agosto 17, 2021
En El señor de los anillos, novela fantástica de carácter épico, J.R.R. Tolkien nos transporta a la Tierra Media, que las malvadas fuerzas de Saurón, señor de Mordor, han sumido en grandes tinieblas. Se ha debatido mucho si la obra del escritor británico constituye una alegoría. El propio Tolkien afirmó que la alegoría lo desagradaba en todas sus manifestaciones. Sin embargo, posteriormente escribió: «Por supuesto, Alegoría y Argumento convergen en algún punto de la Verdad».
Profetas y videntes de distintas épocas han predicho un cataclísmico fin del mundo, no muy distinto de lo descrito por Tolkien. En sus Centurias, Nostradamus habló de que en los últimos tiempos surgiría un anticristo y estallaría una sangrienta y abrasadora guerra de enormes proporciones: «La ciudad en llamas. Corazón inhumano. Sangre derramada. Para nadie perdón». Los profetas Isaías y Daniel anticiparon en la Biblia que los postreros días serán «tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces», y que «tinieblas cubrirán la Tierra, y oscuridad las naciones». También Jesús advirtió a Sus discípulos que en los últimos días «una nación entrará en guerra con otra, y un reino con otro reino. Habrá hambres y terremotos en muchas partes del mundo. Sin embargo, todo eso es solo el comienzo de los dolores del parto.»[1]
«Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.» J.R.R. Tolkien
En el libro del Apocalipsis Juan el profeta refirió una visión de un ser de otro mundo que surgía de las profundidades; un monstruo cuyo poder proviene de un dragón que representa a las fuerzas de las tinieblas. «Vi subir del mar una bestia [...]. Y el dragón le dio su poder y su trono, y grande autoridad». De acuerdo con numerosas profecías de la Biblia, esta bestia personifica a una figura política que aglutinará a la población del planeta bajo un solo gobierno mundial y exigirá la lealtad de todas las naciones. «Se maravilló toda la tierra en pos de la bestia, y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: “¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?” [...] También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación»[2].
—Espero que no suceda en mi época —dijo Frodo.
—También yo lo espero —dijo Gandalf—, lo mismo que todos los que viven en este tiempo. Pero no depende de nosotros. Todo lo que podemos decidir es qué haremos con el tiempo que nos dieron. J.R.R. Tolkien
Si bien en El señor de los anillos se describe una maldad inconcebible, el mensaje subyacente es que, aun en presencia de gran oscuridad, siempre hay esperanza. Cuando se le preguntó a Tolkien sobre el empeño de Frodo en seguir adelante para destruir el anillo, respondió: «Más parece una alegoría de la raza humana. Siempre me ha impresionado el hecho de que, si hemos sobrevivido hasta ahora, ha sido merced al coraje indomable de gente bastante pequeña que se vio en situaciones imposibles». Con tanta oscuridad como hay, a veces caemos en el error de pensar: «¿De qué sirve un rayito de luz, una pizca de bondad, un poco de amor?»
Este mensaje de esperanza para los mansos, los débiles, los impotentes y los oprimidos, que tanto se destaca en El señor de los anillos, fue proclamado también por Jesús cuando dijo: «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios»[3]. Jesús no nació en cuna de poder, sino en humilde pesebre. Su vida se inició en un modesto establo. Su padre era un simple carpintero. Tuvo por discípulos a pescadores incultos. Fue objeto de persecución y burla por parte de los dirigentes religiosos de la época, que terminaron crucificándolo a fin de detener la difusión de Su evangelio, el cual amenazaba con socavar la influencia de sus poderosas instituciones religiosas.
La doctrina radical de Cristo que tanto espantó a los dirigentes de Su tiempo era un mensaje de verdad y de amor: amor a Dios y al prójimo, la mayor fuerza del universo, la cual acabará por derrotar a todo mal. La negativa de los seres humanos a aceptar a Dios y Sus leyes basadas en el amor es el origen de la insensibilidad y dureza con que la gente trata a sus semejantes, las cuales saltan a la vista en el desfallecido mundo actual, atribulado por la opresión, las enfermedades mentales, las adicciones, la explotación y la guerra.
«Es cierto que el mundo está colmado de peligros y que hay en él sitios lóbregos, pero hay también muchas cosas hermosas, y aunque en todas partes el amor está unido hoy a la aflicción, no por eso es menos poderoso. Algunos de nosotros cantamos que la Sombra huirá en retirada y que volverá la paz». J.R.R. Tolkien
Cuando Jesús fue brutalmente crucificado, dio la impresión de que las luces del mundo se habían apagado y de que se había sofocado Su mensaje. Pero tres días después resucitó de los muertos. Antes de ascender al cielo prometió que Su Espíritu perviviría en Sus discípulos, en los que difundieran la luz de Su verdad y amor. Asimismo anunció que un día volvería para triunfar sobre la maldad, el odio y las perversas obras del Señor de las Tinieblas y establecer en la Tierra el reino de amor de Dios. Que así sea. ¡Ven, Señor Jesús![4]
El capítulo 24 de Mateo trata sobre la Segunda Venida de Jesús, oportunidad en que reunirá a todos cuantos hayan aceptado Su salvación para luego llevárselos consigo al cielo. Ese suceso se conoce como el Arrebatamiento. Durante casi 1800 años prácticamente la totalidad de la cristiandad creyó que Jesús retornaría después del período que Él denominó la Gran Tribulación, el cual consistirá en tres años y medio de intensas persecuciones.
