diciembre 21, 2021
Ella mira el rostro del bebé. Es su hijo. Es su Señor. Su Majestad. En ese momento de la historia, el ser humano que mejor entiende quién es Dios y qué hace, es una joven adolescente en un establo maloliente. Ella no puede quitarle los ojos de encima.
María sabe que tiene a Dios en sus brazos. Así que ese bebé es Él. Recuerda las palabras del ángel: «Su reino no tendrá fin». No parece un rey. Tiene la cara arrugada y roja. Su llanto penetrante, a pesar de ser fuerte y sano, sigue siendo el de un bebé indefenso. Y su bienestar depende totalmente de María.
Es majestuosidad en medio de lo cotidiano y común. Santidad en la suciedad del sudor y el estiércol de oveja. Dios entra al mundo sobre el suelo de un establo, a través del vientre de una adolescente, y en presencia de un carpintero. Un parto que no pudo ser más humilde. Un nacimiento que cambió el mundo, que incluye el tuyo y el mío. Jamás podríamos llegar a agradecerle lo suficiente.
Una noche normal, con pastores y ovejas comunes. Tal vez se podría haber dicho que era una noche aburrida. Si no fuera porque a Dios le encanta añadir un «extra» a lo ordinario, aquella noche habría pasado desapercibida. Las ovejas habrían quedado en el olvido y los pastores habrían dormido toda la noche.
Sin embargo, Dios baila entre lo común. Y aquella noche presentó algunos de Sus mejores pasos de baile. El cielo negro se llenó de luz. Los árboles —que en la oscuridad solo parecían sombras—, de repente se veían con claridad. Las ovejas —que habían estado en silencio—, mostraron su curiosidad a coro. El pastor —que había estado profundamente dormido—, de un momento a otro se despertó, frotándose los ojos y mirando el rostro de un extraterrestre. Ya no era una noche como cualquier otra.
El ángel llegó de noche porque así las luces se ven mejor y es cuando más se necesitan. Dios interviene en lo común por la misma razón. Sus instrumentos más potentes son los más sencillos.
¿Seguimos asombrados ante la llegada de Dios? ¿Con gran admiración por ese acontecimiento? ¿La Navidad sigue dejándonos anonadados ante lo ocurrido hace dos mil años? Max Lucado[1]
¿Sabías que miles de años antes de que nacieras Dios sabía exactamente lo que necesitabas? Dios sabía que necesitarías fuerza adicional para que no te rindieras. Dios sabía que necesitabas un Salvador tan grande que no cabría en el universo. Dios sabía que necesitabas un Salvador tierno y cariñoso a quien pudieras acudir en momentos de dolor y sufrimiento.
Siglos antes del nacimiento de Jesús, el profeta Isaías anunció que Dios enviaría a Su Hijo a la Tierra. Eso fue setecientos años antes de la primera Navidad. Dios nos dijo que el Salvador sería poderoso y que también nos daría atención individual; que Él sería lo bastante fuerte como para salvarnos, pero que también sería tierno y amoroso.
Lo más impresionante es que Dios nos dice que Jesús tendría una relación personal con nosotros.
Es una predicción asombrosa.
Dios nos dice en Isaías 40: «Grítalo más fuerte, oh Jerusalén. Grita y no tengas miedo. Diles a las ciudades de Judá: “¡Aquí viene su Dios!” Sí, el Señor Soberano viene con poder y reinará con brazo poderoso. […] Alimentará Su rebaño como un pastor; llevará en Sus brazos los corderos y los mantendrá cerca de Su corazón. Guiará con delicadeza a las ovejas con crías»[2].
Además, Isaías no solo profetiza la dulzura de Jesús, sino también Su enorme poder: «Las naciones son como gota en un cubo, y son estimadas como grano de polvo en la balanza; he aquí, Él levanta las islas como al polvo fino»[3].
Entonces Isaías lleva las cosas al terreno personal y aplica la llegada de Jesús a nuestra vida en la actualidad. «Alcen los ojos y miren a los cielos: ¿Quién ha creado todo esto? El que ordena la multitud de estrellas una por una, y llama a cada una por su nombre. ¡Es tan grande Su poder, y tan poderosa Su fuerza, que no falta ninguna de ellas! […] ¿Acaso no lo sabes? ¿Acaso no te has enterado? El Señor es el Dios eterno, creador de los confines de la tierra. No se cansa ni se fatiga, y Su inteligencia es insondable. Él fortalece al cansado y acrecienta las fuerzas del débil»[4].
