junio 28, 2021
El tiempo es uno de los más valiosos recursos que Dios nos ha confiado. No es posible sustituirlo, reponerlo o revivirlo. Cada uno de nosotros tiene una cantidad finita de tiempo en su vida terrenal, y de cuánto tiempo disponemos o cuándo llegará a su fin nuestra vida es algo que está en manos de Dios. Somos administradores de nuestro tiempo y debemos emplearlo con prudencia, toda vez que tendremos que rendir cuentas de cómo hayamos administrado todo lo que se nos confió, incluido el tiempo. De ahí que el apóstol Pablo escribiera: «Cada uno de nosotros habrá de rendir cuentas a Dios de sí mismo»[1].
El empleo adecuado del tiempo en el contexto de la buena administración, se debe entender como el empleo en concordancia con la naturaleza y personalidad de Dios y conforme a Su voluntad, para Su gloria. No tiene que ver solo con actos propios de nuestra relación con el Señor y Su servicio, como la oración, la testificación, etc. A veces, por ejemplo, dedicamos tiempo al entretenimiento y la relajación.
Tomarse tiempo para descansar y relajarse está en armonía con la voluntad de Dios. Prueba de ello es Su precepto de que nos tomáramos un día de reposo. Hay quienes piensan que el tiempo que se dedica a un oficio o profesión es tiempo perdido, cuando preferirían aprovechar ese tiempo para prestar un servicio más visible a Dios. No obstante, trabajar para nuestro mantenimiento y el de nuestra familia concuerda con la naturaleza y voluntad de Dios, y si le encomendamos a Dios ese trabajo, forma parte del servicio que le rendimos.
Si bien es importante invertir tiempo en la lectura de la Palabra de Dios y en la oración, también lo son las necesidades cotidianas de la vida como cocinar, limpiar la casa, cambiar pañales y velar por la familia. La vida nos exige un uso equilibrado del tiempo. En ese contexto se enmarca el empleo del tiempo como parte de la buena administración.
Cada año calendario el Creador gentilmente nos otorga 8.760 horas. Es nuestro deber emplearlas con eficiencia y aprovecharlas al máximo[2]. Desafortunadamente, es fácil desperdiciar y malgastar el tiempo. El empleo prudente del tiempo requiere disciplina y sacrificio, como lo han expresado pilas de libros sobre el tema de la administración del tiempo. Es preciso tomar determinaciones para abstenerse de gastar tiempo en cosas que nos agradan y que deseamos hacer, y dedicarlo más bien a mejorar en algún aspecto o a trabajar para la consecución de objetivos. La gestión disciplinada del tiempo es necesaria en todo aspecto de la vida en que aspiremos a avanzar.
Un elemento clave para entender la importancia de emplear el tiempo como Dios quiere es reconocer que esta vida es una etapa de preparación para la eternidad. Además, la vida que llevamos y las acciones que realizamos o dejamos de realizar en esta vida inciden en nuestro futuro en la eternidad. No determinan nuestra salvación, pero según la Escritura sí influyen en las recompensas que obtendremos en la otra vida. Pablo abordó el tema cuando habló de edificar nuestra vida sobre el cimiento de Jesús:
«Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Si alguien edifica sobre este fundamento con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, heno y hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta, porque el día la pondrá al descubierto, pues por el fuego será revelada. La obra de cada uno, sea la que sea, el fuego la probará. Si permanece la obra de alguno que sobreedificó, él recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quema, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego»[3].
Merece la pena invertir en actividades que glorifiquen a Dios, que estén en armonía con Su voluntad para nosotros y nos acerquen a Él. Claro que esas no son las únicas cosas a las que es importante dedicar tiempo; sin embargo, es fácil descuidarlas en medio del ajetreo de la vida. Postergar frecuentemente los momentos que deberíamos dedicar a la oración, a la lectura de la Palabra de Dios y a otras actividades que fortalezcan nuestra fe y den sentido divino a nuestra existencia puede conducir fácilmente a saltarse por entero tales actividades, pues el tiempo que pensábamos que tendríamos para realizarlas más tarde terminamos ocupándolo en otras cosas.
Nadie sabe cuándo acabará su vida. El apóstol Santiago escribió: «¿Saben, acaso, qué les sucederá mañana? Pues la vida es como una nube de vapor, que aparece un instante y al punto se disipa»[4].
