marzo 30, 2021
«Antes estaban muy lejos de Dios, pero ahora fueron acercados por medio de la sangre de Cristo. Pues Cristo mismo nos ha traído la paz. Él unió […] en un solo pueblo cuando, por medio de Su cuerpo en la cruz, derribó el muro de hostilidad que nos separaba. […] Hizo la paz […] Cristo reconcilió a ambos grupos con Dios en un solo cuerpo por medio de Su muerte en la cruz, y la hostilidad que había entre nosotros quedó destruida». Efesios 2:13-16 (NTV)
La muerte de Jesús en la cruz, el derramamiento de Su sangre, es lo que nos limpia de todo pecado y hace posible que nos reconciliemos con Dios. La reconciliación normalmente se refiere al fin de la hostilidad entre dos personas que han tenido diferencias. Significa volver a unir a quienes se apartaron uno del otro o se volvieron enemigos. El pecado separa a la humanidad de Dios. Sin embargo, la muerte de Jesús abolió esa separación y por ende cambió nuestra relación con Dios. «Al Padre agradó que en Él habitara toda la plenitud, y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de Su cruz»[1].
El acto de reconciliación entre Dios y nosotros es obra Suya, no nuestra. En Su gran amor y misericordia, nos reconcilió consigo mismo. Si bien es concedido gratuitamente, al Dador le costó mucho. Ofrendó a Su Hijo, que asumió como propios los pecados del mundo con Su lacerante muerte en la cruz y el sufrimiento de verse separado de Dios, los cuales aceptó en lugar de nosotros.
La muerte de Jesús fue un sacrificio sustitutivo por nosotros. Su sangre fue derramada por nuestra salvación. Él pagó el precio de nuestro rescate para que pudiéramos ser liberados, reconciliándonos así con Dios. Hemos sido redimidos por el sacrificio que hizo Dios con la muerte de Jesús. Pagó el precio de nuestros pecados en la cruz. ¿Qué le costó a Jesús cargar con nuestros pecados y recibir nuestro castigo?
El camino a la cruz tuvo un costo muy alto para Cristo. Pagó el precio y sufrió por cada uno de nosotros la pena que acarrea el pecado. Su dolor y agonía propiciaron el perdón de nuestros pecados, nos liberaron del castigo debido y nos reconciliaron con Dios. Ese es el don más sublime: el de la vida eterna. Y dado que somos beneficiarios de ese don —que para nosotros es gratuito pero que para Jesús resultó muy costoso—, Dios nos pide que nos convirtamos en embajadores de Cristo, que llevemos Su mensaje de reconciliación a otros y les imploremos que se reconcilien con Él.
«Todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación: Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios»[2]. Peter Amsterdam
«En cuanto a mí, jamás se me ocurra jactarme de otra cosa sino de la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo ha sido crucificado para mí, y yo para el mundo». Gálatas 6:14 (NVI)
En última instancia, dice Pablo, el núcleo de tu religión es aquello de lo que te jactas. ¿Por qué te parece que tu relación con Dios es adecuada? Si [crees que] la cruz es solo una ayuda, pero [te parece que] debes completar tu salvación con buenas obras, entonces en realidad tus obras es lo que marca la diferencia entre si te diriges al Cielo o no. Por consiguiente, te glorías en tu carne[3], en tus propios esfuerzos.
Pero si entiendes el evangelio, te jactas exclusivamente de la cruz, solo de ella. Nuestra identidad, la imagen que tenemos de nosotros mismos, se basa en lo que nos da una sensación de dignidad e importancia, en lo que nos jactamos. El evangelio nos lleva a jactarnos de la cruz de Jesús. Eso significa que nuestra identidad en Jesús es de confianza y seguridad, nos jactamos, y lo hacemos con humildad, basándonos en una profunda conciencia de nuestros defectos y necesidades.
Así pues, el evangelio se puede resumir en una frase excepcional: «En cuanto a mí, jamás se me ocurra jactarme de otra cosa sino de la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo ha sido crucificado para mí, y yo para el mundo»[4]. Soy salvo única y completamente por el trabajo de Cristo, no el mío. Él me ha reservado un lugar en el Cielo, me lo ha dado gratuitamente. Nunca me jacto —no me atribuyo el mérito por mi situación delante de Dios—, solo me glorío en la cruz; ahora me jacto de lo que Cristo ha hecho. Jactarse es regocijarse y tener mucha confianza en algo. Saber que somos salvos únicamente por el trabajo de Cristo nos da una confianza y alegría que nos motivan a jactarnos; no es una confianza en nosotros mismos, sino en Cristo.
Y si de verdad me jacto solo de Cristo, en mi vida hay un cambio impresionante. El mundo está muerto para mí. […] Pablo dice al cristiano que ahora no hay nada en el mundo que tenga poder sobre él. Notemos que Pablo no dice que el mundo esté muerto, sino que está muerto para él. El evangelio destruye el poder del mundo. ¿Por qué? En cuanto a mi justicia o salvación, si en el mundo no hay nada de lo que me jacto, entonces no hay nada en el mundo que tenga control sobre mí, nada que yo tenga que tener. […]
Gracias al evangelio de Cristo crucificado, dice Pablo, no me siento inferior ni intimidado por nadie, la circuncisión no significa nada. Y gracias al evangelio, no me siento superior ni menosprecio a nadie; la incircuncisión nada significa. Todo lo que importa es que por medio de Cristo crucificado hemos sido creados de nuevo[5]. El evangelio cambia mi futuro, me da un lugar en la recreación perfeccionada de Cristo. Y el evangelio cambia mi presente, me da una nueva imagen de mí mismo y una nueva manera de relacionarme con los demás. Timothy Keller
«Pues Cristo no me envió a bautizar, sino a predicar el evangelio, y esto, no con palabras elocuentes, para que la cruz de Cristo no perdiera su valor». 1 Corintios 1:17[6]
En primer lugar, la cruz es ofensiva por la clase de personas que eran crucificadas: los peores criminales de la sociedad romana. El hecho de que el Dios del universo tuviera algo que ver con un castigo así, era una ofensa. La imagen de un hombre crucificado representaba debilidad, vergüenza y oprobio. Cristo crucificado era un tropiezo para los judíos y una locura para los gentiles[7].
