junio 8, 2021
«Como el Señor le había hablado, Agar le puso por nombre “El Dios que me ve”, pues se decía: “Ahora he visto al que me ve”»[1].
Es posible que haya momentos en nuestra vida en que nos parezca que en este mundo hemos sido olvidados, pero podamos hallar consuelo al saber que tenemos un Dios que nos ve.
Esto es cierto en la historia de Agar, en el Antiguo Testamento; ella fue desplazada de su país natal para trabajar como una sirvienta. Al encontrarse en una situación difícil, huyó de la casa de Abraham y Sara, donde su cuerpo se utilizó para que ellos tuvieran descendencia.
Cuando a Agar le pareció que en este mundo no había nada bueno para ella, las Escrituras nos dicen que un ángel del Señor la encontró cerca de un manantial en el desierto y la consoló. El ángel le dijo: «Vuelve junto a ella y sométete a su autoridad […] De tal manera multiplicaré tu descendencia, que no se podrá contar»[2].
Dios ve nuestro mundo secreto y entiende que todos tenemos una necesidad fundamental de ser vistos y reconocidos. Como Agar, cuando vemos con ojos de fe, nos encontraremos con un Dios que nos ve en todo momento cotidianamente. Dios vela por lo que ha creado, y que sepamos que estamos bajo la mirada amorosa de nuestro Padre celestial de verdad puede hacer que cambie nuestra perspectiva. Todos necesitamos un pequeño recordatorio de que Dios nos ve.
Por eso, el pozo donde Agar tuvo un encuentro con un ángel entre Cades y Bered se llama Beer Lajai Roi, que significa: pozo del Viviente que me ve. El nombre que elijamos para Dios, sea cual sea, revela nuestra necesidad y el carácter de Dios. Por medio de nuestra necesidad sentimos a Dios de manera más profunda. Eso es lo que Agar descubrió en el desierto: Dios me ve. Él sabe mi nombre. Sabe quién soy. Agar se reunió con un Dios íntimo y personal que tuvo compasión de ella.
Incluso en la noche más oscura de nuestra alma, no estamos solos al enfrentar problemas. Al igual que Agar, podemos hallar consuelo y descanso porque tenemos un Dios que nos ve. Brett McBride
Sabía a grandes rasgos quién había sido Agar por las diversas biblias ilustradas que había leído en mi niñez. Sin embargo, este año decidí leer la Biblia de principio a fin y al terminar ese relato me llevé una perspectiva nueva del amor que siente Dios por cada uno de nosotros de manera individual.
Agar era la sirvienta egipcia de Sara, esposa de Abraham. Al principio aparece como personaje secundario en la historia de Abraham y los pactos que hace Dios con él. Dios le había prometido a Abraham una descendencia incontable como las estrellas, pero Sara —que aún no había quedado embarazada y ya comenzaba a impacientarse ante el hecho de que la promesa de Dios no se cumpliera— pide a Abraham que se acueste con su sierva Agar.
Abraham consiente, y al poco tiempo Agar se da cuenta de que está esperando un hijo. Cuando se da cuenta de que está encinta de Abraham, a lo mejor comienza a pensar que para ella las cosas están repuntando. Tal vez tiene la esperanza de hacerse por fin un lugar en medio de esa gente. Quizás comienza a regodearse, pues la Biblia dice que ella comienza a «mirar con desprecio a su dueña»[3].
Sara se queja a Abraham, y Abraham le dice que Agar es asunto de ella y que por lo tanto puede hacer lo que le parezca conveniente. Sea lo que sea que hiciera Sara, por lo visto fue suficiente como para que Agar, embarazada, huyera al desierto, donde volvemos a encontrarla sentada junto a un arroyo, aplacando su sed[4].
Aquí viene la parte de la historia que me encanta: Dios manda a un ángel a buscar a la fugitiva y convencerla de que regrese a casa, al campamento de Abraham. Estamos hablando de una muchacha que probablemente se creía muy poca cosa a los ojos de los demás, que sentía que nadie la quería. Una chica con sus errores y sus fallos, con su ego; una chica que en lugar de ser hebrea era egipcia, que a lo mejor seguía aferrada a sus tradiciones anteriores y adoraba a los dioses egipcios; una chica que había despreciado a su ama y no merecía misericordia alguna; una chica que sin duda alguna seguiría equivocándose muchas veces más en la vida.
Ahí, en el desierto —en medio de su pecado y desesperación—, Dios se le aparece a Agar porque más allá de las circunstancias, de las decisiones que había tomado y los errores que había cometido, latía el corazón de una criatura a la que Dios había dado aliento de vida. Y es justamente eso lo que toma en cuenta Dios cuando envía al ángel a rescatar a esa muchacha cuya existencia concibió en Su imaginación y cuya historia había registrado en Su libro.
Ese encuentro con el ángel en el desierto basta para animar a Agar a regresar a casa. Pero antes de volver le da un nombre a ese Dios que sale a su encuentro en el desierto y le habla. Lo llama «el Dios que me ve»[5].