No fue sino en los últimos 100 años o así que surgieron interpretaciones como las de C.I. Scofield (1843-1921) que inferían la ilusoria doctrina de que Jesús retornaría antes de la Tribulación. Dicha interpretación propone a los creyentes: «No se preocupen, Jesús vendrá y los sacaría del mundo antes del caos y la desolación, ahorrándoles con ello muchos sufrimientos». ¿Pero qué dice la Biblia?
En Mateo, capítulo 24, los discípulos de Jesús le preguntan cuál será la señal de Su venida. Él les responde desvelándoles no una, sino numerosas señales: guerras, hambrunas, pestilencias, terremotos, persecución de los cristianos, proliferación de falsos profetas, anarquía, la falta generalizada de amor y la prédica del Evangelio en todas las naciones. «Entonces —dice— vendrá el fin»[5].
A partir del versículo siguiente Jesús nos cuenta lo que sucederá durante la Gran Tribulación, es decir, los últimos tres años y medio antes de Su retorno, que a su vez coinciden con la segunda mitad del régimen del Anticristo. Además nos dice a qué señal específica debemos estar atentos, a fin de saber exactamente cuándo dará comienzo ese período.
«Cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel […] habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá»[6].
En el libro del Apocalipsis descubrimos que esa «abominación desoladora» es una imagen del Anticristo, de la Bestia[7]. Tanto en el libro de Daniel como en el Apocalipsis se nos dice que exactamente a la mitad del régimen del Anticristo, el cual durará siete años, se erigirá dicha imagen en el lugar santo[8].
¿Cuándo regresará Jesús? «Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días»[9]. Jesús no anuncia que cuando veamos la abominación desoladora en el lugar santo Él estará a punto de rescatarnos de manos del Anticristo y salvarnos de los inminentes tormentos. Advierte a sus seguidores que enfilen hacia los montes y se preparen para un periodo de gran tribulación[10]. Es decir, que Sus seguidores todavía estarán en este mundo.
¿Por qué se tomarían el Señor y los profetas la molestia de decirnos exactamente cuánto durará la Gran Tribulación —la duración exacta en días, semanas y meses— si Sus seguidores no tuvieran necesidad de saberlo, si no fueran a estar aquí en la Tierra para contar esos días, semanas y meses?[11] Jesús nos reveló esos detalles porque quiere que los que vivan y hayan quedado[12] durante ese periodo cobren ánimo sabiendo que la Tribulación no durará para siempre y que cada día que pase se irá acercando el glorioso final.
Jesús nos advierte que no debemos esperar que retorne antes de lo predicho. También nos previene que no nos dejemos engañar por falsos profetas que pretenderán convencernos de que la venida de Cristo es inminente o que Él ya se encuentra en alguna parte[13]. Nos dice que no les creamos, porque cuando Él venga, lo sabremos sin asomo de duda.
Algunos proponentes de que la Tribulación será posterior al Arrebatamiento llegan a afirmar que este acontecerá en secreto, que nadie verá a Jesús a excepción de los salvos. No obstante, Su Palabra dice que vendrá «sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria». El cielo se iluminará de un extremo a otro, y habrá tales señales en el firmamento que será imposible no darnos cuenta del retorno de Jesús. Es más, dice que «todo ojo le verá»[14]. ¡Todo el mundo sabrá que Jesús ha vuelto!
Todos verán también levantarse a los muertos en Cristo —es decir, a todas las personas salvas que ya hayan muerto— para reunirse con Él en el aire. Además lo oirán, pues «el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del Cielo»[15]. Será el espectáculo más grandioso que el mundo haya visto.
Después que los muertos en Cristo hayan resucitado para reunirse con el Señor, «nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire y así estaremos siempre con el Señor»[16].
Artículo recopilado a partir de notas de Conéctate. Texto adaptado y publicado de nuevo en agosto de 2021. Leído por Gabriel García Valdivieso.
[1] Mateo 24:7,8 (NTV).
[2] Apocalipsis 13:1–4, 7.
[3] Mateo 5:5, 9.
[4] Apocalipsis 22:20.
[5] Mateo 24:4–14.
[6] Mateo 24:15, 21.
[7] Apocalipsis 13:14–15.
[8] Daniel 9:27; Mateo 24:15–21; Apocalipsis 13:5.
[9] Mateo 24:29.
[10] Mateo 24:16–22.
[11] Daniel 7:25; Apocalipsis 12:6, 13:5.
[12] 1 Tesalonicenses 4:17.
[13] Mateo 24:23–26.
[14] Apocalipsis 1:7.
[15] Mateo 24:27, 30; Hechos 1:9–11; 1 Tesalonicenses 4:16; Apocalipsis 1:7.
[16] 1 Tesalonicenses 4:17.
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