febrero 1, 2022
La famosa enseñanza sobre la oración que dio Jesús a Sus discípulos se conoce comúnmente como el Padrenuestro. Enseñó a Sus discípulos: «Padre, santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Danos cada día nuestro pan cotidiano. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden. Y no nos metas en tentación»[1]. Mateo tiene una versión más completa de esa oración, pero incluso en la versión resumida de Lucas aprendemos cinco principios para crear la atmósfera correcta a fin de que nuestras oraciones sean eficaces y fructíferas.
En primer lugar, la oración está en el contexto de una relación. La primera palabra de Jesús es: «Padre». Aunque somos hijos de Dios, aquí al decir «Padre» Jesús quiere decir que Él es nuestro creador. Cuando recibimos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, Dios se convierte en nuestro Padre, y somos trasladados a una intimidad con Él mediante la cual podemos hablar, escuchar y confiar en Él.
En segundo lugar, cuando Jesús dice «santificado sea Tu nombre», expresa veneración a Dios porque Él es soberano. En la actualidad hay muchos que tienen una actitud despreocupada hacia Dios, pero Jesús enseñó a Sus discípulos que cuando oremos, oremos con veneración.
En tercer lugar, cuando decimos «venga Tu reino», en esa frase damos a entender: «Si Tu reino va a venir, mi reino tiene que irse. Si en mi vida se va a expresar Tu realeza, yo tengo que bajarme del trono». Oramos con ese sentido de responsabilidad, en el que buscamos Su reino, que se cumpla Su voluntad y Sus propósitos.
En cuarto lugar, se nos invita a presentar nuestras peticiones a nuestro Padre. Podemos pedir necesidades físicas: «danos cada día nuestro pan cotidiano»; necesidades espirituales: «perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden»; y necesidades morales: «no nos metas en tentación». […] Nos presentamos delante de Dios reconociendo nuestra necesidad de que Él nos limpie. Nuestro arrepentimiento se expresa de dos maneras: confesamos a Él nuestro pecado y expresamos nuestra voluntad de perdonar a los que pecan contra nosotros.
Si vamos a disfrutar de intimidad con Dios, vamos a tener que conversar con Dios por medio de la oración que se basa en una relación, en la veneración, la responsabilidad, el arrepentimiento y las peticiones. ¡Qué gran privilegio el que podamos presentarnos ante Dios de esta manera! Brett McBride
«Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público»[2].
Cuando Jesús llamó a Sus discípulos y les dio Su primera enseñanza pública en el Sermón del Monte. Les hizo entender que la oración era una parte vital del nuevo Reino que había venido a establecer, y que debíamos tener un lugar solitario donde estar a solas con Dios, un lugar donde encontrarnos con Él cada día. Allí Él promete encontrarse con nosotros.
Ese lugar secreto a solas con Dios es conocido como «el aposento interno». Puede ser en cualquier lugar, pero debe ser un lugar tranquilo a solas con Dios. Dios está en el lugar secreto de la oración y ese lugar está lleno de Su amor. Es un amor que te aguarda, sin importar lo débil y pecador que hayas sido.
Esa es la invitación que te ofrece el Padre, diciéndote que te espera en el lugar secreto de la oración. Te aguarda, se compadece de ti y te ama. No se trata de lo que tú le traigas a Él, sino de lo que Él, como tu Padre, está a la espera de darte, y eso es lo que importa. Recuérdate a ti mismo: «Es mi Padre, el infinito y eterno Dios que desea encontrarse conmigo ahí en oración».
¡Qué maravilla, poder cerrar la puerta y orar a Dios en secreto! Jesús les enseñó a Sus discípulos que ese era el lugar donde encontrarían el Padre, que ahí los esperaba. Es en ese lugar donde podemos hallar el diseño de Dios para nuestro día o para nuestra vida. Obtienes esa guía en el lugar secreto de la oración, donde recibes de Su Espíritu.
Dios entregó a Su Hijo para que muriera en nuestro lugar por nuestros pecados, pero no solo para eso, sino para darnos la victoria sobre el pecado. Dios dijo: «No es por poder, ni por fuerza, sino por Mi Espíritu, ha dicho el Señor»[3]. Claro que no puedes resistir solo la tentación de pecar, no ha existido jamás alguien que lo haya podido hacer.
