febrero 4, 2021
En los Evangelios dice que en algún momento Jesús dejó su ciudad, Nazaret, para establecerse en Capernaúm[1]. Capernaúm era un pueblo situado en la orilla noroccidental del mar de Galilea, junto al camino que conducía de la costa mediterránea de Palestina a Damasco. El traslado desde Nazaret, una remota aldea de montaña, a un pueblo más grande como Capernaúm, a orillas del lago, le permitió a Jesús estar más cerca de otros pueblos prósperos de la costa del lago de Genesaret. Lo puso en mejor situación para hablar, enseñar y ministrar a una mayor variedad de personas, ya que no estaba lejos de pueblos judíos como Corazín, Betsaida y Magdala.
Fue en Capernaúm donde Jesús curó a la hija de Jairo, a un endemoniado, a la suegra de Pedro, a un paralítico, al criado del centurión y a una mujer que padecía de hemorragias[2]. El Evangelio de Mateo narra que Jesús contó allí varias parábolas y abordó temas como la humildad, los tropiezos y el perdón[3]. Enseñó en la sinagoga del pueblo, y fue en esa sinagoga donde dijo que a menos que Sus seguidores comieran Su carne y bebieran Su sangre, no tendrían vida en sí, lo cual hizo que muchos dejaran de seguirlo[4].
En Capernaúm vivían varios de los discípulos de Jesús, y fue allí donde tomaron la decisión de seguirlo. Todos los evangelios sinópticos cuentan las circunstancias en que Pedro, Andrés, Jacobo y Juan decidieron hacerse seguidores de Jesús. El Evangelio de Juan narra un encuentro de Andrés y Pedro con Jesús en la zona en que Juan el Bautista bautizaba. Es posible que Juan se refiriera a un encuentro anterior, como también puede que esa fuera Su manera de dar un ejemplo de cómo decidieron seguir a Jesús algunos de Sus discípulos. Yo me inclino por interpretarlo como un encuentro anterior, ya que eso permite entender mejor que abandonaran de un momento a otro su medio de vida cuando Jesús los llamó. Es más verosímil que respondieran de inmediato a Su llamado habiendo tenido ya un encuentro y algunas experiencias con Él que sin conocer de nada a la persona que se dirigió a ellos y los invitó a seguirlo.
El Evangelio de Mateo refiere de esta manera lo que ocurrió:
Pasando Jesús junto al Mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, que echaban la red en el mar, porque eran pescadores. Y les dijo: «Venid en pos de Mí, y os haré pescadores de hombres». Ellos entonces, dejando al instante las redes, lo siguieron. Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan, en la barca con Zebedeo, su padre, que remendaban sus redes; y los llamó. Ellos, dejando al instante la barca y a su padre, lo siguieron[5].
Así fue como Jesús comenzó a llamar a diferentes seguidores. Fue similar a lo que hacían los maestros judíos (rabinos), los cuales tenían alumnos (conocidos como talmidim) que con frecuencia viajaban y vivían con su maestro y lo emulaban. Aprendían no solo de lo que decía su maestro, sino también de lo que hacía. La misión de esos seguidores era llegar a parecerse lo más posible a su maestro[6]. Los talmidim, habiendo escogido a su maestro, se dedicaban intensamente al estudio de la Ley y de la interpretación de ella que hacía su maestro.
Si bien había semejanzas entre los típicos alumnos judíos y los discípulos de Jesús, también había diferencias. Los alumnos judíos buscaban a su maestro, no eran escogidos por él. Jesús, en cambio, llamó a Sus discípulos; no es que ellos se acercaran a Él y le preguntaran si podían estudiar bajo Su tutela.
Lo que se proponía Jesús con Sus discípulos no era que estos aprendieran y transmitieran Sus enseñanzas sobre la Ley a la manera de los rabinos judíos. Los invitó a pasar por un proceso de transformación. Si iban con Él, escuchaban Sus enseñanzas y permanecían en Su presencia, con el tiempo aprenderían a ser pescadores de hombres, algo radicalmente distinto del oficio de pescadores que tenían en aquel momento.
El llamamiento de Jesús traía consecuencias aparejadas. Atender al «venid en pos de Mí» significaba dejar atrás algunas cosas: las redes, las barcas, la empresa, su medio de vida y, en el caso de Jacobo y Juan, su padre. Responder al llamado representaba un costo económico. Esos hombres no eran pobres. Tenían una empresa familiar. El costo de seguir a Jesús no era tan solo económico. Jacobo y Juan no solo dejaron su medio de vida, sino también a su padre.
En otros pasajes de los evangelios queda claro que los discípulos permanecieron en contacto con su familia y quizás incluso, en cierta medida, con su empresa familiar. Jesús y Sus discípulos volvían con frecuencia a Capernaúm[7]. Pedro vivió allí en una casa con su mujer y su suegra[8]. El apóstol Pablo escribió que Pedro y los demás apóstoles viajaban con sus respectivas esposas[9]. La madre de Jacobo y Juan participó en el ministerio de Jesús y estuvo presente cuando lo crucificaron[10].
