febrero 25, 2021
«Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos»[1]. Su poder para transformar es el mismo de siempre y está a la disposición de todos los ponen su fe en Él. Si recurrimos a las promesas del Señor, todos podemos experimentar Su poder para transformar vidas, tanto la nuestra como la de las personas a las que llevamos el evangelio.
A medida que nos sumergimos más en Jesús y en Su Palabra, buscando sinceramente Su voluntad y pidiéndole con toda el alma que obre en nosotros día a día, más profunda se vuelve nuestra relación con Él, y nos convertimos verdaderamente en las nuevas criaturas que quiere hacer de nosotros[2]. Nuestra antigua mentalidad desaparece a medida que nos vamos «transformando por medio de la renovación de nuestro entendimiento»[3].
En el momento de nuestra salvación, el Señor no efectúa un gran cambio en nosotros y ya está. No deja de obrar en nuestra vida para transformarnos y perfeccionarnos, si hacemos nuestra parte y le permitimos que perfeccione la buena obra que ha empezado en nosotros y que la continúe hasta que quede completamente terminada[4]. Nuestra parte incluye pedir al Señor que obre en nuestro corazón y nuestra vida. Su Palabra nos dice que si pedimos recibiremos[5], y que Él da generosamente y sin reproche[6].
Sin embargo, también se nos dice que pidamos con fe. «[Que] pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra»[7]. Si flaqueamos en la fe, obviamente no estamos confiando en el Señor. Debemos centrarnos en el Señor y en Su Palabra y confiar en Su promesa de que cumplirá Su propósito en nuestra vida y perfeccionará lo que nos concierne[8].
El Señor dice que nos guardará en completa paz si nuestro pensamiento en Él persevera y si ponemos la mira en las cosas de arriba[9]. David el salmista dijo en una ocasión: «Firme está, oh Dios, mi corazón»[10]. Si nuestro pensamiento persevera en el Señor, si nuestro corazón está firme en Él, si tenemos la mira puesta en las cosas de arriba, entonces estaremos firmemente unidos a Él a pesar de los verdaderos obstáculos, las pruebas de nuestra fe, y los desafíos que tal vez enfrentemos y que parecen insuperables.
¡No es imposible vivir libres de preocupaciones, temores y bajones! Claro que siempre está la tentación de preocuparnos o de tener temor, pero mientras lo combatas en espíritu y pensamiento, y pidas al Señor que llene tu mente y corazón de Su paz perfecta, estás destinado a superarlo. Aprender de memoria unos cuantos versículos clave y repetirlos en momentos así, incrementa tu fe; también ayuda a reemplazar con fe el temor y la preocupación.
Se debe tomar la decisión de no permitir que el temor, la preocupación, el desaliento o la ansiedad arraiguen en tu mente y tu corazón. Claro que no podemos evitar que a veces nos vengan pensamientos negativos o asomos de depresión. Sin embargo, no tienes que permitir que tengan dominio sobre ti[11].
Los cristianos no debemos regirnos por nuestros sentimientos, sino por la realidad objetiva, por nuestra fe en la verdad conforme a la Palabra de Dios. Andamos por fe, no por vista, ni por cómo nos sentimos[12]. Así pues, cuando te asedien emociones negativas, debes adoptar una actitud de fe y dominarlas con la Palabra de Dios.
Si permitimos que nos abrume el desaliento, la preocupación o la ansiedad, perdemos la misericordia, la ayuda, la fe y la gracia que nos ofrece el Señor, y también Su poder milagroso que nos libra de esas emociones negativas y en el proceso nos transforma. Por eso se nos dice que cuando tengamos que enfrentar cualquier tipo de problemas, que lo consideremos como un tiempo para alegrarnos mucho, porque sabemos que cuando se pone a prueba la fe, la constancia tiene una oportunidad para desarrollarse. Así que dejemos que crezca, pues una vez que la constancia se haya desarrollado plenamente, seremos perfectos y completos, y no nos faltará nada[13].
