julio 27, 2022
En junio del año pasado compré una planta. La mujer que me la vendió prometió que crecería rápido y que florecería en muchos colores. No tenía razón para dudar de su palabra. Así que la llevé a casa con emoción de verla crecer durante el corto verano de Canadá. La base de un árbol en el jardín se volvió el nuevo hogar de la planta, junto a un pequeño enrejado para ayudarla a crecer junto al tronco.
Pasaron varias semanas en las que regué la planta y esperé a que creciera. Pero nada. Al cabo de unas semanas más, no había crecido nada, ni siquiera un par de centímetros. Me habían prometido que crecía rápido, pero no veía que fuera cierto. Pues el verano llegó a su fin. El jardín entero había florecido, excepto por esa planta.
Pronto llegaría el invierno. Las pocas plantas que no aguantaban bien el frío fueron desenterradas y llevadas adentro de la casa. Hacía semanas que me había dado por vencido con la clemátide. Es más, el tallo parecía estar muerto. Cierto día, tomé su maceta y la llevé adentro con las demás. No sé por qué. A lo mejor fue lástima por lo que pudo haber sido, o sencillamente me negaba a darla por muerta.
Nuestra casa no es muy grande. La terraza interior se encontraba atiborrada de macetas, por lo que terminé poniendo la clemátide debajo de una mesa en una esquina. En Navidad nos fuimos de viaje durante dos semanas y llegamos a casa en el mes de enero. Como es costumbre para la mayoría de personas, lo primero que hice al llegar fue recorrer la casa para asegurarme que todo estuviera bien. Cuando entré a la terraza interior, miré de reojo la plantita y quedé de una pieza. Había dos enredaderas de alrededor de un metro de largo surgiendo de la raíz.
No tenía sentido. Hacía meses que había renunciado a la idea de que esa planta creciera. Pero ahí estaba, ¡llena de vida! Sorprendido por el cambio de eventos y un poco avergonzado de haber dudado, clavé unas cuerditas a la pared para que trepara la enredadera. Ahora que es mediados de febrero, la enredadera llega hasta el techo y empiezan a brotar unas flores moradas.
Esta mañana, mientras leía, levanté la vista y observé aquella ilustración que ha cobrado vida. Hemos dedicado el verano de nuestra vida a cuidar del jardín de Dios. Muchas cosas salieron bien. Pero hubo otras que nos decepcionaron y que aún nos pesan en el corazón. Algunas de las esperanzas y expectativas a las que nos aferramos durante décadas sencillamente no parece que van a hacerse realidad.
No tengo duda que nuestros sueños fueron cuidados con diligencia y regados abundantemente con la Palabra. A diferencia de mi resignación hacia la clemátide, nunca perdí la esperanza de ver milagros. Me niego a que las dudas y la miopía espiritual me roben ahora esa esperanza.
A lo mejor Dios me está animando a resistir un poco más, a seguir creyendo en Sus promesas, a entender que, incluso en invierno, cuando hay pocas señales de vida, un sistema de raíces crece en lo profundo de la tierra y prepara el soporte necesario para que, llegado el momento de Dios, lo que está dormido vuelva a despertar.
Filipenses 1:6 nos dice: «Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo».
Yo sé estas cosas por fe, pero soy como el hombre que dijo a Jesús: «Creo; ayuda mi incredulidad». Es interesante ver cómo Dios respondió a esa oración con esa planta. Mi fe en la promesa de la vendedora se limitaba a los meses de verano, pero el Señor tenía otros planes, que no incluían ese breve periodo de tiempo. Ahora entiendo que apenas empezaba a producirse el crecimiento.
Jesús espera que creamos sin ver en muchos aspectos. Le dijo a Tomás: «Porque me has visto, creíste; bienaventurados los que no vieron y creyeron»[1].
Oración: Gracias, Señor, por recordarme que estás obrando más allá del tiempo y el espacio. Admito que, a lo largo de los años, guardé la esperanza de ver el cumplimiento de Tus promesas en esta vida. Ahora que el tiempo pasa y que pronto llegará a su fin, acepto que algunas de esas promesas se cumplirán más adelante. Por favor ayúdame a ser fiel aquí y ahora con Tu jardín, y a confiar, mientras oro para que se cumpla Tu propósito de formas únicas y especiales. Amén.
Hoy está helado, con temperaturas bajo cero. El suelo está cubierto por medio metro de nieve y los árboles de hoja perenne son las únicas pruebas de vida afuera. En esta época del año, el invierno se hace eterno. Nos sentimos tentados a perder la esperanza de que este mundo congelado cambiará algún día, mucho menos que se transformará en uno lleno de vida. Sin embargo, sabemos que así será, y que cambiará pronto, con la llegada de la primavera.
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Porque Mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos Mis caminos, dice el Señor.
Como son más altos los cielos que la tierra, así son Mis caminos más altos que vuestros caminos y Mis pensamientos, más que vuestros pensamientos.
Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra y pan al que come, así será Mi palabra que sale de Mi boca: no volverá a Mí vacía,
sino que hará lo que Yo quiero y será prosperada en aquello para lo cual la envié.
Porque con alegría saldréis y con paz regresaréis. Los montes y los collados levantarán canción delante de vosotros, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso. Isaías 55:8-12
[1] Juan 20:29.
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