La ayuda que necesitas se encuentra en la oración y fraternizando con Dios en el lugar secreto de la oración. Nunca estuvo en los planes de Dios que hicieras otra cosa que no fuera acudir a Él en busca de fortaleza y guía, a fin de que Él te condujera y te ayudara. Esa es la razón por la que es tan importante el lugar secreto de la oración, porque ahí te equipas y te pones la armadura de Dios para resistir en la batalla[4].
Ponte la armadura del evangelio y la Palabra de Dios dice que Él, el Rey de Gloria, que reina eternamente, te fortalecerá por medio de Su fuerza. ¿Por qué ir por la vida sin la debida preparación, cuando Dios te ofrece con amor lo que necesitas? Virginia Brandt Berg
En las Escrituras al vocablo Abba siempre le sigue la palabra Padre. La frase se encuentra en tres pasajes. En Marcos 14:36 Jesús se dirige a Su Padre como «Abba, Padre» en Su oración en Getsemaní. En Romanos 8:15, «Abba, Padre» se menciona en relación a la obra de adopción del Espíritu que nos convierte en hijos de Dios y herederos con Cristo. En Gálatas 4:6 de nuevo en el contexto de adopción, el Espíritu clama en nuestro corazón: «Abba, Padre». Juntos, los términos Abba y Padre recalcan doblemente la paternidad de Dios. En dos idiomas distintos, se nos asegura que Dios cuida a Sus hijos. […]
El derecho de ser hijo de Dios y llamarlo «Abba, Padre» es algo que solo tienen los cristianos nacidos de nuevo[5]. Cuando nacemos de nuevo[6], somos adoptados y llegamos a ser parte de la familia de Dios, redimidos de la maldición del pecado, y nos convertimos en herederos de Dios[7]. Parte de esa nueva relación es que Dios ahora nos trata de manera distinta, como de la familia.
Es una experiencia transformadora entender lo que significa poder llamar al Dios verdadero nuestro «Padre» y lo que significa que seamos coherederos con Cristo. Debido a nuestra relación con nuestro Abba, Padre, Él ya no nos trata como enemigos; en cambio, podemos abordarlo con toda confianza[8] y en plena certidumbre de fe[9]. El Espíritu Santo «le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y, si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo»[10].
Convertirse en hijo de Dios es el mayor honor y también una lección de humildad. Debido a ello tenemos una nueva relación con Dios y una nueva posición delante de Él. En vez de huir de Dios y tratar de esconder nuestro pecado como hicieron Adán y Eva, corremos hacia Él, lo llamamos «¡Abba, Padre!», y encontramos perdón en Cristo. Ser hijos adoptados de Dios es la fuente de nuestra esperanza, la seguridad de nuestro futuro, y la motivación de vivir de una manera digna del llamamiento que hemos recibido[11]. Ser hijos del Rey de reyes y Señor de señores nos exige un nivel más alto, una manera de vida distinta, y en el futuro nos lleva a «una herencia indestructible, incontaminada e inmarchitable»[12].
Cuando Jesús enseñó a Sus discípulos a orar, empezó con las palabras «Padre nuestro». Hay tanta verdad solo en esas dos palabras. El Dios santo y justo, que creó y preserva todo, que es todopoderoso, omnisciente y omnipresente, no solo nos permite, sino que nos anima a que lo llamemos «Padre». Qué privilegio el nuestro. Qué gracia asombrosa el que Dios nos ame tanto, que Jesús se sacrificara por nosotros y que el Espíritu Santo habite en nosotros y nos anime a llamarlo «¡Abba, Padre!» Tomado de GotQuestions.org[13]
Publicado en Áncora en febrero de 2022.
[1] Lucas 11:2-4 (NVI).
[2] Mateo 6:6 (RVR1995).
[3] Zacarías 4:6.
[4] Efesios 6:10-17.
[5] Juan 1:12,13.
[6] Juan 3:1-8.
[7] Romanos 8:17; Gálatas 4:7.
[8] Hebreos 10:19.
[9] Hebreos 10:22.
[10] Romanos 8:16,17 (NVI).
[11] Efesios 4:1.
[12] 1 Pedro 1:4.
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