diciembre 14, 2020
Para muchos de nosotros, un aspecto importante de la Navidad es recordar el nacimiento de Jesús, ya sea mediante representaciones y pesebres vivientes, leyendo en la Biblia el relato del nacimiento, o cantando hermosos villancicos. Al celebrar la temporada navideña, rememoramos los hechos que dieron origen a todo eso.
Los pastores, los reyes magos, el pesebre y la estrella nos conectan con distintos aspectos del nacimiento de nuestro Salvador. Al examinar el contexto en que se produjo dicho nacimiento, se descubre que en los pasajes de los Evangelios sobre la Natividad hay ecos de varios sucesos registrados en el Antiguo Testamento. El conocimiento de esas conexiones con el pasado distante puede ampliar nuestra comprensión y valoración de la obra que hizo Dios al ejecutar Su plan para salvarnos.
Uno de esos aspectos es el anuncio hecho a María de que había sido escogida para ser madre del Hijo de Dios[1]. María estaba comprometida con José, lo cual, según la costumbre de aquella época, significaba que ante la ley se la consideraba casada con él, aunque no había habido ceremonia de bodas, y el matrimonio no se había consumado. En dos ocasiones Lucas menciona en su evangelio que María era virgen.
El ángel Gabriel le hizo a María un asombroso anuncio:
«Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás Su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, Su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y Su reino no tendrá fin.»[2]
Seis meses antes, el mismo ángel se le había aparecido a Zacarías, marido de Elisabet, prima de María, mientras estaba en el Templo de Jerusalén, para anunciarle que Elisabet también iba a tener un hijo. A Zacarías Gabriel le dijo:
«Tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán por su nacimiento, porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre. Hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor, su Dios. E irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.»[3]
Ambos anuncios los hizo un mensajero angelical y en ambos se comunicó que iba a nacer un hijo en una situación que requería intervención divina, puesto que María era virgen y Elisabet era anciana y estéril.
A María se le mandó llamar a su hijo Jesús. A Zacarías se le dio instrucciones para que lo llamara Juan[4]. Zacarías se turbó y asustó al ver al ángel; María también. A ambos se les dijo que no tuvieran miedo.
Ambos anuncios —el del nacimiento de Juan el Bautista y el del nacimiento de Jesús— siguen un patrón similar al de los relatos del Antiguo Testamento sobre el nacimiento de Ismael, de Isaac y de Sansón. Algunas de las similitudes que hay en todos esos relatos son que se aparece un ángel del Señor (o el Señor mismo); la persona se asusta, se asombra o se postra ante el ángel o mensajero; se le comunica un mensaje divino; la persona no entiende cómo va a ser eso posible y pone una objeción o pide una señal; y se le da una señal.
El mismo patrón se observa en el caso de Agar, madre de Ismael, cuando el ángel del Señor la halló en el desierto. El ángel la llamó por su nombre y le preguntó: «Agar, ¿a dónde vas?» Ella manifestó su asombro al exclamar: «Tú eres el Dios que me ve», porque dijo: «¿Acaso no he visto aquí al que me ve?» Y el ángel le anunció: «Estás embarazada y darás a luz un hijo a quien pondrás el nombre de Ismael; y vivirá enfrentado a todos sus hermanos»[5].
Un patrón similar se aprecia en el caso de Abraham y su esposa Sara, que era estéril. El Señor se apareció a Abraham cuando este tenía noventa y nueve años y le dijo: «Yo soy el Dios Todopoderoso». Abraham se postró sobre su rostro delante del Señor. Este anunció que en el plazo de un año le daría a Abraham un hijo de Sarai, su esposa, que a partir de ese momento sería llamada Sara.
Abraham puso en duda que eso fuera posible, preguntándose: «¿A un hombre de cien años habrá de nacerle un hijo? ¿Y Sara, ya de noventa años, habrá de concebir?» Dios mandó a Abraham que llamara Isaac a su hijo y le dijo que establecería un pacto con Isaac y con sus descendientes[6].
Otro aspecto que es digno de mención es el milagro de que esas mujeres quedaran embarazadas. Sara y Elisabet eran las dos estériles y ancianas. Ninguna de ellas habría podido concebir sin la intervención directa de Dios. En cada ocasión, el matrimonio fue testigo de un nacimiento milagroso, tal como el Señor lo había anunciado.
Lo de María fue distinto. Era virgen. Aunque en los nacimientos milagrosos anteriores se había puesto de manifiesto el portentoso poder de Dios, en ningún caso en el Antiguo Testamento había quedado encinta una mujer que nunca hubiera estado con un hombre. Si bien Sara y Elisabet habían superado por un milagro de Dios las limitaciones que les imponía su edad y su esterilidad, para que María concibiera hacía falta un milagro aún mayor. Se requería una manifestación totalmente distinta del poder creativo de Dios.
María le preguntó al ángel cómo iba a suceder eso.El ángel respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que va a nacer será llamado Hijo de Dios»[7].
Dios en este caso, en vez de invalidar un impedimento físico como la esterilidad o la avanzada edad, iba a tener que realizar un acto creativo único, sin precedentes.
Otro caso de ecos del Antiguo Testamento en el relato de la Natividad es la alusión, en el anuncio del ángel a María, a una profecía de Natán de mil años antes sobre la descendencia del rey David. Dicha profecía constituía la base de la expectación del Mesías que había en Israel. Parte de la profecía de Natán decía: «Haré grande Tu nombre; Yo afirmaré para siempre el trono de Su reino. Yo seré padre para Él, y Él será hijo para Mí. Tu casa y Tu reino permanecerán siempre.»[8]
La esperanza y expectación del pueblo judío cuando nació Jesús era que el mesías —un ser humano normal y corriente— sería ungido por Dios y se levantaría en Israel como rey y líder. No se esperaba que fuera el Hijo de Dios.
No obstante, el ángel Gabriel, empleando términos similares a los de la profecía de Natán, indicó que el hijo de María sería grande, que Dios le daría para siempre el trono de David, que su reino no tendría fin y, lo más importante, que sería llamado Hijo del Altísimo[9].
En estas similitudes entre el relato del nacimiento de Jesús y ciertos sucesos narrados en el Antiguo Testamento se advierten relaciones que ponen de manifiesto el magnífico milagro del amor de Dios por nosotros y Su obra a lo largo de la Historia para llevar salvación a la humanidad. Jesús, el Hijo de Dios, entró en este mundo como un regalo de amor del propio Dios.
Gracias a Su vida, Su muerte y Su resurrección podemos relacionarnos con Dios de una forma más personal e íntima que nunca. Por ese regalo que hizo Dios a la humanidad —el mayor y más duradero de todos—, podemos conocer la alegría y la dicha de ser hijos de Dios, de vivir con Él eternamente.
Que pases una estupenda Navidad celebrando el nacimiento de Aquel que vivió y murió por cada uno de nosotros, Jesús, el Hijo de Dios, que entregó Su vida para que pudiéramos vivir con Él para siempre, constituyéndose así en el regalo de Dios para la humanidad.
Publicado por primera vez en diciembre de 2013. Texto adaptado y publicado de nuevo en diciembre de 2020.
[1] Lucas 1:26-27.
[2] Lucas 1:31-33.
[3] Lucas 1:14-17.
[4] Lucas 1:12-13.
[5] Génesis 16.
[6] Génesis 17.
[7] Lucas 1:34-35.
[8] 2 Samuel 7:9 (BLA 2005), 13-14, 16.
[9] Lucas 1:32-33.
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