con Tu luz en esta noche oscura, a fin de que otros puedan ser atraídos hacia Ti. Amén.
Publicado en Áncora en diciembre de 2022.
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