El juez injusto

marzo 22, 2021

Peter Amsterdam

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[The Unjust Judge]

La parábola del juez injusto o de la mujer importuna, como se la suele conocer, es una enseñanza sobre la oración. A veces se alude a ella como gemela de la parábola del amigo a media noche, por las similitudes que existen entre ambas. Tradicionalmente se ha considerado que las dos son ilustrativas de la persistencia en oración. Si bien la parábola del juez injusto trata sobre la oración, una mirada un poco más profunda nos revela que a través de ella Jesús también nos habla de cómo es Dios en cuanto a escuchar y responder a nuestras oraciones.

Partamos con un breve análisis de los dos personajes del relato.

El juez

El juez de la parábola no es un hombre honorable. Según lo describe Jesús, no teme a Dios ni respeta a nadie. No acepta la autoridad divina ni presta mucha atención a las opiniones de la demás gente[1]. Como consecuencia, los demandantes no pueden apelar a él diciendo: «Por el amor de Dios, falle a mi favor», pues carece de temor de Dios y no le importa lo que piense la gente de él. No tiene sentido del honor. No tiene vergüenza. La súplica «por amor a esta viuda que padece necesidad» no tiene efecto en él.

Jesús se vale del caso extremo del juez injusto —hombre sin reparos morales y sin ninguna vergüenza a los ojos de la comunidad— para señalar que la viuda, una de las personas más vulnerables de Israel, difícilmente obtendría justicia de parte de ese hombre.

La viuda

Las viudas en la Palestina del siglo primero y a lo largo del Antiguo Testamento eran en extremo vulnerables. Se las consideraba símbolo de los inocentes, los impotentes y los oprimidos. La Escritura advierte que las viudas no deben sufrir malos tratos, y que, si llegan a sufrirlos, Dios oirá su clamor, por cuanto Él es el defensor de las viudas[2]. «Padre de los huérfanos, defensor de las viudas es Dios en Su santa morada»[3]. Jesús expresó la indefensión de la viuda cuando habló de los escribas que devoran casas de viudas, lo que factiblemente se refiere a alguna forma de explotación económica[4].

El hecho de que la viuda expusiera su caso ante un solo juez en lugar de hacerlo ante un tribunal puede inferir que se trataba de un asunto de índole económica, una cantidad que se le adeudaba, una suma de dinero o parte de una herencia que se le estaba denegando[5]. El que acudiera a un juez revela que probablemente no tenía hijo varón o hermano o ningún otro hombre dentro de su clan familiar que la representara ante el juez. De haberlos tenido, es probable que uno de ellos hubiera comparecido ante el magistrado en lugar de ella.

En el contexto de la narración se da por sentado que la viuda tiene la razón y pide lo que legítimamente le corresponde. Es de suponer que los discípulos, a quienes en principio estuvo dirigida esta parábola, entendían que la mujer se hallaba desamparada e indefensa, sin nadie que resguardara sus derechos ni la protegiera. La perseverancia era su única defensa. También se habrían percatado de que su comportamiento demostraba que era una mujer de carácter. Tratándose de una viuda, lo correcto era que hubiera hecho las veces de víctima indefensa. En cambio, se instala en un mundo de hombres para comparecer ante el juez, y al ser rechazada, persiste.

La parábola

La parábola empieza con un comentario de Lucas, que nos expone el tema del que trata: «Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar en cualquier circunstancia, sin jamás desanimarse. Les dijo: “Había una vez en cierta ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a persona alguna. Vivía también en la misma ciudad una viuda, que acudió al juez, rogándole: ‘Hazme justicia frente a mi adversario’”»[6].

Vemos aquí a la viuda desamparada que se presenta valerosamente ante el juez y le pide que defienda su caso y le haga justicia en el conflicto que tiene con su adversario. Si bien se le había acercado en repetidas ocasiones, desde hacía ya algún tiempo él la desestimaba y se negaba a ayudarla.

