mayo 20, 2021
«Dios no nos da todo lo que queremos, pero cumple Sus promesas, nos dirige por los mejores y más directos caminos hacia Él». Dietrich Bonhoeffer
Se suele decir que la vida es una escuela y esa puede ser una buena analogía. Dios permite que nos sucedan toda suerte de contratiempos para ponernos a prueba, para ver nuestra reacción, para impartirnos ciertas enseñanzas y para ayudarnos a madurar. Por supuesto, Su propósito es que nos beneficiemos de esas experiencias, nos apliquemos, nos tomemos esas enseñanzas a pecho, les saquemos provecho y desarrollemos al máximo todas nuestras posibilidades. En resumidas cuentas, las pruebas de la vida las concibe Él para que nos convirtamos en las personas que quiere hacer de nosotros y que sabe que podemos llegar a ser.
Para ayudarnos a hacer progresos, Dios se sirve —por increíble que parezca— de nuestras debilidades. Todo el mundo las tiene. Y Dios las permite por diversos motivos, basándose en lo que sabe que necesitamos y lo que originará el mayor bien. Entre otras cosas, las flaquezas nos enseñan humildad, paciencia, compasión y otras virtudes; por otra parte, resaltan la fuerza de la oración, lo cual contribuye a que vivamos más estrechamente unidos a Dios y a que dependamos más de Él. Asimismo, nos ayudan a entender mejor a los demás, lo que nos pone en mejor situación para sentir empatía y tenderles una mano cuando se enfrentan a pruebas o dificultades. Nuestras debilidades están para ayudarnos. Y nos reportan beneficios cuando las aprovechamos para aprender y por medio de ellas nos acercamos más a Dios.
Si uno tiene una debilidad, el primer paso es reconocer que se trata de un defecto; el siguiente es decidirse a hacer algo al respecto, a fin de esforzarse por superar esa debilidad con la ayuda de Dios. Una vez que se dan esos dos pasos, resulta más fácil reconocer el problema cuando surge, y ahí es cuando se presenta la prueba. ¿Tratamos de hacer de tripas corazón y de superar la debilidad con nuestras propias fuerzas, o acudimos a Dios para que nos ayude?
Lo mejor, claro está, es pedirle ayuda a Dios, pues Su poder se perfecciona en nuestra debilidad, y Él puede hacer lo humanamente imposible. La Biblia contiene numerosas promesas en ese aspecto, entre ellas: «Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible»[1] y: «Yo soy el Señor, Dios de todo ser viviente, ¿acaso hay algo que sea difícil para mí?»[2] Dios puede y quiere ayudarte a encontrar Su poder para superar tus debilidades, desea verte pasar las pruebas y te ayudará si se lo pides.
Aunque te ayudará, no te lo hará demasiado fácil soplándote las respuestas de antemano; si no, dejaría de ser una prueba. De hecho, superar debilidades de larga data en muy raros casos se logra aprobando un solo examen. Es más bien como hacer un curso. Un estudiante que ansía dominar cierta materia tiene que estudiar arduamente, ejercitarse una y otra vez y en muchos casos someterse a varias pruebas antes del examen final. Pero una vez que pasa el curso, ya se aprendió bien esas lecciones. Se gradúa de ese año o nivel y pasa al siguiente. En la escuela de la vida puede suceder algo parecido.
Una vez que nos hemos aplicado y hemos aprobado un curso, Dios no tiene que seguir poniéndonos las mismas pruebas una y otra vez. Puede que de vez en cuando nos ponga de pronto una prueba para refrescarnos la memoria; pero si ya pasamos el curso y retuvimos lo que aprendimos, esa prueba es mucho más fácil y menos exigente que el examen original, solo lo suficiente para mantenernos al día y ayudarnos a conservar nuestra destreza.
No importa si se trata de una gran prueba o de una dificultad casi irrisoria. Lo importante para Dios es que estemos dispuestos a aceptar cada prueba cuando se presenta y a confiar en que Él sabe por qué dispone que la enfrentemos. Él entiende nuestro corazón. Sabe lo que necesitamos para seguir madurando. Discierne lo que necesita nuestro espíritu y sabe exactamente con qué alimentarlo y cómo fortalecerlo.
Así que la próxima vez que te encuentres lidiando con alguna debilidad, en vez de ceder a ella o sentirte abrumado porque la vida es muy dura, tómala como un reto. Decídete a aprender algo de ella, confía en que por Su gracia, pronto avanzarás en la escuela de la vida.
Un factor importante para aceptar el proceso es confiar en el gran amor que tiene Jesús por nosotros, lo que ejercerá un efecto estabilizador en nuestra vida. Cuando estamos persuadidos de que nos ama, cuando somos conscientes de que se preocupa enormemente por nuestro bienestar y nuestra felicidad, esa certidumbre nos serena y nos equilibra, aunque enfrentemos desafíos, suframos desilusiones, desengaños, dificultades o cualquier otra cosa que nos depare la vida.
En este mundo, Su amor es lo único que es absolutamente perfecto e infalible. Hay muchas cosas agradables, bellas y maravillosas, pero nada tan perfecto como Su amor. Él es perfecto, al igual que Su amor, que es perdurable y digno de toda confianza, para siempre.
Compilación de los escritos de María Fontaine. Texto adaptado y publicado de nuevo en mayo de 2021.
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