Nuestros tiempos están en manos de Dios[5], y si bien es de buen sentido planificar como si nos esperara una larga vida, es también muy sensato emplear nuestro tiempo como si no tuviéramos certeza de que mañana estaremos vivos. Hoy es el día para hacer la voluntad de Dios, tomar decisiones acertadas, mostrarnos generosos, transmitir el amor de Dios a otra persona, orar por alguien, auxiliar a los pobres, visitar a los enfermos, y ser un reflejo de Jesús para otra persona.
Teniendo en cuenta que el uso que damos al tiempo incide tanto en esta vida como en la otra, es relevante cómo empleamos cada día. Administrar el tiempo que nos otorga Dios, de una manera que nos acerque a nuestras metas y a la vez nos permita dar con un sano equilibrio entre trabajo, recreación, vida familiar y vida de fe, es parte primordial de nuestra vida en la tierra.
El ahora mismo de todos los días es un tiempo que Dios benévolamente nos ha concedido y que por ende debemos valorar en sumo grado. Cuando nuestro tiempo en la Tierra toque a su fin, ¿estaremos satisfechos con el empleo que dimos a ese valiosísimo don que Dios depositó en nuestras manos, o tendremos remordimientos?
Dios nos ha dado vida y tiempo en esta Tierra con la expectativa de que vivamos intensamente, de que gocemos de la vida que nos ha concedido de maneras que estén en concordancia con Su naturaleza y Su personalidad, de que lo glorifiquemos en nuestra vida y así cuando esta termine el mundo esté un poquito mejor a consecuencia de nuestros actos.
Invertir sabiamente en el presente y también en la eternidad significa dedicar tiempo a las cosas que importan en esta vida y que además tienen valor en la otra vida. Por ejemplo, cuidar de nuestra familia, cultivar la relación con nuestro cónyuge, aprender cosas nuevas, labrar amistades, atender a los necesitados, dar a conocer el amor de Dios y la salvación, ser amables y generosos, y ejercer una buena influencia en la colectividad. En suma, invertir bien el tiempo significa llevar una vida que sea un reflejo de Dios, que permita que nuestra luz brille delante de los demás, que tenga un efecto favorable sobre quienes nos rodean y que además nos acumule tesoros en el Cielo.
El buen manejo del tiempo exige esfuerzo, disciplina y compromiso, pero hacer un esfuerzo en ese sentido contribuye a que seamos más felices y nos sintamos más realizados. Si estás dispuesto a poner de tu parte para aprovechar mejor el tiempo y eliminar actividades estériles, dispondrás de más tiempo para las cosas que tienen valor para ti y podrás ocuparte de la consecución de tus objetivos personales, ya sean de índole práctica, espiritual o un poco de cada. Un eficaz manejo del tiempo también contribuye a suprimir el estrés.
Debemos estar atentos para no desperdiciar tiempo en actividades que tienen poco o ningún valor, o que absorben una cantidad desmedida de tiempo en relación a su valor. Ciertas cosas están bien en pequeñas dosis, pero si no nos disciplinamos, fácilmente nos pueden robar tiempo. Relajarse y descansar es importante; sin embargo, es fácil pasarse de la raya y extender tanto un rato de distensión que se convierte en un desperdicio de tiempo, en actividades que nos roban horas que podríamos invertir en empresas más útiles y provechosas, o incluso en cosas que nos brinden mayor satisfacción.
Si administramos bien el tiempo de que disponemos, nos disciplinamos en su empleo, dedicamos tiempo a fortalecer nuestra vida espiritual y conexión con Dios, y a la vez procuramos no malgastar este valioso don, seremos productivos en esta vida y almacenaremos «tesoros en el cielo»[6].
Empleando el tiempo como Dios espera que lo hagamos, ayudando a los demás y comunicando el evangelio, «atesoraremos para nosotros riquezas, un sólido capital de reserva para el futuro, a fin de poder experimentar lo que es la vida verdadera»[7].
Artículo publicado anteriormente en marzo de 2014. Texto adaptado y publicado de nuevo en junio de 2021.
[1] Romanos 14:12 (BLPH).
[2] Efesios 5:15,16.
[3] 1 Corintios 3:11–15 (RVR 1995).
[4] Santiago 4:14 (BLPH)
[5] Salmo 31:15.
[6] Mateo 6:20.
[7] Paráfrasis de 1 Timoteo 6:19.
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