¿A dónde se han ido todas las flores?

junio 15, 2022

Dennis Edwards

[Where Have All the Flowers Gone?]

La canción A dónde se han ido todas las flores, de Peter Seeger, es una clara expresión de la futilidad de la guerra y el anhelo del hombre por vivir en paz.

La humanidad anhela de manera unánime la paz. Pero ese anhelo no lo puede cumplir el hombre. Solo el sobrenatural amor de Dios nos permite amar a nuestro prójimo y a nuestro enemigo como a nosotros mismos. Lo único que pondrá fin a las interminables guerras del hombre es la mediación del propio Dios en la segunda venida de Jesucristo.

Cuando Jesús vuelva, el hombre se verá obligado por Su amorosa y fuerte mano a «convertir sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación ni se adiestrarán más para la guerra»[1]. Al fin, se extenderá la paz durante los mil años del Milenio, porque el mismísimo Jesús reinará sobre toda la tierra.

En ese tiempo, el león dormirá junto al cordero y nada dañará ni destruirá en Mi santo monte, según las profecías de Isaías. «Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro, el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. […] No harán mal ni dañarán en todo Mi santo monte, porque la tierra será llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar.»[2]

¡Va a ser un mundo hermoso! Pero a la humanidad todavía le espera una era muy peligrosa, la Gran Tribulación, que precederá al milenario reino de Dios. «Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fueran acortados, nadie sería salvo; pero por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados.»[3]

Con todo, cada uno de nosotros puede acceder al reino de amor y paz de Dios al abrir nuestra vida a Jesús ahora mismo. No tenemos que esperar al mañana. Podemos recibir a Jesús y la salvación que Él ofrece al admitir nuestros errores y nuestra incapacidad de salvarnos a nosotros mismos y solucionar nuestros problemas. Al reconocer que no podemos sanar por nuestra cuenta el dolor, la tristeza, el rencor y el odio que tan a menudo nos invaden el alma. Por eso necesitamos a Dios y Su misericordia, amor y perdón. No podemos valernos por nosotros mismos. No tenemos fuerza suficiente.

Veamos algunos pasajes de la Biblia sobre encontrar la fuerza que necesitamos. El primero fue escrito por el apóstol Pablo al preguntar al Señor por qué no había sanado una de sus aflicciones. El Señor le dijo: «Bástate Mi gracia, porque Mi poder se perfecciona en [tu] debilidad». Pablo continúa: «Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, […] en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.»[4] En ese momento, Su fuerza obra mediante nuestra debilidad.

El segundo pasaje fue escrito por el profeta Isaías. «¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es el Señor, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece ni se fatiga con cansancio, y Su entendimiento no hay quien lo alcance. Él da esfuerzo al cansado y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; mas los que esperan en el Señor tendrán nuevas fuerzas, levantarán alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán.»[5]

Los anteriores versículos destacan la importancia de pasar tiempo con el Señor para renovar nuestras fuerzas y recargar nuestras baterías. Nuestro espíritu se llena de energía en los momentos de quietud, a solas con Dios y nuestros pensamientos. Cuando dedicamos tiempo a leer la Palabra de Dios. Cuando oramos y abrimos nuestra vida a Dios. Cuando escuchamos al Señor. Cuando pasamos tiempo en alabanza, agradecimiento y canción, alabando a Dios por Su bondad para con los hijos de los hombres. Cuando fraternizamos con otros creyentes.

El último pasaje fue expresado por Jesús mismo. «Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os haré descansar. Llevad Mi yugo sobre vosotros y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque Mi yugo es fácil y ligera Mi carga.»[6] Tenemos que acercarnos a Jesús todos los días y a lo largo de cada jornada con nuestros problemas y preocupaciones, para que Él nos dé la quietud y el reposo espiritual que necesitamos.

Dios quiere darnos las fuerzas que necesitamos. Él busca ayudarnos. Nos llama a cada uno para que nos acerquemos a Él. Mediante Jesús podemos reconciliarnos con Dios y acercarnos a Su corazón de amor.

El apóstol Pedro nos exhorta a acercarnos a Dios para ser partícipes de Su naturaleza divina. «Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por Su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por Su gloria y excelencia; por medio de estas cosas nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas lleguéis a ser participantes de la naturaleza divina.»[7]

Tenemos que mantener la visión celestial. Los primeros discípulos y los padres de la fe superaron enormes dificultades al enfocarse en el eterno reino de Dios. Se aferraron a las promesas de Dios. «Pero anhelaban una patria mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos, porque les ha preparado una ciudad»[8]. Nunca cejaron de poner los ojos en Jesús. «Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe»[9]. Mantuvieron los ojos en Jesús y en la ciudad celestial.

En Jesús encontramos la misericordia, el amor, el perdón y la paz de Dios. Gracias a Él, obtenemos vida eterna en el Cielo, donde Dios limpiará nuestras lágrimas y no habrá más muerte, dolor ni llanto. Allí no volveremos a sufrir dolor[10]. No volverán a lucharse guerras. Así es, no habrá más guerras. «No alzará espada nación contra nación ni se adiestrarán más para la guerra»[11].


[1] Isaías 2:4.

[2] Isaías 11:6-9.

[3] Mateo 24:21-22.

[4] 2 Corintios 12:9-10.

[5] Isaías 40:28-31.

[6] Mateo 11:28-30.

[7] 2 Pedro 1:2-4.

[8] Hebreos 11:16.

[9] Hebreos 12:2a.

[10] Apocalipsis 21:4.

[11] Isaías 2:4b.

 

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