marzo 2, 2021
¿Es posible la armonía en un mundo como el nuestro, atormentado por tensiones, conflictos, prejuicios y violencia? ¡Probablemente te parezca imposible!
¿Qué pasaría si se aprobara un decreto que obligara a las personas de todos los países, razas, etnias y credos a respetar a todas las demás, cualesquiera que fueran sus diferencias? Lamentablemente, aunque alguien tuviera la autoridad para promulgar tal decreto, no daría resultado. En pocas palabras, la justicia no se puede legislar.
¿Cómo se hace, entonces, para superar los prejuicios, el miedo y la desconfianza cuando esos sentimientos le han sido inculcados durante siglos a la humanidad? La respuesta puede resumirse en dos sencillas palabras: ¡con amor!
La Biblia dice: «El odio despierta rencillas; pero el amor cubrirá todas las faltas»[1]. Si odiamos a una persona, muy probablemente nuestra relación con ella estará plagada de desacuerdos y conflictos. En cambio, si la amamos con el amor de Dios, aunque nos haya perjudicado, seremos capaces de perdonarla.
Parece una aspiración muy noble; pero seamos realistas: ¿quién es capaz de deshacerse del resentimiento, el odio, el miedo o cualquier otra actitud negativa muy arraigada que abrigue contra otra persona, o incluso contra grupos de personas? A la mayoría nos falta la determinación y la entereza emocional para ello.
Lo alentador es que, pese a nuestros limitados recursos humanos, nos es posible amar a los demás, sea cual sea el pasado u origen tanto de ellos como de nosotros. La clave para ello está en la fuente de todo amor: el propio Dios. La Biblia dice: «Dios es amor»[2]. Es el omnisciente, el omnipotente Creador del universo que nos infundió la vida.
Para que captáramos Su esencia, se rebajó a nuestro nivel, enviando a la Tierra a Su propio Hijo Jesucristo encarnado en un hombre. Toda la obra que llevó a cabo Jesús tuvo por fundamento el amor y la verdad. Al atender las necesidades físicas y espirituales de la gente, Jesús experimentó el sufrimiento humano y tuvo gran compasión de nosotros. Se convirtió en uno de nosotros.
Enseñó que todos los preceptos divinos dependen de un solo gran mandamiento: amar. Jesús dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente», y «amarás a tu prójimo como a ti mismo»[3].
Un experto en asuntos religiosos oyó a Jesús enseñando esa doctrina y lo interpeló públicamente: «¿Quién es mi prójimo?» Jesús le respondió con la parábola del buen samaritano, en la que dejó claro que nuestro prójimo es todo el que necesite nuestra ayuda, sea cual sea su raza, credo, origen étnico o nacionalidad[4]. Podemos amar al prójimo y contribuir a traer paz al mundo pidiéndole a Dios que nos infunda Su amor por nuestros semejantes.
La Biblia dice de Jesús: «Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación»[5]. El amor de Dios es lo único que puede forjar la paz auténtica y el respeto mutuo.
«El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón»[6]. Y cuando alineamos nuestra vida con la visión de Dios para la humanidad, nosotros también podemos ver más allá de las diferencias en otras personas para percibir su valor y dignidad como individuos únicos creados a imagen de Dios.
Aun cuando el temor, los prejuicios y el odio lleven años de arraigo, el prodigioso amor de Dios puede disiparlos. Una vez que sabemos que Él nos ama y nos ha perdonado, nos resulta mucho más fácil amar y perdonar a los demás, ser «benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándonos unos a otros, como Dios también nos perdonó a nosotros en Cristo»[7].
Si abrimos nuestro corazón a Jesús, Él puede liberarnos de la esclavitud del odio y la discriminación. «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, todas son hechas nuevas»[8].
¡Qué maravilloso sería el mundo si lo único que viéramos al mirar a una persona de otro origen étnico fuera el amor de Dios hacia ella! Ello es posible con Jesús, para quien «no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús»[9]. La Familia Internacional
Dios manifiesta Su gran amor y gracia a todas Sus criaturas. No creó a algunas a las que ama menos y a otras a las que ama más. No etiquetó a las personas de una raza, etnia o cultura como las más favorecidas, y al resto como menos.
Como cristianos, debemos amar a todas las personas independientemente de su origen, posición social o cualquier otra característica. Creemos que Jesús murió y entregó Su vida por toda la humanidad. A todos manifestó el máximo amor posible al morir por cada uno de nosotros.
La verdad es que Dios ama a toda la humanidad por igual y entregó a Su Hijo por cada ser humano. La Biblia nos dice que «nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos»[10]. ¿Acaso puede haber mayor amor?
Debemos distinguir entre las bendiciones y recompensas que concede Dios a Sus hijos que tienen una relación con Él, y el amor que tiene por todas Sus criaturas, el gran anhelo que siente por que todas lleguen a arrepentirse y disfruten para siempre de Él y de Su reino celestial. Jesús murió por todas Sus criaturas y desea que todas —cada una de ellas— lleguen al arrepentimiento y a la salvación. No quiere que ninguna persona perezca, sean quienes sean y sea cual sea su pecado[11].
Jesús dijo: «Como me envió el Padre, así también Yo os envío»[12]. Su Palabra dice que Cristo nos dejó ejemplo, para que sigamos Sus pisadas[13]. María Fontaine
Publicado en Áncora en marzo de 2021. Leído por Miguel Newheart.
[1] Proverbios 10:12.
[2] 1 Juan 4:8.
[3] Mateo 22:37–40.
[4] Lucas 10:25–37.
[5] Efesios 2:14.
[6] 1 Samuel 16:7.
[7] Efesios 4:32.
[8] 2 Corintios 5:17.
[9] Gálatas 3:28.
[10] Juan 15:13.
[11] 2 Pedro 3:9.
[12] Juan 20:21.
[13] 1 Pedro 2:21.
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