Aunque los discípulos permanecieron en contacto con su familia, su estilo de vida cambió por completo. Se concentraron en formar parte de la comunidad de Jesús, escuchar Sus enseñanzas, ayudarlo en Su ministerio y aprender a ser pescadores de hombres. Durante los años que duró la vida pública de Jesús, pasaron bastante tiempo lejos de su familia, viajando por Galilea con Él.
Aunque no se sabe con exactitud cuántos discípulos siguieron a Jesús durante Su vida, el Evangelio de Lucas dice: «El Señor designó también a otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de Él a toda ciudad y lugar adonde Él había de ir»[11]; así que sabemos que había al menos otros setenta.
Más adelante en los evangelios se menciona que había también mujeres que seguían a Jesús[12]. Consta que en el momento de la crucifixión de Jesús: «También había algunas mujeres mirando de lejos, entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo el menor y de José, y Salomé, quienes, cuando Él estaba en Galilea, lo seguían y le servían; y otras muchas que habían subido con Él a Jerusalén»[13].
A lo largo de Su ministerio, Jesús escogió y comisionó a doce de Sus discípulos para que fueran apóstoles[14]. Los doce apóstoles estuvieron con Jesús desde los primeros momentos de Su vida pública; fueron discípulos que estuvieron constantemente con Él, observando, escuchando y aprendiendo. Con frecuencia no entendían lo que Jesús enseñaba, y su idea del papel que debía desempeñar el Mesías coincidía con el concepto que tenía la mayoría de los judíos del siglo I; o sea, que malinterpretaban muchas cosas. Pero a la larga, gracias a las pacientes enseñanzas de Jesús y al tiempo que pasaron con Él, comenzaron a entender lo suficiente, de manera que cuando Jesús les preguntó:
«Vosotros, ¿quién decís que soy Yo?» Respondiendo Simón Pedro, dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Entonces le respondió Jesús: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos”»[15].
Aunque no entendían del todo quién era Jesús, ni el sentido de cada cosa que enseñaba, después de Su resurrección Él les explicó más las Escrituras, con lo que llegaron a comprenderlas cabalmente y «entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras»[16]. Tras llenarse del Espíritu Santo, esos hombres anunciaron la buena nueva del perdón de los pecados y la reconciliación con Dios. La mayoría fueron martirizados por ello, pero cumplieron fielmente la misión que Jesús les había encomendado al decirles: «Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado»[17].
A nosotros que somos Sus discípulos, Sus seguidores, nos ha encargado la misma misión: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura»[18]. Al igual que los primeros discípulos, es posible que no entendamos plenamente todo lo que se puede saber de Dios, de Jesús, de teología, etc., pero si somos discípulos ya sabemos más que suficiente para esforzarnos por amarlo, vivir para Él, aplicar en nuestra vida Sus enseñanzas y conducir a otros hacia Él.
Si bien Jesús tuvo muchos discípulos, por lo visto los evangelistas no vieron la necesidad de contar cómo fue que los demás llegaron a conocerlo y seguirlo. En los casos particulares que sí describieron, se observa que hubo una respuesta inmediata por parte de los llamados y que se produjo un cambio radical en su vida. De eso se desprende que seguir a Jesús requiere más que un asentimiento interno; exige compromiso. Mediante sus actos, esos primeros discípulos dieron ejemplo de discipulado, pues estuvieron dispuestos a sacrificarse para seguir a Jesús. Priorizaron otras cosas y reorientaron su vida. Dejaron de preocuparse por sus propios intereses y se centraron en lo que quería quien los había llamado a seguirlo. Eso se puede decir de todos los discípulos que siguieron a Jesús en Su época.
Jesús no solo llamó a esos hombres a creer, sino también a actuar, a seguirlo, a dejar que Él los convirtiera en individuos que pescaran personas, que transformaran corazones y vidas. El llamamiento para servir a Dios, para seguir a Jesús, no solo se hizo hace dos milenios. Él llama de la misma manera a los creyentes de hoy en día. La cuestión es: ¿Aceptamos ese llamamiento? ¿Estamos dispuestos a orientar hacia Él nuestra vida, nuestras acciones, nuestro corazón y todo nuestro ser? ¿Estamos dispuestos a aplicar Sus enseñanzas a nuestra vida cotidiana? ¿Procuramos pescar a los que lo buscan? Si somos discípulos, la respuesta a esas preguntas será afirmativa.
Artículo publicado en abril de 2015. Texto adaptado y publicado de nuevo en febrero de 2021. Leído por Gabriel García Valdivieso.
[1] Mateo 4:13; Marcos 2:1.
[2] Marcos 5:21–43; 1:21–28; Mateo 8:14,15; 9:2–8; 8:5-13.
[3] Mateo 13, 18.
[4] Juan 6:56–66.
[5] Mateo 4:18–22.
[6] Spangler/Tverberg: Sentado a los pies del maestro Jesús, Vida, 2010.
[7] Mateo 8:1–5; 17:24.
[8] Mateo 8:14–15.
[9] 1 Corintios 9:5.
[10] Mateo 20:20,21.
[11] Lucas 10:1.
[12] Lucas 8:1–3.
[13] Marcos 15:40,41.
[14] Lucas 6:12–16.
[15] Mateo 16:15–17.
[16] Lucas 24:45.
[17] Mateo 28:19,20.
[18] Marcos 16:15.
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