El apagón

septiembre 6, 2021

Virginia Brandt Berg

[Blackout]

Estaba pensando en lo maravilloso que será ese día en que se desvanezcan las sombras terrenales y se abra paso el Cielo con toda su gloria y su luz: ¡adiós para siempre a la oscuridad!

En un noticiero sobre el apagón en la zona de Nueva York[1] escuché un par de comentarios que me impactaron profundamente. Un hombre comentó que había sentido una emoción indescriptible cuando de golpe volvió la luz, que a él nunca se le había ocurrido que pudiera llegar a faltarle, y por la que nunca antes había agradecido.

Eso me hizo pensar en algunas de las cartas que he recibido en las que leo los apagones personales por los que muchos han pasado, épocas de enfermedades graves de las que no creían que iban a recuperarse jamás, hasta que un buen día les llegó la liberación y la cura. ¡Qué magnífico, salir de las tinieblas y retornar a la luz, libres de dolor y mala salud!

Solamente aquellos que han vivido apagones como esos conocen la gloria que se siente cuando regresa la luz. Quiero asegurarles que las luces volverán si, en vez de dudar, se aferran a las promesas de la Palabra de Dios, y confían de manera implícita en Dios cuando se encuentran en medio de la oscuridad.

Cuando uno las pasa negras, si hay algo que hace aún más densas las tinieblas es pensar que nunca volverá a ver la luz. Naturalmente, es justamente ahí donde el cristiano lleva una enorme ventaja, puesto que tiene fe y por lo tanto la certeza de que tarde o temprano llegará el día en que Dios lo librará.

La fe conduce a la victoria. A Pablo sí que se le puso negro el panorama cuando fue a parar a la cárcel. No obstante, fue tanta su fe que logró sobreponerse a las circunstancias, y en Filipenses 4:11-13 escribió:

«No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece»[2].

La actitud de Pablo no varió con las circunstancias. El gozo del Señor fue su fortaleza[3]. Aun en la cárcel siguió viviendo por encima de esas circunstancias. Con razón dijo, en Filipenses 1:12-13: «Hermanos, quiero que sepan que, en realidad, lo que me ha pasado ha contribuido al avance del Evangelio. Es más, se ha hecho evidente a toda la guardia del palacio y a todos los demás que estoy encadenado por causa de Cristo». ¡Imagínense el impacto que habrá tenido en esa cárcel, donde reinaban el escepticismo y la incredulidad!

Los apagones que vivimos nos dan oportunidades maravillosas de demostrarle al mundo que ni nuestra felicidad ni nuestra seguridad dependen de las condiciones o circunstancias que nos rodean. Cuentan que un día, Billy Bray —el famoso minero de Cornualles— salió a su huerta a cosechar unas papas. Según él, le oyó decir a Satanás: «Billy, buen hombre, ¿no te parece más que escasa la paga que recibes tras tantos años de servir a tu Padre con tanta dedicación? ¡Mira nomás, esas miserables papas!» Billy respondió: «Muy chistoso, Satán. Ahí sigues: dale que dale contra mi Padre celestial, alabado sea Su nombre. Pues fíjate que cuando te servía a ti, ¡ni siquiera tenía papas!»

Y así, siguió escarbando y alabando a Dios en voz alta por sus míseras papitas. Billy Bray era como Pablo: un cristiano inconmovible. Satanás no consiguió trastornarlo; las circunstancias no lograron quitarle el amor que sentía por el Padre ni dejó de confiar en Su fidelidad.

Con razón Pablo decía: «De ninguna cosa hago caso»[4], y la actitud de Billy Bray era igual. Estoy segura de que hubo cristianos consagrados que se sintieron igual durante el reciente apagón. La oscuridad no los atemorizó ni los despojó de su sensación de seguridad. Contaban con una fuerza interior inagotable que les bastaba para hacer frente a cualquier circunstancia.

Fue por eso que Pablo escribió: «Estamos atribulados en todo, pero no angustiados; en apuros, pero no desesperados; perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no destruidos, dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también Su vida se manifieste en nuestro cuerpo. Pues a nosotros, los que vivimos, siempre se nos entrega a la muerte por causa de Jesús, para que también Su vida se manifieste en nuestro cuerpo mortal.»[5]

Hay un viejo refrán que reza: «En la desesperación nace esfuerzo al corazón». Cuando Pablo se vio en una situación desesperada, invocó una promesa de la Palabra de Dios.

