Nuestra esperanza en Jesús

junio 13, 2022

Peter Amsterdam

[Our Hope in Jesus]

«Que el Dios de la esperanza los llene de todo gozo y paz en la fe, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo.»  Romanos 15:13 (RVC)

Al leer los Evangelios se hace evidente que Jesús sabía de antemano que iba a sufrir y que lo iban a matar; sabía también que resucitaría de los muertos[1]. En términos bíblicos se alude como esperanza a la confianza que tenía Jesús en que resucitaría de los muertos.

Hoy en día cuando usamos la palabra esperanza por lo general nos referimos a algo que alguien quisiera que sucediese. Transmite la idea de que uno desconoce lo que va a ocurrir, pero desearía que se diese determinado desenlace. La Escritura también emplea a veces la palabra esperanza con ese sentido; no obstante, las más veces esta palabra comunica un significado distinto y mucho más sustancioso. La interpretación bíblica del vocablo griego elpis, traducido por esperanza, constituye «el deseo de algún bien y la expectativa de obtenerlo». Un diccionario sobre el Nuevo Testamentolo explica así: «En lugar de expresar el deseo de que se produzca determinado desenlace que aparece incierto, en el Nuevo Testamento esperanza se caracteriza por su certeza[2].

La expectativa ligada a la esperanza bíblica guarda estrecha relación con la seguridad o certeza, toda vez que tiene su arraigo en el hecho de la resurrección de Cristo. Su muerte, seguida por Su resurrección de entre los muertos, es lo que nos da la seguridad o la certeza de que nosotros también resucitaremos algún día de los muertos. De ahí que nuestra esperanza, nuestra expectativa, pese a que no se concreta en este momento, es una certeza. Nuestra expectativa de obtener la promesa de salvación divina, el perdón de los pecados y la vida eterna con Dios son certezas basadas en las promesas de Dios.

La fe y la esperanza están estrechamente relacionadas, pues la certeza de la esperanza se basa en nuestra fe en Dios. La esperanza en su sentido bíblico se identifica con el futuro, toda vez que representa la convicción de que algo que Dios ha prometido sucederá. Puede que no haya sucedido aún, pero tenemos la seguridad de que sucederá. Por ejemplo, el apóstol Pablo habla de la gracia de Dios que nos enseña a llevar una vida ajustada a los principios divinos en el tiempo presente, «mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo»[3]. La esperanza aquí descrita no es esperanza en el sentido de algo que deseamos que acontezca; corresponde más bien a la certeza que se tiene en la expectación, la convicción de que Cristo aparecerá en gloria.

Así como Jesús tenía la certeza de que resucitaría de los muertos, asimismo nosotros los cristianos tenemos la certeza de que resucitaremos de los muertos. Gracias a que tenemos la certeza de la esperanza, albergamos confianza en Dios y en Sus promesas. Sabemos que Sus promesas son ciertas, aunque no hayamos visto aún su pleno cumplimiento. Entre ellas figuran las promesas de perdón, de salvación y de eternidad con Dios.

Un ejemplo de una persona que abrigaba dicha esperanza lo encontramos en las descripciones bíblicas del patriarca Abraham. Él y su mujer Sara habían llegado a la vejez, y aunque ella estaba ya pasada de la edad de concebir, Dios le había revelado a él que en el plazo de un año Sara tendría un hijo. El apóstol Pablo escribió: «Contra toda esperanza, Abraham creyó y esperó, y de este modo llegó a ser padre de muchas naciones, tal como se le había dicho: “¡Así de numerosa será tu descendencia!” Su fe no flaqueó, aunque reconocía que su cuerpo estaba como muerto, pues ya tenía unos cien años, y que también estaba muerta la matriz de Sara. Ante la promesa de Dios no vaciló como un incrédulo, sino que se reafirmó en su fe y dio gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios tenía poder para cumplir lo que había prometido»[4].

Abraham no vaciló en esperanza, en fe, en el certero conocimiento de que Dios haría lo que había dicho. No estaba anhelando que se cumpliera lo que Dios había dicho; sabía que se cumpliría. Eso significa tener esperanza en Dios.