No sé qué problemas enfrentes esta Navidad. No sé qué cargas llevas. Yo no sé qué pena, temor, ansiedad o confusión sientas ahora mismo. De algo estoy seguro: Tu Creador te apoya con la fuerza de un huracán y la ternura de un bebé nacido en un pesebre hace dos mil años. Rick Warren[5]
Hay dos variaciones sobre el tema de la Navidad y han estado presentes por mucho tiempo. Está la versión en la que la Navidad es en buena parte una iniciativa comercial. En el mejor de los casos, esta versión de la Navidad es un ejercicio de generosidad y una oportunidad de apartarse de actividades profesionales y recordar la importancia fundamental de la familia. En el peor caso, son varias semanas de un mal visto frenesí interminable de gastos y adquisiciones, un ejercicio que se encuentra entre el consumismo materialista, donde no celebramos el poder de Dios sino más bien comprobamos y demostramos nuestra fe en el poder de la publicidad y las tarjetas de crédito.
La otra versión de la Navidad conmemora la entrada de un Dios eterno en el torbellino del tiempo y la Historia, un Dios que es Espíritu y Amor que entra a un mundo de carne y violencia, un Dios encarnado en la persona de Jesús de Nazaret, que vino a dar a toda la humanidad el Camino y la Verdad y la Vida. Quiero reflexionar en esta última versión de la Navidad. ¿Qué significa? […]
Al igual que la creación y restauración de todas las cosas, el nacimiento, vida y muerte de Jesucristo son expresiones de un amor divino, extraordinario. Un amor que nunca falla. Un amor que busca más allá de todo río y montaña hasta que se encuentra a la oveja perdida. Un amor que sufrirá y sacrificará todo por el bien del ser amado, que da su vida por su amigo. El mismo amor que nos trajo a la vida, llega a la aldea de Belén y en la persona de Jesucristo establece una relación nueva y más íntima con nosotros. Dios tanto amó al mundo que envió a Su hijo unigénito, de modo que toda persona que ponga su fe en Él se reconcilie con Dios y viva con Él para siempre. […]
En la Navidad celebramos que a Dios le encanta lograr lo imposible y superar las esperanzas de los hombres al valerse de lo pequeño, lo débil y lo necio del mundo para humillar a los grandes, los poderosos y los sabios.
Entre otras cosas, la Navidad es un relato de lo imposible. Dios se convierte en un ser humano. El Dios atemporal, que no cambia, entra en la Historia con todo su cambio y variación. El Dios poderoso que creó todo, se humilla a Sí mismo y se convierte en un niño indefenso. La razón de la celebración es totalmente irrazonable. Eso no es lo que la razón esperaría. La razón nos diría que esas cosas son imposibles. Sin embargo, a Dios le encanta echar por tierra lo que la humanidad concibe que es posible. A Dios le encanta hacernos ver que Él es más grande —y que con amor está más cerca a nosotros— de lo que hemos imaginado. Timothy Dalrymple[6]
Cuando se han acallado los villancicos,
cuando se ha quitado el árbol de Navidad,
cuando se han ido a su casa familiares y amigos,
cuando volvemos a nuestra rutina,
empieza la obra de la Navidad:
para dar la bienvenida a los refugiados,
para sanar a un planeta quebrantado,
para alimentar a los hambrientos,
para tender puentes de confianza, no muros de temor,
para compartir nuestros regalos,
para buscar justicia y paz para la humanidad,
para llevar la luz de Cristo al mundo.
Michael Dougherty[7]
Publicado en Áncora en diciembre de 2021. Leído por Miguel Newheart.
[1] Max Lucado, God Came Near (Doubleday Religious Publishing Group, 1993).
[2] Isaías 40:9-11 (NTV).
[3] Isaías 40:15 (LBLA).
[4] Isaías 40:26, 28-29 (NVI).
[5] https://pastorrick.com/our-powerful-yet-gentle-savior.
[6] https://www.patheos.com/resources/additional-resources/2010/12/four-reasons-why-christmas-matters.aspx?p=2.
[7] Michael Dougherty, variación de When the Song of the Angels Is Stilled, de Howard Thurman.
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