Dios nos ha dado muchísimas promesas estupendas a las que asirnos y que pueden tener el fulgor de una estrella en medio de un apagón. Una persona que estuvo presente en ese apagón comentó que lo que más le impresionó fue poder ver las estrellas. ¡Hacía mucho tiempo que la gente de Nueva York no las veía!

Sé que entre quienes están leyendo esto hay algunos que se encuentran en medio de un túnel tenebroso. Aquí tienen unas cuantas estrellas que los ayudarán a salir adelante. Son promesas de la magnífica Palabra de Dios. Pónganles mucha atención e invóquenlas.

«Temed al Señor, vosotros Sus santos, pues nada falta a los que le temen. Los que buscan al Señor no tendrán falta de ningún bien. Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas lo librará el Señor. El ángel del Señor acampa alrededor de los que lo temen y los defiende.»[6]

«Ciertamente les aseguro que el que cree en Mí las obras que Yo hago también él las hará, y aun las hará mayores, porque Yo vuelvo al Padre. Cualquier cosa que ustedes pidan en Mi nombre, Yo la haré.»[7]

«Les aseguro que, si tienen fe tan pequeña como un grano de mostaza, podrán decirle a esta montaña: “Trasládate de aquí para allá”, y se trasladará. Para ustedes nada será imposible.»[8]

«Él perdona todos tus pecados y sana todas tus dolencias»[9].

«Torre inexpugnable es el nombre del Señor; a ella corren los justos y se ponen a salvo»[10].

«El Señor es refugio de los oprimidos; es su baluarte en momentos de angustia»[11].

Esas promesas brillan como estrellas en los apagones personales de todo cristiano. Es maravilloso sentir la presencia de Dios en medio de las tinieblas, saber que está aquí mismo. Sabemos que Él está aquí, y que no tenemos nada que temer.

Aquí tienen un hermoso poema:

En la oscuridad de la noche
yacía un niño, desvelado.
Entonces preguntó, vacilante:
«Padre, ¿sigues a mi lado?»

Sintió una mano tierna y suave
que con amor lo cobijaba
y oyó apacible la voz del Padre:
«¡Sí, niño mío, no temas nada!»

A veces, al igual que ese pequeño
nos sentimos desamparados,
y en medio de la oscuridad clamamos:
«Oh, Padre, ¿aún sigues a mi lado?»

Las veces en que entre tinieblas
a Él nos encomendamos,
nos tiende la mano, y nos dice:
«No temas, que sigo a tu lado».

Así pues, cuando tengas miedo,
cuando estés solo y asustado,
cuenta con Su fiel promesa:
«No temas, estoy a tu lado»[12].

Con las oscuras dificultades que enfrentamos, debemos recordar que Dios está a nuestro lado, preparándonos para triunfar y hacer frente a otras pruebas más arduas. Las pruebas de hoy no son sino ensayos generales que ponen de manifiesto la forma en que reaccionaríamos en tragedias de mayor envergadura. Pero si aprendemos a hacer caso omiso de las pruebas de todos los días y obtenemos la victoria hoy y ahora, estaremos listos para cualquier apagón grande que pueda sobrevenirnos.

La Palabra de Dios dice: «Bástate Mi gracia»[13]. Una gracia que nos da poder para afrontar la adversidad sin quejarnos; una gracia que nos permite descansar plenamente en el poder de Dios y confiar en Él.

Adaptación de una transcripción del programa de radio Momentos de meditación. Publicado en Áncora en septiembre de 2021.


[1] Este programa de radio fue grabado en 1965 y hace referencia al apagón de ese año que «dejó a 30 millones de personas en 8 estados de la Costa Este norteamericana sin energía por hasta 12 horas. En ese entonces fue el mayor apagón en la historia del país y sucedió en la hora de mayor movimiento de la tarde. Más de 800.000 pasajeros quedaron atrapados en el metro de la ciudad».

[2] Versión Reina Valera.

[3] Nehemías 8:10.

[4] Hechos 20:24.

[5] 2 Corintios 4:8-11.

[6] Salmo 34:9, 10, 19, 7.

[7] Juan 14:12, 14.

[8] Mateo 17:20.

[9] Salmo 103:3.

[10] Proverbios 18:10.

[11] Salmo 9:9.

[12] «Padre, ¿sigues a mi lado», escrito por Dinnie McDole Hayes.

[13] 2 Corintios 12:9.

 

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