Victoria en momentos difíciles

marzo 18, 2021

María Fontaine

[Victory in Tough Times]

Pedí a Jesús que me indicara cómo darles ánimo para las dificultades que ustedes (o un amigo o ser querido) pudiera estar pasando. El Señor me dijo que les recordara lo que es la vida venidera. Cuando repaso algunos pasajes de las Escrituras acerca de la gloria del Cielo, comparada con el dolor, los pesares y problemas de esta vida, es estupendo tener la certeza de que, como dice una canción antigua:

Tras la fatiga y calor del día,
cuando las dificultades queden atrás,
mi dolor habrá terminado;
¡por fin veré a Jesús!

Cuando las penas y los suspiros queden atrás,
después de soportar el frío invierno,
después del conflicto, viene la magnífica paz;
¡por fin veré a Jesús![1]

¡Nos espera un estupendo futuro, queridos amigos! No nos centremos tanto en las dificultades del presente que no tengamos el Cielo siempre en nuestra mente. Dios sabía que ustedes y yo, y todos Sus hijos, necesitaríamos que Él nos garantizara nuestro futuro celestial. ¿Por qué piensan que Él nos dio tantas promesas específicas en la Biblia, y muchas otras en profecía?

Su Palabra nos dice que pensemos en todo lo bueno, lo verdadero, lo puro, lo bello, lo excelente y digno de alabanza, lo honorable[2]. ¡Esa es una acertada descripción del Cielo! ¡¿Podríamos pensar en algo más estupendo?!

Juan nos habló del nuevo cielo y la nueva tierra. Y creo que vale la pena repetirlo cuando necesitamos centrar la atención en el Cielo.

Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y también el mar.

Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo desde la presencia de Dios, como una novia hermosamente vestida para su esposo. Oí una fuerte voz que salía del trono y decía: «¡Miren, el hogar de Dios ahora está entre Su pueblo! Él vivirá con ellos, y ellos serán Su pueblo. Dios mismo estará con ellos.

Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más». Y el que estaba sentado en el trono dijo: «¡Miren, hago nuevas todas las cosas!» Entonces me dijo: «Escribe esto, porque lo que te digo es verdadero y digno de confianza»[3].

Después de esto vi una enorme multitud de todo pueblo y toda nación, tribu y lengua, que era tan numerosa que nadie podía contarla. Estaban de pie delante del trono y delante del Cordero. Vestían túnicas blancas y tenían en sus manos ramas de palmeras[4].

En este mundo no tenemos una ciudad permanente. Pero buscamos la ciudad que vendrá: «una ciudad de cimientos eternos, una ciudad diseñada y construida por Dios»[5].

Algún día llegaremos a ese mejor lugar, celestial, que deseamos y esperamos. «Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente ha imaginado lo que Dios tiene preparado para quienes lo aman»[6].

Jesús ha ido personalmente a prepararnos un lugar «lleno de la justicia de Dios»[7]. «Pues sabemos que, cuando se desarme esta carpa terrenal en la cual vivimos (es decir, cuando muramos y dejemos este cuerpo terrenal), tendremos una casa en el cielo, un cuerpo eterno hecho para nosotros por Dios mismo y no por manos humanas. Y oí una voz del cielo que decía: “Escribe lo siguiente: benditos son los que […] mueran en el Señor”»[8].

Vamos a recibir una herencia que está reservada en el cielo para nosotros, pura y sin mancha, que no puede deteriorarse[9]. «Nosotros somos ciudadanos del cielo, donde vive el Señor Jesucristo; y esperamos con mucho anhelo que Él regrese como nuestro Salvador. Él tomará nuestro débil cuerpo mortal y lo transformará en un cuerpo glorioso, igual al de Él. Lo hará valiéndose del mismo poder con el que pondrá todas las cosas bajo Su dominio»[10].

Jesús dijo: «En la casa de Mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, Yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo esté, vosotros también estéis»[11].

Escuchen este bello mensaje que el Señor nos dio en profecía:

Algún día voy a atravesar el delgado barniz de su cielo y a la Tierra le daré con abundancia Mi brillo, fulgor, esplendor y majestuosidad. Los ángeles anunciarán Mi segunda venida. El aire se llenará con el sonido de las trompetas. A sus oídos llegará la música más bella que hayan escuchado. Si llegan a Mis brazos antes de Mi regreso, la gloria con la que los cubriré se pondrá de manifiesto delante de todos los que vivan en la Tierra.