«Durante mucho tiempo, el juez no quiso hacerle caso, pero al fin pensó: “Aunque no temo a Dios ni tengo respeto a nadie, voy a hacer justicia a esta viuda para evitar que me siga importunando. Así me dejará en paz de una vez.”»[7]

A la larga el juez comprendió que la viuda no iba a dejar de implorarle justicia. Admite que no le importa lo que piense Dios o el hombre, pero sí le molesta que ella ande importunándolo constantemente. Decide hacerle justicia, no porque albergara alguna bondad o compasión, o porque fuera siquiera el correcto proceder en ese caso. Su decisión nace de que está harto de que la viuda lo acose con insistencia.

Dadas la insólita persistencia de la mujer y sus incesantes demandas de justicia, el juez decide fallar a su favor. Llega a la conclusión de que la mujer nunca se dará por vencida y por ende, accede a lo que le pide.

Jesús va entonces al tema que quiere transmitirnos: «El Señor añadió: “Ya han oído ustedes lo que dijo aquel mal juez. Pues bien, ¿no hará Dios justicia a Sus elegidos, que claman a Él día y noche? ¿Creen que los hará esperar?”»[8]

Jesús nos llama la atención sobre lo que dijo el juez y enseguida nos presenta su argumento. Cuando rezamos, nuestras oraciones no llegan a oídos de un juez injusto que desestima a todo el mundo y que solo responde por motivos egoístas. Nosotros en cambio presentamos nuestras peticiones a nuestro Padre, que nos ama y responde a los ruegos de los que acuden a Él en oración.

Esta parábola habla de la necesidad de orar y no desmayar cuando nuestras plegarias no encuentran respuesta inmediata. La perseverancia en la oración es uno de los temas que aborda la parábola; sin embargo, hay más.

Lucas sitúa esta narración justo después de una disertación de Jesús sobre el retorno del Hijo del Hombre. «Dijo también Jesús a Sus discípulos: “Tiempo vendrá en que ustedes desearán ver siquiera uno de los días del Hijo del Hombre, pero no lo verán”»[9].

Jesús comunica a Sus discípulos que vendrá una época en que ansiarán ver el día de Su regreso, pero no lo verán. De ahí pasa a explicarles cómo serán los días previos a Su venida y los compara con los días antes del Diluvio y la época de Lot, antes que la justicia divina se hiciera sentir sobre el pueblo. Comían y bebían, compraban y vendían, plantaban y edificaban, hasta que les llovieron los castigos. Los creyentes desearán ver al Hijo del Hombre, pero la vida en cambio sigue como siempre. No obstante, cuando llegue ese día, la justicia de Dios se impondrá sin demora[10].

Seguidamente, Lucas da comienzo al relato del juez y la viuda. Esta parábola se inscribe en el contexto de la esperanza incumplida de la venida del Hijo del Hombre. Se centra en que los creyentes no debemos desanimarnos mientras aguardamos el cumplimiento de las promesas de Dios. Durante la espera debemos persistir en la oración, sabiendo que Dios no dejará de respondernos. Jesús dijo: «Pues bien, ¿no hará Dios justicia a Sus elegidos, que claman a Él día y noche? ¿Creen que los hará esperar?»[11]

Dentro del contexto del regreso del Hijo del Hombre, Dios hará justicia a Su pueblo en el momento en que Él lo disponga. Pero mientras esperamos, tenemos el deber de orar y confiar, de no rendirnos, no cansarnos ni agotarnos, que son otras definiciones de la palabra griega traducida como desanimarse.

Jesús prosigue diciendo: «Les digo que les hará justicia en seguida». Mediante el regreso de Jesús Dios responderá a las oraciones que Sus hijos han elevado pidiendo justicia a lo largo de los siglos. A Su retorno, nos hará justicia enseguida.

