julio 21, 2022
Las Escrituras enseñan que hay algo que debemos hacer por Jesús. Hagamos una pausa en ese nombre, Jesús, objeto central de todo amor. El Padre lo amó y se complació en Su obra. Los ángeles dejaron su trono para traerlo a este mundo y cantaron con motivo de Su nacimiento, velaron por Él durante Su peregrinación terrenal y lo recibieron de vuelta en la gloria.
Jesús, Hijo de Dios, Salvador de la humanidad. Él es nuestro maestro; nosotros, Sus alumnos. Él es nuestro capitán; nosotros, Sus soldados. Él es nuestro pastor; nosotros, Sus ovejas. Él es nuestro amo; nosotros, Sus siervos. Él es nuestro rey; nosotros, Sus súbditos. Sin duda, algo debemos hacer por Él.
Hemos nacido de nuevo por Su evangelio; hemos sido lavados por Su sangre; hemos sido inspirados por Su ejemplo, animados por Su esperanza y confortados por Su Espíritu. Sin duda, algo podemos hacer por Él. Nuestro clamor debería ser el del apóstol Pablo: «Señor, ¿qué quieres que yo haga?» Tal como Cristo estuvo en el mundo como uno que sirve, debemos servir nosotros.
¿Qué es lo que más desea Cristo de nosotros? ¿El producto de nuestra habilidad y trabajo? ¿Acaso no posee todo eso en abundancia?
Mi Padre posee riquezas sin par.
Sus casas y tierras no puedes contar.
Repletas de alhajas y oro a granel
Sus arcas están; todo ello es de Él.
Harriet E. Buell, 1877
Él desea, ante todo, nuestro corazón. El amor es activo. El amor lo demostramos no tanto con nuestras palabras como con nuestras acciones.
En este mundo de enfermedades, donde tantos languidecen en un lecho, hay algo que podemos hacer por Jesús. En este mundo de dolor, de corazones quebrantados por las decepciones de la vida y la pérdida de seres queridos, hay algo que podemos hacer por Jesús. En este gran mundo de pecado, donde tantos se despreocupan de la salvación de su alma y no mencionan jamás el nombre de Dios sino para blasfemar, hay algo que podemos hacer por Jesús.
Haz lo que puedas en oración. Abraham exclamó: «¡Ojalá viva Ismael delante de Ti!» Jacob luchó con el ángel del Señor hasta obtener su bendición. Un profeta de antaño rogó por la paz y la prosperidad de Sion. Ezequías oró para que el Señor alargara sus días, y le fue prolongada su vida quince años. En el caso de Elías, la oración fue la llave que abrió las nubes e hizo caer lluvia del cielo. Salomón le pidió al Cielo sabiduría para gobernar a su gran pueblo, y su oración obtuvo respuesta.
Cuando Pedro estaba encarcelado, se reunió un grupito en casa de María para orar por su liberación; y Dios los oyó, fulminó los grilletes, abrió las puertas de la cárcel y puso en libertad al apóstol. Se nos asegura que las oraciones de los justos pueden lograr mucho. Ora para que el reino de los Cielos venga a la Tierra y se haga presente en los corazones y hogares de las personas.
Haz lo que puedas para dar testimonio de Cristo. Los profetas de la Antigüedad se consideraban testigos del Señor. Los primeros discípulos dijeron: «Nosotros somos testigos Suyos». En ninguna época han faltado personas que dieran gran testimonio de Cristo, y ninguna ha tenido mayor necesidad de testigos que la actual.
Cristo llamó a Andrés. Andrés llevó a su hermano Pedro a Jesús. Cristo llamó a Felipe, y este invitó a Natanael. Cristo dijo al hombre que vivía entre los sepulcros que fuera y les contara a sus amigos las grandes cosas que Dios había hecho por él. Cristo envió a Pedro a predicar a Cornelio, y este invitó a sus parientes. Miles de cristianos deberían alabar a Dios porque un amable amigo les habló de la salvación de su alma.
Hay una labor que hacer en todas partes, en todo lugar en que se presente la oportunidad. Cristo dijo: «Cuida a Mis ovejas; pastorea Mis corderos». Cristo te llama para que vayas a trabajar a Su viña, a hacer discípulos de todas las naciones, a predicar el evangelio a toda criatura. Manda que te armes con la espada del Espíritu y que dejes que tu luz alumbre delante de los hombres, para que vean tus buenas obras y glorifiquen a tu Padre que está en los Cielos.
Si hay algo más que me gustaría que quedara claro, un pensamiento más que me gustaría que se te quedara grabado en la conciencia, es este: cada cristiano tiene una labor que realizar, y si no la hace, no se hace; una influencia que ejercer, y si no la ejerce, se pierde; una palabra amable que decir, y si no la dice, queda en el aire.
¿Qué has hecho por Cristo en tu casa, en tu sociedad, en tu negocio? ¿Qué obra filantrópica has hecho por Él? ¿Qué has hecho por rescatar a los que perecen, consolar a los tristes, fortalecer la fe de los débiles, llamar de vuelta al que anda errante, encontrar la oveja perdida y glorificar a tu Padre que está en los Cielos? ¿Has hecho lo que podías? En caso contrario, pídele perdón a Cristo, recuerda lo que Él hizo por ti y pon todo tu empeño en redimir el pasado y hacer más por el Maestro.
Tú que eres rico, tú que eres pobre, tú que gozas de prestigio, tú que eres de baja condición, ¿qué haces por Jesús? Esa es una pregunta personal para cada corazón. ¿Es el deseo de tu corazón y tu oración a Dios que se salven los perdidos? ¿Has hecho y estás haciendo algo para promover la gloria de Dios?
Dios no te pedirá nada que esté fuera de tu alcance. Hazte esta importante pregunta: «¿He hecho lo que podía? ¿Mi sentido del deber está avanzando? ¿Ha mejorado mi vida?» Si eres un empresario muy ocupado, si has tenido éxito en la vida, si estás desilusionado y triste, si has sido desafortunado y te has arruinado por causa de los delitos de otros, pregúntate: «¿He hecho lo que podía?»
Un pensamiento motivador es que, si hacemos lo que podemos, al instante estamos preparados para hacer más. Un paso sigue a otro. Poco a poco la vida se abre ante nosotros; poco a poco nuestra fe aumenta; poco a poco alcanzamos prominencia en nuestro pensamiento y en la vida, y tenemos una concepción más amplia de la bondad de Dios, casi sin saber cómo hemos llegado a ver tanto, a hacer tanto, a disfrutar de tanto aplicando el principio de hacer lo que podemos.
Ya conoces Su promesa: quien dé un vaso de agua fría al menor de Sus discípulos no quedará sin recompensa; y Sus palabras: «En cuanto lo hicisteis a uno de estos Mis hermanos más pequeños, a Mí lo hicisteis» (Mateo 25:40).
Hoy honramos al Maestro con nuevos propósitos de servirlo con todo el poder de nuestra alma y todo el afecto de nuestro corazón, sabiendo que Él no olvidará nuestras obras de fe; sabiendo que si hacemos todo lo posible en pensamiento, en palabra, en oración y en obra, ¡se salvarán almas, Cristo será glorificado, y la iglesia irá de conquista en conquista!
John Lincoln Brandt (1860–1946) fue el padre de Virginia Brandt Berg. Texto tomado de Soul Saving Revival Sermons.
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