Para los que todavía estén en esta Tierra cuando Yo vuelva, en el momento en que se levanten para encontrarse conmigo, nos miraremos fijamente a los ojos y Mi amor y alegría llenarán su ser. Mi poder transformador eliminará las preocupaciones y las penas de esta vida terrenal y también todo lo que ha contaminado y lo que ha hecho daño. El tiempo que hayan pasado en la Tierra será como algo minúsculo en la eternidad a medida que se levanten para abrazarme y entren al Cielo. Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, ¡sabrán que valió la pena!

A medida que piensan en lo que les espera en su hogar celestial, puedo animarlos e infundirles esperanza en las maravillas que vendrán. ¡Tienen un hermoso futuro y lo pueden esperar con ilusión! Son magníficas promesas a las que pueden aferrarse mientras esperan Mi regreso glorioso. No falta mucho.

(María:) Podemos hacer que las promesas de Dios acerca del Cielo lleguen a ser parte de los cimientos de nuestra fe, como hemos hecho con la certeza de nuestra salvación. Podemos aferrarnos a esas promesas en los momentos en que las cosas se vean muy negras. Dios no tenía que hablarnos por anticipado de las magníficas realidades que nos esperan en el Cielo. Él podría haber dejado que fuera una sorpresa. Sin embargo, Él sabía que esa imagen del futuro nos motivaría y nos ayudaría a afrontar las batallas cotidianas en la Tierra.

¿Cómo podemos agradecerle lo suficiente por las cosas estupendas que nos esperan? Podemos expresar nuestro gran aprecio al dar todo al Señor y ser todo lo que podemos llegar a ser para Aquel que lo ha dado todo por nosotros.

Sin embargo, solo somos humanos; y a veces se nos nubla la vista por las preocupaciones de esta vida. Podemos pensar: «¿Y los problemas que enfrento en este momento? ¿Cómo voy a salir adelante en este tiempo presente, que a veces es terrible, hasta que llegue a ese glorioso Cielo?» Pregunté al Señor cómo podríamos hallar una respuesta a ese dilema. Dijo en profecía:

No dejen de meditar en el ideal celestial: Recuerden las muchas veces en que las situaciones muy difíciles se convirtieron en oportunidades. Han transformado sus padecimientos en victorias, lo que es algo hermoso a Mis ojos, ¡y ustedes han sido fundamentales para que otras personas se transformaran en hijos de Dios!

(María:) ¡Imagínense! El Señor nos ha honrado al darnos la tarea importante de ser Sus representantes en la Tierra. Nos hizo embajadores de la luz en un mundo de oscuridad. Tenemos el tiempo, la oportunidad y las posibilidades de aprovechar al máximo esta vida terrenal para nosotros y para otras personas.

Tenemos tantas bendiciones, y al ser Sus mensajeros nuestro lugar en este mundo es importante; por esa razón, claro que podemos esperar problemas. Podemos esperar algunas batallas a medida que aceptemos el supremo llamamiento y el privilegio que nos ha sido dado a cada uno. Sin embargo, incluso en eso, no estamos solos. En esta vida nos colma de bendiciones y nos guía cuando pasamos dificultades. Él siempre es más grande que nuestros problemas.

Cuando necesites renovación y rejuvenecimiento, cuando sientas cansancio, pide a Jesús que te renueve la visión celestial. Ten presentes las realidades del Cielo. Luego, recuerda lo que el Señor hace en esta Tierra y la importancia de tu objetivo y lugar como uno de Sus hijos. Enfrenta tus dificultades con fe y valor, sabiendo que por medio de tu ejemplo puedes dar a otros la oportunidad de hallar esperanza en Jesús y la verdad que ellos anhelan.

Artículo publicado anteriormente en julio de 2018. Texto adaptado y publicado de nuevo en marzo de 2021.


[1] After, N. B. Vandall, 1932.

[2] V. Filipenses 4:8.

[3] Apocalipsis 21:1-5 (NTV).

[4] Apocalipsis 7:9 (NTV).

[5] Hebreos 11:10 (NTV).

[6] Hebreos 11:16; 1 Corintios 2:9 (NTV).

[7] Juan 14:2; 2 Pedro 3:13 (NTV).

[8] 2 Corintios 5:1; Apocalipsis 14:13 (NTV).

[9] 1 Pedro 1:4 (NTV).

[10] Filipenses 3:20-21 (NTV).

[11] Juan 14:2,3 (RVR 1995).

 

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