enero 14, 2021
En Su Palabra se enfatiza la importancia de amar a Dios con todo el corazón, la mente y el alma, de alabarlo y pasar tiempo con Él. No solo limitarnos a escucharlo por medio de Su Palabra impresa, de Su voz al hablarnos en profecías, o los susurros de Su Espíritu que percibimos con el corazón y la mente, sino también hablar con Él y expresarle nuestro amor y gratitud, y alabarlo por las espléndidas bendiciones que nos ha prodigado en abundancia.
Las relaciones en las que una de las partes recibe mucho, pero no da gran cosa pueden estar desequilibradas. A diario, el Señor da con generosidad a Sus hijos, y desde luego no le importa que tomemos todo lo que nos da. Sin embargo, espera que a cambio le manifestemos gratitud y aprecio, que expresemos agradecimiento por las innumerables dádivas que nos concede a cada uno con desvelo para que sean lo que cada uno necesita. ¡Las bendiciones que nos da están hechas a la medida! Nos da Sus buenas dádivas gustosísimo, pero parte del placer que eso le reporta consiste en que le demos las gracias, que le manifestemos gratitud por lo que dispone y prepara para nosotros con tanto amor, ternura y detenimiento.
¡Solemos estar tan ocupados y atareados con los desafíos que se presentan a diario que no prestamos atención a las bendiciones que nos llueven! Cuando te hacen un regalo, es de buena educación escribir una carta de agradecimiento, tomarte el tiempo y la molestia de expresar gratitud. Si dedicas esos minutos a manifestar aprecio, la persona que te hizo el obsequio comprende que éste significó mucho para ti. Mientras que si no dices nada, o si te limitas a agradecérselo en una simple frase perdida en un mar de nuevas solicitudes, el que lo dio probablemente considerará que no apreciaste mucho lo que te dio. Asimismo, tendrá motivos bastante fundados para pensar que si te da todo lo demás que le pides, demostrarás la misma falta de gratitud.
Si verdaderamente amamos a Dios con todo el corazón y toda la mente, en parte expresar ese amor es reconocer Sus regalos que nos da con tanta liberalidad, manifestando nuestra gratitud y reconocimiento haciendo una pausa para redactar nuestra carta de agradecimiento, por así decirlo, dirigida a Él por Sus dádivas valiosísimas: bendiciones incontables, el regalo de la salvación eterna, una relación personal con el Dios del universo, el conocimiento de que todo saldrá bien al final y que todo redundarán en bien, el regalo de dar a conocer el amor de Dios, Sus promesas de protección, provisión, comprensión, paz y liberación del temor; la lista es interminable.
Todos sabemos que por mucho que queramos hacer algo, si no le dedicamos tiempo en nuestra vida ajetreada y fijamos una hora, es posible que no consigamos hacerlo. Del mismo modo, a menos que dediquemos tiempo a la adoración y a la alabanza a Dios, es posible que nunca lo hagamos. Por ser como es la naturaleza humana, nuestro tiempo se puede ir en las necesidades inmediatas que están delante de nosotros. Por eso debemos reservar un tiempo para estar a solas con el Señor, lejos del mundanal ruido, de las actividades diarias y tantas cosas que demandan nuestro tiempo y atención.
Es importante que dediquemos tiempo a alabar al Señor y a expresarle nuestro amor, agradeciéndole que nos dé «todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos»[1]. Recordé el versículo que dice: «Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y Él oirá mi voz»[2]. Hay muchos minutos perdidos a lo largo del día, en los que podemos hacer una pausa para alabar al Señor y recordar «las maravillas que Él ha hecho»[3] en nuestra vida y en toda la Historia.
Además de cantarle canciones y expresar nuestras alabanzas con palabras, hay otra faceta que podemos descuidar con frecuencia: alzar las manos a Él. Un versículo de los salmos nos dice: «Alzad vuestras manos en el santuario y bendecid al Señor»[4]. En otro ejemplo en la Biblia dice que Moisés y los israelitas ganaban una batalla en la que se encontraban en tanto que las manos de Moisés estuvieran alzadas al Señor. En cambio, cuando Moisés se cansaba y bajaba los brazos, los israelitas comenzaban a perder. Así pues, unos ayudantes de Moisés le sostuvieron los brazos en alto, y mientras lo hicieron, el enemigo siguió siendo derrotado. Por consiguiente, el pueblo de Dios terminó por alcanzar la victoria[5]. Moisés tenía que tener las manos en alto físicamente en señal de que dependían del Señor.
Cuando alzamos las manos para alabar al Señor, eso nos da una sensación de entrega. Por lo visto, también significa nuestra dependencia en el Señor. Es como si extendiéramos los brazos hacia Él. Es un gesto físico sin mayor trascendencia, pero a veces ciertas cosas físicas aparentemente insignificantes parecen ser una declaración visible de que necesitamos al Señor. Es parecido a la importancia de expresar nuestras alabanzas con palabras, y no solo oír y asentir mentalmente. En Su Palabra dice: «Haré notoria Tu fidelidad con mi boca»[6].
En mi niñez aprendí una canción en la catequesis dominical. Dice:
Daniel oraba tres veces al día.
Era un hombre piadoso.
Hasta que un día lo echaron
a los leones en un foso.
Aunque aquel foso era tenebroso,
Daniel no fue preso de temores.
Dios, para que no le hiciesen daño,
¡cerró la boca de los leones!
¡La oración-alabanza puede cerrar la boca de los leones de ansiedad o desaliento que hay en tu vida! Pero sobre todo, cuando expresamos alabanza y adoración al Señor, sabemos que lo complace porque Él habita en las alabanzas de Su pueblo[7].
En nuestra vida, el Señor constantemente se propone enseñarnos lo importante que es nuestra relación con Él. Desea nuestro amor y nuestra devoción. Nuestra adoración y oraciones de alabanza son un testimonio de nuestra fe, a medida que elevamos nuestras plegarias al Señor, ya sea con cantos o en palabras.
A medida que durante el día entramos por Sus puertas con acción de gracias y por Sus atrios con alabanza, y hagamos una pausa para bendecir Su nombre, podemos elevar una oración espontánea, o cantar un estribillo, o recordamos algunos versículos de alabanza para expresar lo mucho que apreciamos todas las bendiciones que nos da.
A medida que hacemos una pausa para ofrecer alabanzas a nuestro estupendo Salvador y le damos gracias, también recibimos dádivas valiosísimas y Sus bendiciones que nos ha prometido. «Bienaventurado el pueblo al cual así le sucede. ¡Bienaventurado el pueblo cuyo Dios es el Señor!»[8]
Artículo publicado por primera vez en junio de 1995. Texto adaptado y publicado de nuevo en enero de 2021.
[1] 1 Timoteo 6:17.
[2] Salmo 55:17.
[3] 1 Crónicas 16:12.
[4] Salmo 134:2.
[5] V. Éxodo 17:11,12.
[6] Salmo 89:1.
[7] Salmo 22:3.
[8] Salmo 144:15 (RVA-2015).
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