Perspectivas sobre el tiempo

abril 20, 2021

Recopilación

[Perspectives on Time]

La siguiente pregunta se ha convertido en cliché: ¿Cómo vivirías si supieras que éste es tu último día en la Tierra?

El mismo interrogante se repite en cientos de libros, seminarios y discursos motivacionales. En ocasiones se parafrasea una versión alternativa, pero el concepto sigue siendo: «Vive cada día como si fuese el último». La desventaja de repetir una frase tantas veces es que al cabo de poco pierde su significado.

Es además un interrogante difícil de responder. En particular, si en realidad uno no está en el lecho de muerte. Muchas personas aseguran que sus últimas 24 horas serían empleadas en una buena acción. Contactarían a las personas importantes para ellos. Se esforzarían por ayudar a otros. Remediarían sus errores. Pedirían perdón y lo concederían de buena gana. Pareciera que muchas personas lo consideran un día de redención. Las últimas 24 horas para compensar cualquier fracaso y desliz.

Una conclusión que se puede sacar de esto es que deberíamos esforzarnos por vivir de manera que no necesitemos un último día para remediar los errores. Jesús nos dio ejemplo de esto cuando enfrentó Sus últimos días en esta Tierra. Sabía que Su tiempo en la Tierra estaba llegando a su fin. Estaba a punto de terminar Su misión y sabía que pronto sufriría traición y muerte. ¿Cómo vivió Él Sus últimas 24 horas?

Jesús pasó tiempo con Sus discípulos y cenó con ellos. Les dio la bienvenida lavando sus pies. Era un trabajo que por lo general era reservado para los sirvientes más bajos. Jesús mostró a cada uno de Sus discípulos gran amor y humildad al lavarles los pies. Se hizo a sí mismo un siervo[1].

Fue traicionado, pero no contraatacó. Fue maltratado, pero no perdió la paciencia. Sus amigos más cercanos le dieron la espalda, pero no reaccionó con odio. Fue humillado y acusado erróneamente, pero así y todo se mantuvo callado[2].

Siempre fue honesto. Cuando fue presentado ante Sus jueces —primero el Sanedrín y luego Pilato—, ellos le preguntaron sin miramientos: «¿Eres el Hijo de Dios?» Pudo ahorrarse muchísimo dolor y angustia con solo eludir la verdad. Pero se mantuvo fiel a ella, sin importar el costo[3].

Perdonó. Jesús fue azotado, escarnecido, escupido, arrastrado por las calles y clavado en una cruz, pero Sus únicas palabras fueron: «Padre, perdónalos». Él tenía el poder para hacer descender fuego y rayos sobre Sus captores y maldecirlos por lastimar al Hijo de Dios. En cambio, los perdonó incluso cuando se burlaban de Él y lo insultaban[4].

Fue bondadoso. La agonía de la cruz no le impidió tomarse el tiempo para asegurarse que alguien cuidara de Su madre. Prestó atención al ladrón que moría a Su lado y le aseguró un lugar en el Paraíso. En vez de pensar solo en sí mismo y Su sufrimiento, extendió Su ayuda a otros.

La manera en que Jesús vivió Su último día no fue distinta a como vivió Su vida entera. Jesús vivió cada día como si fuera el último. La honestidad, la humildad, el amor, el perdón y la bondad formaron una parte integral de Su vida. Fueron algunas de las cualidades que demostró. Vivir cada día como si fuese el último significa dedicar tiempo y energía a lo que realmente importa. A realizar acciones que no desaparecerán con el tiempo, sino que durarán por la eternidad.  Marie Story

El don de la perspectiva

Hace unos días estuve escuchando la radio. El conferenciante era Tim Timmons, un personaje muy conocido en el ámbito musical cristiano. Hace unos diez años descubrió que padecía un tipo incurable de cáncer. Durante su entrevista, dijo algo que me causó una profunda impresión: «El don que recibimos a través de un cáncer incurable, o de cualquier otro pesar que enfrentemos, es la perspectiva. Y dicha perspectiva es el don que nos anima a seguir dando».

¿Por qué el cáncer podría darnos el don de la perspectiva? Seguramente nos ayuda a ver con claridad qué cosas son valiosas y cuáles no. Te hace consciente de que el tictac del reloj de tu vida corre más deprisa que el de los demás. Probablemente te asaltan dudas que llenan tu mente como: «Si solo me queda un año de vida, ¿esto valdrá la pena?»

La certidumbre de la inminencia de la muerte nos hace ver claramente qué cosas son valiosas y cuáles no. Algunas que parecían importantes, como cuánto dinero ganamos o lo guapos que somos, rápidamente pierden su valor, mientras que con quién estamos o lo que hacemos cuenta mucho más. Y aunque trato de imaginármelo, sé que no soy capaz de captar la perspectiva completa que brinda una enfermedad muy dura. Pero me esfuerzo al máximo por vivir como si mis días en la Tierra estuvieran contados (y es así) y aprovechar plenamente la vida y a mis seres queridos.