Cuando nos concentramos demasiado en las circunstancias y los problemas que enfrentamos, ¡no podemos ver la presencia del Señor ni la manera en que obra en la situación, porque estamos ensimismados mirando las montañas de obstáculos! Sin embargo, el Señor dice que si tenemos los ojos puestos en Él y albergamos una pizca de fe no mayor que un grano de mostaza, podemos ordenarle a un monte: «Quítate de aquí», y será arrojado al mar[14].
A veces los miedos, las preocupaciones y el desaliento pueden parecernos montañas amenazantes, enormes; pero para vencerlos los cristianos hemos recibido las promesas en Su Palabra y el poder de Su Espíritu.
También tenemos que tener presente en todo momento que, sea lo que sea que enfrentemos, Él sabe lo que más conviene, lo hace todo bien y a menudo Él no prioriza lo mismo que nosotros, porque Su visión es mucho más abarcadora y a largo plazo. La vida cristiana requiere fe y confianza, porque las riendas no las lleva uno mismo, sino Jesús.
Aunque invoquemos las colosales promesas del Señor —del orden de «Todo lo que pidiereis al Padre en Mi nombre, Él os lo [dará]»[15], y «Si tuviereis fe, nada os será imposible»[16]—, de todos modos debemos recordar que no llevamos la voz cantante. No tenemos una visión general del pasado, el presente y el futuro, ni estamos en conocimiento del plan maestro para la eternidad. Se tiene que hacer Su voluntad.
Por eso es tan importante conservar una actitud humilde y de confianza en Él. De lo contrario, cuando algo no sale como uno esperaba o incluso como había pedido en oración, puede terminar con un montón de dudas. La Biblia abunda en consejos sobre este tema. También hay un acervo de escritos de hombres y mujeres de fe de los últimos 2.000 años. Y no olvidemos que Jesús también nos habla al corazón hoy en día. De cuando en cuando viene bien repasar las diversas razones por las que el Señor obra como lo hace, para entender por qué las cosas no siempre nos salen como teníamos previsto, por qué no responde a cada oración como esperábamos, y por qué a veces la vida presenta más dificultades de las que nos parece que debería tener.
Si no fortalecemos nuestra fe, la vida puede llegar a hacérsenos bastante cuesta arriba, y sin entender por qué. Podemos llegar a pensar que la culpa es nuestra, que seguramente estamos haciendo algo mal, que Jesús debe de estar disgustado con nosotros porque no responde nuestras oraciones como deseamos. Sin embargo, mientras más se estudia la Palabra de Dios, más aumenta la fe[17].
Cuando una situación se torne penosa, cuando las cosas no te salgan como esperabas, cuando te parezca que Dios no responde a tus oraciones, cuando las pruebas de la vida se te hagan insoportables, cuando no cesen los embates contra tu fe, cuando te falten fuerzas y dudes que vayas a aguantar mucho más, afírmate en la base maciza que ha provisto Dios para tu fe con Sus innumerables promesas y palabras de ánimo, y descansa a salvo.
Además, consuélate pensando que tu caso no es nada nuevo; se trata de una batalla con la que han tenido que vérselas todos los cristianos de todos los tiempos. Y recuerda que la manera de vencer sigue siendo la misma de siempre: confiar en Dios y en Sus maravillosos designios. Saca aliento de la Palabra, y tranquilízate sabiendo que Jesús se encargará de todo. Descansa en Sus brazos, deja que Él te proteja y te sustente, y confía en que la tormenta pasará.
Compilación de los escritos de María Fontaine. Texto adaptado y publicado de nuevo en febrero de 2021.
[1] Hebreos 13:8.
[2] 2 Corintios 5:17.
[3] Romanos 12:2.
[4] Filipenses 1:6 (NBLA, NTV).
[5] Mateo 7:7.
[6] Santiago 1:5.
[7] Santiago 1:6.
[8] Salmo 138:8.
[9] Isaías 26:3; Colosenses 3:1,2.
[10] Salmo 57:7 (NVI).
[11] Romanos 6:14.
[12] 2 Corintios 5:7.
[13] Santiago 1:2-4 (NTV).
[14] Marcos 11:23.
[15] Juan 15:16.
[16] Mateo 17:20.
[17] Romanos 10:17.
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