Todos hemos pasado momentos en que nos sentimos muy indignos de que Dios nos vea. Sin embargo, cuando nos sentimos menos dignos de ser amados y aun así Dios hace algo por nosotros y nos asegura que seguimos siendo dignos, eso nos cambia. Fue justamente eso lo que hizo Dios por Agar ese día. Le demostró que la amaba, que le tenía el ojo encima y que tenía planes para su vida. Ahí radica el poder de que Dios nos vea. Fue ese poder lo que le dio a Agar las fuerzas para regresar a una situación que apenas unos días atrás se le hacía intolerable.
Hay muchas cosas que me gustan de este relato, pero aquí van las tres principales:
En primer lugar, que para Dios no hay actores secundarios. A lo mejor la narrativa bíblica relegó la historia de Agar a lo que podría contarse en uno o dos capítulos, y le confiere a ella lo que podría considerarse un papel secundario en el contexto de la historia de la vida de Abraham y Sara. Sin embargo, Dios tenía un libro sobre su vida, en el cual ella era la protagonista central: la historia de su vida. Pues bien, eso se aplica a todos los que se sienten actores secundarios en la historia de la vida de otra persona.
En segundo lugar, que Dios está al tanto de los peores momentos de tu vida, los más feos, y aun así cree en ti. Saberlo le dio a Agar suficientes fuerzas para regresar a esa situación tan difícil en que Dios la había colocado. Donde sea que estés en este momento, sea cual sea el estado espiritual en que te encuentres, cuentas con un Dios que te ve y que cree en ti.
En tercer lugar, me encanta que Dios le haya salido al encuentro a Agar cuando ella huyó. Dios sabe con exactitud dónde nos encontramos tanto emocional como físicamente —también geográficamente— y nada puede separarnos de Su amor. Nos buscará hasta encontrarnos y nos ayudará a levantarnos una vez más.
El relato de Agar hoy todavía tiene validez para nosotros. Sea cual sea el momento que atravieses, y sin importar cómo te sientas, tienes un Dios que te mira y nada en esta tierra —ni siquiera tus errores— podrán separarte de un Dios así. Pablo dijo: «Estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor»[6]. Roald Watterson
Cada vez que Sara o Abraham mencionaron a Agar en sus conversaciones, se refirieron a ella como «mi esclava» o «tu esclava»[7]. […] Solo puedo imaginar lo desmoralizador que debe haber sido para Agar.
Sin embargo, cuando Dios encontró a Agar junto al pozo, la primera palabra de Su boca fue «Agar»[8]. Hasta ese momento en el relato, ni siquiera sabemos si Agar sabía quién era Dios. Sin embargo, sin duda Dios sí la conocía a ella. De hecho, conocía su nombre, y al llamarla por su nombre, Dios fue respetuoso.
En tu caso es lo mismo. Dios conoce tu nombre. Eres uno de Sus hijos a los que quiere tanto. Conoce a cada una de Sus ovejas por nombre[9]. Y no solo sabe tu nombre, lo tiene grabado en las palmas de Sus manos[10]. Que esté grabado tiene un significado más profundo que si solo está escrito. Estar grabado significa que se ha cortado, tallado, esculpido, implica permanencia, algo que no se puede borrar.
Además, si estás en Cristo […] entonces tu nombre está inmortalizado para siempre, porque está escrito en el libro de la vida. Al ser un creyente nacido de nuevo, ¡tu valioso nombre ahora es eterno! […]
Stephen Altrogge escribe: «Jesús nos conoce totalmente. […] Nos conoce hasta el último rincón; mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos. También conoce el sufrimiento a un nivel intenso y personal. […] Va a nuestro encuentro cuando estamos abatidos y vierte sobre nosotros Su gracia».
Me encanta que El Roi [Dios] se acercara a Agar. La buscó y llegó en el momento en que ella más lo necesitaba. En ese momento, se le aseguró que era vista, amada y que no era olvidada, que ella y el hijo que todavía no nacía (un hijo a quien Dios personalmente nombró; otra bendición especial que Dios mostró a Agar) sería cuidado.
Como «Padre misericordioso y Dios de toda consolación»[11], Dios disipó las preocupaciones de Agar, y socorrió a su corazón herido, cansado. Como en el caso de Agar, Dios también te promete que nunca te dejará[12]. En tus momentos de mayor necesidad, Dios te entrega Su gracia y misericordia[13].
Dios ve todo lo que te pasa. Agar señaló: «“Eres el Dios [El Roi] que me ve”, porque como ella dijo: “En realidad he visto aquí a Aquel que me ve”»[14]. Denise Kohlmeyer[15]
Publicado en Áncora en junio de 2021.
[1] Génesis 16:13 (NVI).
[2] Génesis 16:9–10 (NVI).
[3] Génesis 16:3,4.
[4] Génesis 16:5-7.
[5] Génesis 16:13 (NVI).
[6] Romanos 8:38, 39 (NVI).
[7] Génesis 16:2, 5–6 (NVI).
[8] Génesis 16:8.
[9] Juan 10:3.
[10] Isaías 49:16.
[11] 2 Corintios 1:3.
[12] Deuteronomio 31:6.
[13] Hebreos 4:14-16.
[14] Génesis 16:13 (PDT).
[15] https://unlockingthebible.org/2019/08/hagar-el-roi-god-sees.
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