septiembre 29, 2020
Los Evangelios cuentan que Jesús se relacionaba con gente de todas las esferas de la sociedad: varones y mujeres, jóvenes y ancianos, ricos y pobres, sanos y enfermos, religiosos y no religiosos. Como Él es el Hijo de Dios, Su modo de tratar a los demás, lo que les decía y lo que hacía con ellos era un reflejo de la actitud del Padre.
Al leer en los Evangelios cómo se relacionaba Jesús con las mujeres nos damos cuenta de cuál era Su actitud —y por tanto la de Dios— hacia ellas. Vemos cómo les hablaba, las sanaba, se compadecía de ellas, les enseñaba y les revelaba aspectos de Su naturaleza. En las parábolas las puso como buenos ejemplos. Ellas fueron testigos de Su muerte y las primeras en descubrir el sepulcro vacío después de Su resurrección. Al examinar el rol social de las mujeres en la Palestina del siglo I, la diferencia entre la actitud de Jesús frente a ellas y la cultura de Su época es bien notable.
En la sociedad judía la mujer tenía una categoría inferior al hombre. Los textos judíos de la época ofrecen una visión constantemente negativa de las mujeres en todo aspecto. Se les exigía que fueran sumisas a los hombres. Los hombres judíos hacían una oración en la que daban gracias a Dios por no haber nacido gentiles, esclavos ni mujeres. En los escritos de los rabinos quedaba bien claro que a las mujeres se las consideraba más sensuales y menos racionales que los hombres. Las mujeres eran consideradas seductoras; por consiguiente, los hombres evitaban el contacto social y las conversaciones con ellas fuera del matrimonio.
Aunque las Escrituras enseñaban que todos los israelitas debían escuchar la Ley[1], las mujeres solían recibir una mínima instrucción religiosa. Su papel en el culto quedaba restringido por el hecho de que no podían entrar en el atrio interior del templo, ni podían ser sacerdotisas. Tampoco podían ser rabinas. Sus principales actividades eran domésticas. Los hombres consideraban que ellas tenían poco que aportar a la vida pública o religiosa.
Al leer cómo se relacionaba e interactuaba Jesús con las mujeres en los Evangelios, está claro que Él tenía una perspectiva muy distinta. Las veía como personas completas, dignas, valiosas y espirituales. Se nota por cómo las sanaba[2] y por cómo perdonó y aceptó a mujeres consideradas ritualmente impuras y socialmente indeseables[3].
Jesús no solo se relacionaba respetuosamente con las mujeres judías; lo mismo hacía con las extranjeras, como se aprecia en Su encuentro con la samaritana junto al pozo de Jacob. Jesús tuvo un diálogo con la mujer y en el curso del mismo le reveló que sabía que había estado casada múltiples veces y que el hombre con el que vivía no era su marido. Continuando la conversación, le anunció que Él era el Mesías. Esa descripción de los actos de Jesús nos indica que una mujer —y no solo una mujer, sino una mujer no judía, ritualmente impura y pecaminosa— es apta para dar a conocer el mensaje de Dios.
Jesús manifestó amor y compasión a las mujeres sanándolas o sanando a sus seres queridos. Otra cosa es que no le preocupaba mucho volverse ritualmente impuro tocando a alguien que estaba contaminado por motivo de enfermedad, menstruación, pecado o muerte. Se saltó a la torera la ley mosaica curando a mujeres en sábado y reprendió a un dirigente religioso por poner objeciones a que sanara en sábado a una hija de Abraham. Enseñó a María como se instruye a un discípulo, y le reveló a Marta algo espectacular sobre Sí mismo y Su naturaleza. Las palabras y acciones de Jesús demuestran que para Él y para Su Padre las mujeres son personas completas e iguales.
