julio 28, 2021
Martín Lutero siempre ha sido uno de mis héroes. Fue uno de los grandes apologistas cristianos; proclamaba la salvación solo por gracia, y también fue un escritor prolífico y elocuente. Logró asombrosas victorias tanto en el ámbito jurídico y como en el espiritual, a pesar de una enorme oposición, y es recordado por la mayoría como un hombre de Dios.
Hoy estaba escuchando su himno Castillo fuerte es nuestro Dios y me llegó al corazón. Desde las primeras palabras, el mensaje es claro y lleno de fe valerosa.
Castillo fuerte es nuestro Dios,
baluarte y firme escudo.
Es siempre nuestro ayudador
en todo trance oscuro.
Con furia y con afán
acosa Satanás;
muy grande es su poder,
sus tretas y odio cruel.
Cual él no hay en la Tierra.
Una fortaleza es un símbolo de fuerza; y un baluarte nos protege de un peligro externo o de hacernos daño. La verdad que se proclama —entre todo el torrente de enfermedades mortales y problemas del mundo—, es que Dios siempre está ahí para ayudarnos y protegernos. He comprobado muchas veces que esto es un hecho y que el Señor me ha protegido a mí y a los míos de toda clase de problemas en los que —si no hubiera sido por Su intervención— deberíamos haber quedado atrapados. De verdad que el Señor es una fortaleza infranqueable.
Nuestro enemigo, Satanás, busca hacer el mal y causar daño en nuestra vida. A veces es un ataque directo: un agravio a nuestra salud o seguridad, o la de nuestros seres queridos. Sin embargo, en muchos casos es un ataque más sutil, aunque igualmente peligroso: provocar deseos carnales, o alimentar sentimientos de desaliento, envidia, soledad y celos. Muchas veces traté de combatir a Satanás a mi manera, y siempre fracasé. El himno afirma acertadamente que no podemos luchar con nuestra propia fuerza, o nos esforzaremos en vano. Necesitamos a Jesucristo, la Roca de la eternidad, la piedra angular de la fortaleza, a fin de que Él gane por nosotros la batalla.
De nuestras fuerzas depender
sería estar perdidos;
mas con nosotros lucha Aquel
que Dios ha escogido.
¡Quién es sino Jesús,
el que venció en la cruz!
De ejércitos Señor,
por siempre Salvador.
Él triunfa en la batalla.
Aunque debería hacer un esfuerzo para superar los malos hábitos y resistir la tentación, para luchar a fin de despojarme del viejo hombre[1] y adaptarme a la mente de Cristo[2], sé que no estoy a la altura de las circunstancias. Aunque me sienta bien, no soy lo bastante bueno por mi cuenta. A la inversa, por muy insuficiente que me sienta, por medio de Cristo y Su Palabra puedo conseguir la victoria. Martín Lutero comprobó más de una vez —mientras combatía la depresión y la aflicción—, que la única liberación duradera viene de arriba[3].
¿Sabes cuál es la mejor parte? Con el paso de los años, he descubierto más y más que Jesús ya ganó la batalla. ¿Entonces qué nos queda por hacer? Bueno, verdaderamente la victoria es nuestra. Sin embargo, al ser Sus discípulos, Jesús nos dijo: «En el mundo tienen tribulación»[4]. Eso significa que no siempre vemos inmediatamente la victoria en las situaciones que enfrentamos. En primer lugar, tenemos que mantener una postura firme al pasar por las tribulaciones y los problemas. El himno con audacia nos dice que no temblemos ante el príncipe del mal. Promete que una sola palabra lo derrotará.
Si del infierno una legión
quisiera aniquilarnos,
no temeremos, porque en Dios
y en Su verdad triunfamos.
El príncipe del mal
no nos hará temblar.
Luchemos sin cuartel,
que él pronto va a caer
con solo una palabra.
A pesar de los desafíos y pruebas que enfrentamos, encontramos nuestra paz cuando descansamos en el poder de nuestro Señor. Una fortaleza que destaca como un faro de fuerza, un lugar de reunión, de seguridad. Y Jesús es eso para mí. A veces, cuando me he desanimado, un extraño se acercó a mí y me dijo una palabra amable, me ofreció una bebida caliente, o una oración. O bien, un amigo me llama en el momento preciso y me hace reír con su humor moderado, o el Señor responde una oración; día a día, cosas que ocurren me fortalecen cuando me siento débil, y me vuelven a poner en comunión con mi Salvador. El Señor me ha dado los deseos de mi corazón; son tantos que ni siquiera podría empezar a enumerarlos. Ya me ha dado más de lo que merezco, y todavía falta el Cielo. Lo que puedo hacer ahora mismo es ondear la bandera de esperanza desde mi torre, llamando a todos para que busquen seguridad en Jesús, nuestra torre fuerte[5].
Los cristianos podemos contar con sufrir oposición a nuestra fe y soportar cierta medida de furia por parte de un mundo incrédulo. Sin embargo, pongamos la mirada con firmeza en nuestro Señor y en el reino eterno, manifestemos amor en respuesta al odio, y hagamos que brille con intensidad la luz de la verdad en el reino de oscuridad. Si aguantamos hasta el fin, nos llamarán siervos buenos y fieles[6]. Nuestra obra de amor no es en vano, ¡y Su Palabra nunca regresa vacía![7] En cuanto a los que no les gustamos nosotros o nuestro mensaje, la Biblia nos llama el templo de Dios, así que vivamos con devoción y demos un ejemplo de Su amor santo, incluso ante la ira impía, las calumnias o los actos hostiles[8].
Y sobre todo, digamos esa palabra en toda oportunidad, animándonos a nosotros mismos, apacentando a otros y derrotando al maligno. JESÚS, el nombre que está por encima de todo nombre, que es nuestra esperanza de gloria, la fortaleza magnífica, imponente.
Esa palabra es superior
a todo imperio humano.
Dones y Espíritu nuestros son
con Cristo a nuestro lado.
Nos pueden despojar
de bienes y de hogar,
pues la verdad al fin
triunfante va a salir.
Su reino es para siempre.
[1] Efesios 4:22 (RVR 1995).
[2] Romanos 12:2 (NBLA).
[3] Salmo 121:1,2.
[4] Juan 16:33 (NBLA).
[5] Proverbios 18:10, Salmo 61:3.
[6] Mateo 25:21.
[7] Isaías 55:11.
[8] 1 Tesalonicenses 5:15.
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