Cuando necesito ver la perspectiva en lo que enfrento, me gusta citar la oración que hizo el rey David: «Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare. Llévame a la roca que es más alta que yo»[5]. Desde arriba de la roca tu perspectiva o punto de vista es muy distinta de cuando te encuentras abajo.

Al igual que el rey David, podemos pedirle al Señor que nos dé una nueva perspectiva. Incluso con una nueva perspectiva, todavía habrá cosas que no comprendamos ni entendamos a cabalidad; es posible que todavía veamos como por un espejo, borrosamente, mientras estemos en la Tierra[6]. Sin embargo, tenemos la promesa de que algún día entenderemos completamente y conoceremos, incluso como ya somos totalmente conocidos por Dios. Y entonces todo cobrará sentido.  Mara Hodler

Una cuestión de tiempo

Hace poco vi una película llamada Una cuestión de tiempo, en la que los hombres de cierta familia pueden viajar en el tiempo para corregir sus errores o volver a vivir momentos de su vida. Todos podemos ver las ventajas de poder regresar al pasado. Corregiríamos nuestros errores, cambiaríamos decisiones desacertadas o si dijimos o hicimos algo inoportuno o equivocado, lo arreglaríamos.

Desafortunadamente no tenemos esa capacidad. Cada día lo vivimos una sola vez. Y en ocasiones olvidamos el importante valor de cada día. A menudo permitimos que los problemas diarios y el estrés desplacen nuestras maravillosas bendiciones: amistades, familiares, experiencias y el hecho de que todos los días creamos recuerdos que guardaremos para siempre.

Lo que valoramos también suele ser cuestión de perspectiva. A menudo dejamos de apreciar algo cuando se encuentra siempre disponible o cuando tenemos abundancia de ello, y ese concepto se puede aplicar al tiempo. En muchos casos, solo cuando el trabajo o la vida cotidiana ocupan todo nuestro tiempo, o cuando enfermedades o accidentes amenazan con arrebatárnoslo, prestamos más atención a lo valioso que es nuestro tiempo en la Tierra.

El Salmo 90:12 dice: «Enséñanos de tal modo a contar nuestros días que traigamos al corazón sabiduría».

En la película Una cuestión de tiempo, el padre aconseja a su hijo vivir cada día dos veces. Le sugiere que la primera vez viva el día con todas las tensiones y preocupaciones que le evitan darse cuenta de los encantos que puede haber en el mundo, y que la segunda vez se detenga y se fije… para amar a las personas que lo rodean y disfrutar de todo lo bello. Lamentablemente no podemos darnos el lujo de viajar en el tiempo, pero sí podemos esforzarnos por vivir cada día en plenitud, como si hubiéramos elegido volver a vivirlo, y notar las maravillas que hay en él y la bondad de Dios para con nosotros.

En la Biblia, Jesús contó un breve relato sobre un rico insensato que almacenó todos sus bienes en graneros; y una vez que esos graneros de llenaron de sus bienes, decidió construir graneros aún más grandes a fin de guardar todo para sí mismo. A Dios no le gustó esa actitud, le dijo que esa misma noche moriría y le preguntó a quién pertenecerían todas esas cosas después de que él muriera[7]. ¿Qué pudo llevarse consigo de todas las cosas que había almacenado egoístamente en vez de compartirlas con otros y con Dios? ¡Nada!

Eso me recuerda un chiste moderno sobre otro rico insensato. Un hombre dedicó toda su vida a obtener mucho dinero, hasta tal punto que le rogó a Dios que le dejara llevarse una parte con él al Cielo. Dios se rió al escuchar esa tontería, pero decidió concederle su deseo: le permitiría escoger una cosa valiosa que llevar consigo a la otra vida. El hombre rico decidió vender todas sus riquezas y comprar lingotes de oro, los cuales tenían mayor valor, y llevárselos consigo. Satisfecho con su decisión, llegó a las puertas del Cielo, donde San Pedro lo recibió y le preguntó qué llevaba en tan pesado maletín. El hombre rico le explicó el trato que había hecho con Dios. San Pedro sintió curiosidad por lo que el hombre decidió llevar consigo. ¡Debía ser muy especial! El hombre abrió con orgullo el maletín y le mostró los relucientes ladrillos de oro. Sorprendido, San Pedro preguntó: «¿Trajiste pavimento?»

Dejando a un lado las calles de oro, al fin y al cabo, este es un buen recordatorio de lo que realmente importa. En las palabras de la Madre Teresa: «Ayer está en el pasado. Mañana todavía no ha llegado. Solo tenemos el día de hoy. Empecemos».  Nina Kole

Publicado en Áncora en abril de 2021.


[1] Juan 13:5.

[2] Lucas 22:45-71.

[3] Lucas 22:66-71.

[4] Lucas 23:34.

[5] Salmo 61:2 (RVR 1960).

[6] 1 Corintios 13:12.

[7] Lucas 12:16-21.

 

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