Entonces Jesús lanza una pregunta trascendental: «Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿aún encontrará fe en este mundo?»[12] Vale la pena hacer reflexión en torno a esta pregunta. Al regresar Jesús a la tierra, ¿encontrará gente de fe, gente que haya perseverado, confiado y creído? ¿Verá que nosotros, los que somos cristianos, hemos permanecido fieles a Él?

Jesús refirió esta parábola a Sus discípulos antes de Su arribo en Jerusalén, poco antes que lo tomaran preso, lo juzgaran y lo crucificaran. Sus discípulos estaban a punto de enfrentar momentos de sumo peligro. Se les instruyó a orar y no desmayar.

Los cristianos a lo largo de los siglos han anhelado ver el retorno de Cristo. Jesús nos asegura que sucederá. Dios hará justicia a Sus elegidos, a los que han clamado a Él día y noche, y cuando llegue el momento, Su justicia se ejecutará con prontitud.

Jesús preguntó si a Su regreso encontraría fe en la tierra, lo que nos revela que Él entiende que somos humanos, que nuestra fe se somete a prueba en momentos de dificultad. Al vincular ese hecho a la oración manifiesta claramente que nuestra capacidad para permanecer en la fe está supeditada a nuestra constancia para orar y depositar nuestra confianza en Dios.

Se supone que debemos ser persistentes en nuestra vida de oración. Eso significa ser tenaces, resueltos a rezar, orar con regularidad y perseverar en la oración con fe aunque Dios no nos responda con prontitud. Así como la mujer se presentó audazmente ante el juez, nosotros debemos acudir con denuedo ante el Señor en oración.

Al mismo tiempo, Jesús advirtió a Sus discípulos que no fueran como los gentiles que «usan repeticiones sin sentido» y «se imaginan que serán oídos por su palabrería», ni como los escribas que «por las apariencias hacen largas oraciones»[13]. Jesús no pide extensas oraciones ni rezos repetitivos. Lo importante es que nuestras plegarias sean una comunicación sincera con nuestro padre que nos ama.

La idea de persistencia en la oración no quiere decir que debamos empeñarnos en agotar a Dios con nuestras incesantes súplicas. Nos corresponde más bien presentar nuestras peticiones ante Él con fe y confianza, y con la certeza de que nos ama como un padre ama a su hijo y que nos otorgará lo que le solicitemos siempre que sea bueno para nosotros y esté dentro de Sus designios. Dicho esto, hay que tener en cuenta que ser perseverantes en oración no siempre supone que Dios nos responderá a la medida exacta de nuestro deseo.

No debemos perder fe si nuestras oraciones no obtienen respuesta inmediata. Se nos insta a no desanimarnos. Jesús nos instruye a seguir adelante con fe y confianza, sabiendo que Dios es un juez ecuánime y generoso, un padre amoroso, que nos responderá según Su voluntad y cuando lo considere conveniente.

Y quizá lo más importante de todo es recordar que Dios nos ama a cada uno como hijo Suyo. Vela por nosotros. Íntimamente desea lo mejor para nosotros. Podemos y debemos acudir a Él en oración armados de fe, confianza, humildad y amor por Aquel que nos amó con Su eterno amor.

Publicado anteriormente en enero de 2014. Texto adaptado y publicado de nuevo en marzo de 2021. Leído por Gabriel García Valdivieso.


[1] Bailey, Kenneth E.: Jesús a través de los ojos del Medio Oriente, Grupo Nelson, 2012.

[2] Éxodo 22:22–23.

[3] Salmo 68:6 (a menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión BLPH).

[4] Lucas 20:47.

[5] Jeremias, Joachim: Rediscovering the Parables (New York: Charles Scribner’s Sons, 1966), p. 122.

[6] Lucas 18:1–3.

[7] Lucas 18:4–5.

[8] Lucas 18:6–7.

[9] Lucas 17:22.

[10] Lucas 17:26–30.

[11] Lucas 18:7.

[12] Lucas 18:8.

[13] Mateo 6:7 (RVR 1995); Marcos 12:40 (NBLH).

 

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