junio 21, 2022
Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque recibirán consolación. Mateo 5:3,4
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Cuanto más profundamente vamos interiorizando el Espíritu de Jesucristo, más pobres nos volvemos y más conciencia tomamos de que todo en la vida es un obsequio. Cobra entonces nuestra vida un tono de alegre y humilde agradecimiento. La conciencia de nuestra pobreza e ineptitud nos hace regocijar en el don de haber sido llamados a abandonar la oscuridad para introducirnos en espléndida luz trasladándonos al reino de Su amado Hijo. […]
Yo había pasado varios días viviendo en el vertedero de Ciudad Juárez (México), un sitio en que niños pequeños y ancianos de ambos sexos hurgaban —tal como suena— en montículos de residuos de 10 metros de alto buscando comida y objetos de valor. Varios niños morían cada semana por desnutrición y agua contaminada. Le mandé un cheque de seis mil dólares a un señor que tenía 10 hijos, tres de los cuales ya habían muerto producto de las atroces condiciones y miseria absoluta en que vivían.
¿Saben lo que hizo el hombre que recibió el cheque? Me escribió nueve cartas en dos días, cartas que rebosaban de gratitud y describían con lujo de detalles el uso que estaba dando al dinero para ayudar a su propia familia y a otros vecinos del basural.
Eso me ofreció una profunda y bellísima mirada a la esencia misma de lo que es un hombre pobre. Cuando recibe un obsequio, primero experimenta y luego expresa auténtica gratitud. Al no tener nada, valora hasta el más nimio regalo. A mí se me concedió el absolutamente inmerecido don de salvación en Jesucristo. Sin haber hecho yo ningún mérito, se me extendió una genuina invitación para beber eternamente vino nuevo en la fiesta de bodas del reino de Dios. (A propósito, eso para un alcohólico rehabilitado, ¡es el cielo!)
A veces, sin embargo, me enfrasco tanto en mí mismo que me pongo a exigir cosas que considero que merezco, o me parece que cada obsequio que me llega es lo más natural del mundo y no tiene importancia. […]
En una conversación, el discípulo que es verdaderamente pobre en espíritu siempre deja a la otra persona con la sensación de que su vida se ha enriquecido por haber hablado con él. Eso no es ni falsa modestia ni humildad afectada. La vida de él o de ella se ha enriquecido y embellecido. Él no es solo un tubo de escape que nada toma y absorbe. Ella no abusa de la amabilidad de la gente. Él escucha con atención, pues sabe que tiene mucho que aprender de los demás. La pobreza espiritual de ella le permite penetrar en el mundo del otro, aun cuando ella misma no se puede identificar con ese mundo. […] Los pobres en espíritu son los menos moralistas, los menos dados a juzgar a los demás; se llevan bien con los pecadores.
El hombre y la mujer pobres del evangelio han hecho las paces con su existencia viciada. Son conscientes de sus carencias e imperfección, de su quebranto, el simple hecho de que no están en posesión de todas sus facultades. No justifican su pecado, pero al mismo tiempo son humildemente conscientes de que el pecado es justo lo que los impulsó a arrojarse a la misericordia del Padre. No simulan ser otra cosa que lo que son: pecadores salvados por gracia. Brennan Manning[1]
En la Escritura, incluido el Nuevo Testamento, el pobre no necesariamente está asociado con pobreza física. Suele ser un término técnico que describe a quienes en el fondo comprenden que necesitan a Dios para todo lo físico y espiritual. A eso se refería Isaías cuando proclamó: «El Espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque me ha ungido el Señor. Me ha enviado para anunciar buenas nuevas a los pobres»[2].
El trasfondo da a entender claramente que es el Mesías el que proveerá para las necesidades de «los pobres». Simeón dijo sobre Jesucristo en Lucas 2:34: «Este está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel». ¿Qué precede al levantamiento? La caída, la muerte. ¿Qué dijo Jesús? «De cierto, de cierto os digo que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere, lleva mucho fruto»[3]. Debido a la pobreza espiritual que naturalmente padecemos, la muerte del yo tiene que producirse para poder llenarnos de Cristo.
Ser pobres en espíritu consiste en que Dios nos dé la actitud que debemos tener hacia nosotros mismos y hacia Él. Debemos considerarnos como seres que acarrean una deuda de pecado y que en consecuencia estamos en bancarrota ante Dios. Sabiendo esto, clamamos por misericordia a Aquel que puede condonarnos la deuda y ser quien nos abastezca en nuestra bancarrota: clamamos a Dios.