La Palabra de Dios es el fundamento de nuestra fe y de la consumación de nuestra fe. El apóstol Pablo escribió sobre «la esperanza de la vida eterna». Y añadió: «Dios, que no miente, prometió esta vida desde antes del principio de los siglos»[5]. Pablo alude a esa esperanza en el sentido de una futura posesión, de una certeza prometida por Dios. Dado que Dios no miente ni puede mentir, sabemos sin asomo de duda que seremos beneficiarios de Su promesa. Esa es nuestra esperanza, nuestra certidumbre.

Cuando entendemos la esperanza con esta mentalidad bíblica podemos hallar fuerzas para sobrellevar las pruebas y dificultades de la vida. A veces en el sendero de la vida atravesamos por momentos de prueba y sobresalto, pero si tenemos esperanza tenemos la seguridad de que el Señor nos ayudará a lo largo del sendero y a la postre superaremos la prueba, cuando no en esta vida, en la otra. Depositamos nuestra esperanza, nuestra certeza, en las promesas de Dios. Somos capaces de soportar penalidades a sabiendas de que viviremos en la presencia de nuestro Señor por siempre. Tenemos la convicción de que sea lo que sea que afrontemos, por difícil y penoso que sea, al final estaremos para siempre con el Señor[6].

Nuestra fe se basa en la certeza de la esperanza, que la Escritura califica de «segura y firme ancla del alma»[7]. El conocimiento de que somos salvos, de que el Espíritu de Dios mora en nosotros, de que Jesús se sacrificó para que pudiéramos entablar relación Dios, de que está presente en nuestra vida cada día y de que se nos garantiza la eternidad con Él debiera afectar nuestro modo de ver y de sentir la vida. Albergar esa esperanza puede mantener nuestros pensamientos y nuestro corazón enfocados en el Señor y en el espléndido futuro que nos aguarda con Él. Esa esperanza puede infundirnos la valentía y la fortaleza para mantener una actitud positiva y de alabanza a través de las pruebas, adversidades y altibajos que afrontemos.

Cuando refrescamos la memoria y recordamos lo que nos deparará el futuro, la certeza de nuestra salvación y las bendiciones prometidas para la eternidad, podemos enfrentar valerosamente las pruebas y exigencias que se nos presentan con la certeza de que sea cual sea el desenlace, abrigamos la esperanza de un futuro con Dios. Vivir con esa esperanza nos hace saber que la conclusión o desenlace eternos serán gloriosos, lo que nos posibilita enfrentar mejor los avatares de la vida.

Dios nos ha salvado maravillosamente, y pasaremos la eternidad en amor, dicha y paz con Él. Como portadores de ella, se nos insta a transmitir esa esperanza de gloria a nuestros semejantes, hacer lo mejor que podamos para representar a Jesús ante los demás, amarlos como Él los ama y ayudarlos humildemente a experimentar el amor y desvelo con que nos trata. Ojalá vivamos siempre conscientes de la esperanza que abrigamos en Cristo y se la impartamos a los demás, así como Jesús nos la impartió a nosotros[8].

«Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según Su gran misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable, reservada en los cielos para vosotros.»  1 Pedro 1:3,4

«Que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza Él los ha llamado, cuál es la riqueza de Su gloriosa herencia entre los santos y cuán incomparable es la grandeza de Su poder a favor de los que creemos.»  Efesios 1:18,19

Publicado por primera vez en noviembre de 2017. Adaptado y publicado de nuevo en junio de 2022.


[1] Lucas 18:31–33.

[2] P. Martin, Ralph, y Davids, Peter H., eds., “Hope” en el Dictionary of the Later New Testament and Its Developments, electronic ed. (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1997), 499–500.

[3] Tito 2:13 (NVI).

[4] Romanos 4:18–21 (NVI).

[5] Tito 1:2.

[6] 1 Tesalonicenses 4:17.

[7] Hebreos 6:19.

[8] Algunos puntos de este artículo son condensaciones del libro Pensar, actuar, ser como Jesús, de Randy Frazee (Editorial Vida, 2014).

 

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