noviembre 16, 2021
Si pensamos en todo lo que podríamos temer, rápidamente veríamos por qué no temas, expresado de alguna forma, es uno de los mandamientos más repetidos en las Escrituras. Al enfocarlo de manera positiva, Dios nos pide que seamos fuertes y valientes[1].
¿Pero cómo podemos ser valientes?
En muchos casos, el temor es nuestra respuesta natural. No tenemos que pensar en todas las razones para tener miedo; el temor llega de forma espontánea. Pero ser fuertes y valientes no llega de manera natural. Con frecuencia, tenemos que pensar en diferentes razones por las que debemos superar nuestros miedos con valor. Dios nos pide que tengamos valor porque eso no llega de manera natural; tenemos que luchar por ello. Al enfrentar temores por todos lados e incluso desde el interior, el valor debe ser conquistado. […]
En otras palabras, tener valor se alimenta de la fe en una realidad suprema: lo que Dios promete a Su pueblo. Debemos ser alentados por las promesas de Dios de que perdona todos nuestros pecados[2], que nunca nos abandona[3], que trae luz a nuestra oscuridad[4], que provee todo lo que de verdad necesitamos[5], que da una vía de escape a cada tentación[6], que hace que todo, incluso las peores cosas, redunde en nuestro bien supremo[7], que hace que en última instancia venzamos a nuestros peores enemigos[8], que nos hace vivir aunque muramos[9], que algún día enjugará toda lágrima[10], y nos dará plenitud de gozo y placeres eternos en Su presencia; debido a Su presencia[11]. Y muchas otras promesas como esas.
Como el valor aumenta con la fe, y la fe es creer en las promesas de Dios, […] creer todo lo que Dios promete que será para nosotros en Jesús[12]: valor bíblico, ánimo, resulta directamente al aferrarse a esas promesas. Debemos armarnos de valor.
Eso es exactamente lo que David hacía cuando, enfrentado a una oposición peligrosa, escribió: «Pero de una cosa estoy seguro: he de ver la bondad del Señor en la tierra de los vivientes. Pon tu esperanza en el Señor; ten valor, cobra ánimo; ¡pon tu esperanza en el Señor!»[13] […] En base a lo que él creía[14], se exhortó a sí mismo a tener valor[15]. Por fe, resistió la tentación de sobreestimar lo que lo amenazaba y subestimar el poder de Dios o Su voluntad de cumplir Sus promesas. Para él, tener valor significaba creer en las promesas de Dios.
El valor siempre se alimenta de la fe. Esforzarse y ser valiente es algo que se alimenta de la fe en el bien supremo del verdadero Dios y todo lo que promete para nosotros en Jesús. Por lo tanto, esforzarse y ser valiente es algo que se toma, debemos aferrarnos a las auténticas promesas dadas por el verdadero Dios de modo que habiendo hecho todo, podamos estar firmes en el día malo[16]. Pase lo que pase, sabemos que hemos de ver la bondad del Señor en la eterna tierra de los vivientes[17]. Jon Bloom[18]
«Yo les dije esto para que encuentren paz en Mí. En el mundo ustedes tendrán que sufrir, pero, ¡sean valientes! Yo he vencido al mundo». Juan 16:33[19]
En este planeta no hay un ser humano que no esté familiarizado con los problemas. Los tiempos de dificultades llegan de manera inesperada, con frecuencia se quedan indefinidamente, y los recuerdos dolorosos que producen arraigan de manera profunda en la mente. No sorprende, entonces, que la promesa de Jesús en Juan 16:33 (NVI) también arraiga profundamente en la mente y el corazón de muchísimos cristianos: «En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo».
Ese versículo consolador se encuentra en una sección más grande del Evangelio de Juan. Los capítulos 13-17 comprenden lo que los teólogos llaman el discurso de despedida. Esas son las últimas palabras tranquilizadoras de Jesús, palabras de consuelo y ánimo a Sus discípulos en el aposento alto antes de que fuera traicionado, antes de Su arresto y crucifixión. […]
En este versículo, vemos dos realidades innegables: 1) los seguidores de Jesús padecerán un gran sufrimiento, y 2) Jesús ya logró la victoria. Él no quería que Sus discípulos tuvieran la vana ilusión de que su futuro ministerio estaría lleno de tranquilidad y comodidad, y tampoco quiere que nosotros pensemos eso.
Seguir a Cristo es difícil y habrá oposición. Sin embargo, da paz y valor la realidad de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, una victoria lograda por medio de Su muerte y resurrección. […] Al entrar en nuestro mundo y sufrir junto a nosotros, Jesús ofrece una segura esperanza que trasciende el dolor y el sufrimiento temporal que este mundo arroja a Sus seguidores.
Por lo tanto, no somos llamados a vencer al mundo por nuestra cuenta, porque Jesús ya lo venció. Jesús da a Sus hijos un futuro seguro: «una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos» y «una herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará»[20]. Debido a esa realidad nos animamos y tenemos valor. […]
Una manera adecuada de responder a las palabras de Jesús en Juan 16:33 es preguntar: ¿Cuál es mi esperanza?