Esto contrasta con mucho de lo que vemos a nuestro alrededor. El espíritu de nuestra época nos induce a «expresarnos» y a «creer» en nosotros mismos. Se dice que nuestros atributos son la independencia, la autosuficiencia, la confianza en uno mismo, etc. Las verdades contraculturales de las Bienaventuranzas dicen: «Vacíate de ti mismo para que Dios tenga cabida». Cuando está uno tan lleno de sí mismo se pierde la dicha de la presencia de Dios. […]
Esa primera bienaventuranza jamás se nos queda chica. Es el primer peldaño por el que ascendemos a las demás. Si se nos queda chica, se nos queda chico nuestro cristianismo. Jesús le señaló a los de la iglesia de Laodicea en Apocalipsis 3:17,18 que decían haberse enriquecido, prosperado y de nada tener necesidad. Les asegura que son «pobres» y que por tanto deben comprar de Él oro pasado por el crisol para enriquecerse; o sea, para hacerse ricos en Él.
La postura fundamental de esta bienaventuranza se halla en el recaudador de impuestos de Lucas 18:9-14. El fariseo de esa parábola confiaba en sí mismo y en sus obras delante de Dios. Por contraste, el recaudador de impuestos dijo: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!» Enseguida aparece la promesa: «Todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». Si hemos de entrar en el reino de los cielos y estar satisfechos allá con Cristo, debemos ser antes «pobres en espíritu». D. Blair Smith[4]
Las bienaventuranzas… las bendiciones que proclaman realmente el camino de Jesús… ¿Cuál es la base de todas ellas y de todo el sistema de valores de Jesús? Me parece que se encuentra en la primera de todas ellas. Mateo lo expresa así: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos».
En el Evangelio de Lucas dice simplemente: «Bienaventurados ustedes los pobres». Por eso, a veces la gente piensa: «La cuestión es que Mateo lo modificó. Eso de pobres en espíritu como que le quita un poco de fuerza». La verdad es que no. Sencillamente nos aclara que cuando Jesús habla de «los pobres en espíritu» se refiere más a una actitud, un modo de concebir nuestra necesidad de Dios, que viene a ser una propensión del corazón y no tan solo una carencia económica.
Pobres en espíritu significa que entendemos una profunda verdad acerca de nosotros mismos, la verdad de que ninguno de nosotros es el autor de su propia existencia ni de la prolongación de la misma. Pobres en espíritu implica que comprendemos nuestra necesidad de Dios, quién es Dios y quiénes somos nosotros. Pobres en espíritu significa que concebimos que sin Dios y sin el don de existencia, de vida, que Él nos concedió, no existiríamos. Dios nos hizo por amor. Dios por puro amor dio existencia a toda la creación, y no es otra cosa que el amor de Dios el que sustenta toda la creación a medida que esta continúa evolucionando y fomentando el continuo amor de Dios en cada uno de nosotros. Thomas Gumbleton[5]
La vida terrena de Jesús fue, en muchos sentidos, una vida de humildad y servicio. Su labor se centró en los pobres, los necesitados, los marginados, los más pequeños. En los evangelios hallamos ejemplos de las personas a las que atendió.
«Id y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el evangelio»[6].
«El Espíritu del Señor está sobre Mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor»[7].
Jesús enumera algunas cosas que hacen a lo largo de su vida los benditos de Su Padre: dan de comer a los hambrientos y de beber a los sedientos, acogen al forastero, visten al que está desnudo y visitan a los enfermos y a los presos[8]. Esos actos de bondad son un reflejo del amor y la benevolencia del Señor.
El ejemplo de humildad de Jesús es algo que se nos recomienda emular. Al referirse a la humildad de Cristo, Pablo escribió a los cristianos que «la actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús»[9]. Asimismo se nos enseña que «el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido»[10].
Si queremos cultivar la humildad en nuestro fuero, el punto de partida es poner el foco en Dios. A medida que nos acercamos a Él dedicando más tiempo a concentrarnos en Él, a aprender de Él, a hablar con Él y a darle cabida en nuestro diario vivir, Él cobra más importancia para nosotros y empieza a ocupar más nuestro campo de visión, por así decirlo. Cuando ello ocurre, traemos a la memoria Su perfección y nuestra falta de ella. Cuando estamos en una correcta relación con Él, el saber que nos ama y nos valora por muy imperfectos que seamos nos ayuda a ser más humildes. Esta sana relación nos lleva a dar con un justo medio entre una saludable autoestima y una auténtica humildad. Peter Amsterdam
Publicado en Áncora en junio de 2022. Leído por Gabriel García Valdivieso.
[1] Manning, Brennan, El Evangelio de los andrajosos (Casa Creación, 6 de enero de 2015).
[2] Isaías 61:1.
[3] Juan 12:24.
[4] https://www.ligonier.org/learn/articles/blessed-are-poor-spirit.
[5] https://www.ncronline.org/blogs/peace-pulpit/blessed-are-poor-what-does-mean.
[6] Mateo 11:4,5.
[7] Lucas 4:18,19.
[8] Mateo 25:34–46.
[9] Filipenses 2:5.
[10] Mateo 23:12.
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