En segundo lugar, la cruz es ofensiva porque deja al descubierto nuestro estado espiritual. La cruz es humillante para nosotros como seres humanos porque demuestra que no hay nada que podamos hacer para ganarnos el favor de Dios. Dice que nuestras propias obras son como trapos sucios[8]; lo que también revela que la naturaleza humana no es buena, sino más bien pecaminosa. Eso hace que la cruz, el evangelio, sea ofensiva porque siempre fallaremos y estaremos perdidos, a pesar de nuestros mejores esfuerzos. Hizo falta la muerte de Jesús en la cruz a fin de tener los medios de justificación delante de Dios. Así pues, sin la cruz, estamos indefensos y perdidos en nuestros pecados.
En tercer lugar, la cruz es ofensiva debido a su mensaje exclusivo. La cruz afirma que la única manera de justificación delante de Dios es por medio de la muerte de Jesús en la cruz. El perdón solo se entrega de esa forma, así que deja de intentar exhibir tu propia justicia (trapos sucios). Para la humanidad es ofensivo… afirmar que Jesús es el único camino a la salvación y el único camino para restablecer una relación con Dios. […]
Sin la cruz perderíamos una parte importante del mensaje de salvación que proclamamos. El agravio, como dijo Pablo en Gálatas 5:11, es eterno; porque el mensaje de la cruz es ofensivo a todos los hombres a lo largo de la Historia. Y hasta que el mismo Cristo regrese y todos los ojos estén completamente abiertos, solo seguirá siendo ofensivo para aquellos que perecen. Matthew Boyd[9]
«El mensaje de la cruz es ciertamente una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan, es decir, para nosotros, es poder de Dios». 1 Corintios 1:18[10]
Desde que se empezó a predicar el evangelio, el mensaje de la cruz ha sido rechazado por considerarlo una insensatez o algo increíble. En este pasaje vemos que varias veces se hace referencia al agravio de la cruz: «Porque la palabra de la cruz es necedad para los que se pierden», y «Cristo crucificado, piedra de tropiezo para los judíos, y necedad para los gentiles»[11].
Pablo dice que para los judíos y gentiles (o no judíos), la cruz era ofensiva.
En primer lugar, la idea de un mesías crucificado era una insensatez para los judíos. Esperaban que el Mesías llegara y aplastara a los gentiles. […] Los judíos rechazaron la cruz porque no era lo que esperaban del Mesías. Sin embargo, los que no eran judíos —como los romanos—, también pensaban que era una insensatez. Pueden imaginarse la reacción de muchos romanos. Roma adoraba el poder. ¡Roma era poder! Los romanos servían al dios de la guerra. Sin duda era una insensatez ofrecerles el evangelio de un hombre de un país que ellos habían sometido a esclavitud y cuyo supuesto líder habían clavado en una cruz y asesinado. […]
A pesar de que la cruz era una insensatez para el mundo, Pablo dice que el tema central del mensaje cristiano es la cruz de Jesús. En 1 Corintios 1:23 dice: «Predicamos a Cristo crucificado». Y en el versículo 18, llama al evangelio: «la palabra de la cruz».
En este pasaje, algo importante que no debemos pasar por alto es que la cruz se identifica tanto con el evangelio, que Pablo se refiere al mensaje cristiano como «la palabra de la cruz». La cruz es esencial en el cristianismo. Es el corazón del evangelio. El cristianismo es acerca de lo que Jesús hizo en la cruz. Es «la palabra de la cruz».
No es la palabra de cómo todos pueden curarse físicamente; no es la palabra de cómo se puede tener éxito en el negocio; no es la palabra para que ahora tengas la mejor vida posible; no es la palabra de cómo puedes hablar en lenguas; no es la palabra de un cambio social; no es la palabra del sueño americano. Es «la palabra de la cruz»: Jesucristo vino a morir en la cruz para pagar por nuestros pecados. Ese es el mensaje central del cristianismo. ¡Es acerca de la cruz!
En cuanto al cristianismo, no se puede omitir el mensaje de la cruz sin transigir totalmente. En realidad, no hay cristianismo sin la cruz. […] Porque la cruz es insensatez y una piedra de tropiezo para muchos; algunos han tratado de «suavizarlo» al eliminar esa parte; pero eso no se puede hacer sin destruir el mensaje. No es cristianismo sin la cruz. […] Solo hay una cosa que puede salvar a alguien, y esa es el mensaje de la cruz de Jesucristo. Shawn Thomas[12]
Publicado en Áncora en marzo de 2021. Leído por Gabriel García Valdivieso.
[1] Colosenses 1:19,20.
[2] 2 Corintios 5:18-20.
[3] Gálatas 6:13.
[4] Gálatas 6:14 (NVI).
[5] Gálatas 6:15.
[6] RVC.
[7] 1 Corintios 1:23
[8] Isaías 64:6.
[9] http://www.matthewboyd.net/2012/08/why-is-cross-offensive.html.
[10] RVC.
[11] 1 Corintios 1:18, 23 (NBLA).
[12] https://shawnethomas.com/2015/07/27/the-message-of-the-cross-i-cor-118-24-sermon.
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