Proverbios 13:12 (NBLA) dice: «La esperanza que se demora enferma el corazón, pero el deseo cumplido es árbol de vida». ¿Los problemas y tribulaciones enferman nuestro corazón porque ponemos nuestra esperanza en lo que no satisface: en un trabajo, una relación, un puesto? Cristo nos llama, no a poner nuestra esperanza en cosas temporales, inciertas, sino en Su victoria eterna sobre el pecado y la muerte en la cruz del Calvario. […] Si tu esperanza está en Cristo, entonces ten la seguridad de que en esta vida ningún problema o tribulación te quitará esa esperanza. […]
Se nos pide que nos animemos, no por nuestras habilidades ni por nuestra fuerza de voluntad, sino en la obra terminada de Jesús. Aaron Berry[21]
Mi diccionario bíblico define la mansedumbre como: «una actitud de humildad ante Dios y de gentileza para con los hombres, que surge del reconocimiento de que Dios lo gobierna todo». Es fuerza y valentía bajo control, combinadas con bondad.
Esa clase de mansedumbre va acompañada de fe y paz, pues tenemos la certeza de que Dios es dueño de la situación. Nuestro espíritu puede estar templado y sereno porque estamos llenos de fe. Tenemos la seguridad de que Dios va a resolver las cosas, por increíblemente abrumadora o desesperanzadora que pueda ser la situación.
Nuestra fe se traduce en confianza. Estamos sosegados porque nos abstenemos de buscar frenéticamente una solución por nuestros propios medios. No dependemos de nuestras habilidades, nuestro buen juicio o nuestro magnetismo, sino del Señor. Los demás ven esa serenidad y entienden que se trata de la presencia del Señor con nosotros. Podemos tener valor porque exhibimos esa mansedumbre y tranquilidad de espíritu que aumenta la fe y confianza en el infalible cuidado de Dios. Peter Amsterdam
Una tarde soleada hace unos setenta años, un grupo de amiguitos observaba, a través de una alambrada de púas, a unos hombres que jugaban al fútbol. El partido era emocionante, y disfrutaban viendo la habilidad de los jugadores. De golpe una patada mandó la pelota por encima de la valla. Aterrizó cerca de los niños.
—Sería genial tener una pelota —comentó uno de ellos—. Quedémonos con ella.
Sin embargo, una de las chiquillas se opuso.
—No está bien que nos quedemos con ella —dijo devolviendo el balón por encima de la valla.
Ese simple gesto de bondad e integridad tuvo lugar en el corazón de Alemania en la década de 1940, durante la Segunda Guerra Mundial. Los jugadores eran prisioneros de guerra británicos recluidos en un campo en las afueras de la ciudad. Algunos de los amigos de la niña rezongaron. Al fin y al cabo, los hombres eran prisioneros: ¿por qué habían de tener ellos un balón y no los niños?
La bondad requiere consideración, esfuerzo y tiempo. También valor. Valor para ir a contracorriente, para ser generoso, sobre todo cuando no se tiene mucho. Valor para decir que no a la indiferencia y para ser consecuente con lo que uno sabe que está bien, sobre todo cuando es tan obvio que uno puede pensar: «Seguramente alguien con más tiempo y recursos que yo se dará cuenta y hará algo».
La bondad exige entereza, integridad moral y mental para dar un paso al frente, para creer, perseverar y ser fiel a las propias convicciones, aun cuando eso tenga un costo y signifique soportar difíciles pruebas. Esa es la bondad que tiene un efecto duradero.
Si bien han pasado ya más de tres cuartos de siglo desde aquel día, puede que algunas de las personas que presenciaron ese incidente aún sigan vivas. Si es así, me imagino que se acordarán de mi abuela, la chiquilla de pueblo que devolvió el balón de fútbol. Avi Rue
Publicado en Áncora en noviembre de 2021.
[1] Daniel 10:19.
[2] 1 Juan 1:9.
[3] Hebreos 13:5.
[4] Salmo 112:4.
[5] Filipenses 4:19.
[6] 1 Corintios 10:13.
[7] Romanos 8:28.
[8] Romanos 16:20.
[9] Juan 11:25.
[10] Apocalipsis 21:4.
[11] Salmo 16:11.
[12] 2 Corintios 1:20.
[13] Salmo 27:13,14 (NVI).
[14] Salmo 27:13.
[15] Salmo 27:14.
[16] Efesios 6:13.
[17] Salmo 27:13.
[18] https://www.desiringgod.org/articles/let-your-heart-take-courage.
[19] PDT.
[20] 1 Pedro 1:3,4 (NBLA).
[21] https://www.crosswalk.com/faith/bible-study/jesus-promise-in-this-word-you-will-have-trouble-john-1633.html.
Copyright © 2024 The Family International