A lo largo de los Evangelios se observa que Jesús echó por tierra la idea de que el papel de la mujer se limitaba al hogar y que indicó que ella también podía desempeñar una función en la vida pública y religiosa. En los Evangelios consta que Él conversó con mujeres, que en Sus enseñanzas las presentó como buenos ejemplos, que ellas proclamaron Su mensaje, que entendieron correctamente quién era y que dieron testimonio de Su muerte y resurrección. Todo eso sirve de fundamento al postulado de que a los ojos de Dios, en Su reino, en cuanto a lo espiritual, la mujer tiene la misma valía y categoría que el hombre. Por medio de Jesús, el antiguo orden religioso patriarcal estaba comenzando a quedar desplazado, sustituido por el nuevo concepto, propio del reino, sobre el valor y la igualdad de la mujer. Peter Amsterdam
María Magdalena ha recibido mucha publicidad desde su época y, al igual que en los tabloides, gran parte de la misma no es cierta. Las acusaciones de que estaba casada con Jesús o de que fundó una comunidad impregnada de creencias gnósticas son afirmaciones históricas infundadas cuando se miran las fuentes más tempranas. No tienen fundamento en el Nuevo Testamento y no parecen tener ningún fundamento en las tradiciones de antes del siglo II.
Lo que sí sabemos de María es que fue poseída por espíritus malignos—siete para ser exactos—antes de conocer a Jesús. Se ha especulado mucho sobre el significado de dicha posesión. Algunos han argumentado que era una prostituta y por lo tanto se consideraba que estaba llena de espíritus inmundos, aunque esto nunca se afirma. Independientemente de la vida de la que había venido, está claro que todo cambió cuando conoció al que la sanó. María se unió a las filas como seguidora de Jesús, y nunca lo dejó, permaneció con Él hasta el final.
Los estudiosos nos recuerdan que esto dice mucho sobre María, pero más aún sobre aquel a quien ella siguió... Jesús entró en un mundo que discriminaba en gran medida a las mujeres. A las mujeres se les prohibía ingresar más allá de cierto punto en el Templo; eran excluidas de las conversaciones en público y restringidas a papeles de espectadoras. Jesús no solo rechazó esta práctica, sino que actuó radicalmente en oposición a ella. Sorprendió a Sus discípulos hablando con aquellos que normalmente eran rechazados: una mujer que sangraba en el camino, una samaritana que extraía agua del pozo. Dejó de lado toda discriminación e injusticia, y recibió a las mujeres valientes que formaron parte de cada acontecimiento descrito en el Nuevo Testamento.
Jesús afirmó ser el Hijo de Dios, que es una declaración insondable para hacerla sobre uno mismo. Pero esa no fue la única declaración inconcebible que hizo. Al estudiarlo, como estudiaríamos una bomba de relojería en medio de la multitud, descubrimos que es alguien que está totalmente en contra de la cultura establecida, que acepta a los que son rechazados y pasados por alto, que da a las mujeres una voz y un lugar seguro para ser escuchadas, y que llama a todos a la transparencia, dirigiéndose a un mundo quebrantado por todo su dolor, deficiencias, enfermedades y pecado. Si este es realmente el Hijo de Dios, es un Dios que no solo puede manejar nuestras historias no editadas, sino que las exige, porque Él no se dejó intimidar por esa sociedad.
La de María Magdalena es una de esas historias. Dejó atrás la vida que conocía para seguir a quien la conocía. Hasta el día de hoy, su historia de fe y discipulado sigue siendo la que Dios ha considerado digna de narración. Jill Carattini[4]
Para Cristo, las mujeres tienen un valor intrínseco igual al de los hombres. Jesús dijo: «En el principio el Creador “los hizo hombre y mujer”»[5]. Las mujeres son creadas a imagen de Dios tal como lo son los hombres. Al igual que los hombres, tienen autoconciencia, libertad personal, una medida de autodeterminación y responsabilidad personal por sus acciones... En los cuatro Evangelios aparecen ejemplos del trato equitativo que Jesús les dio a las mujeres.
En primer lugar, Jesús se dirigía regularmente a las mujeres directamente mientras estaba en público. Esto era inusual para un hombre[6]. Los discípulos se asombraron al ver a Jesús hablando con la mujer samaritana junto al pozo de Sicar[7]. También habló libremente con la mujer sorprendida en adulterio[8]. [...] Del mismo modo, Jesús se dirigió a una mujer que andaba encorvada desde hacía dieciocho años[9] y a un grupo de mujeres en el camino a la cruz[10].
Un segundo aspecto de la atención de Jesús al valor intrínseco total de las mujeres se ve en cómo les habló a las mujeres a las que se dirigió. Habló de una manera considerada y cariñosa. Cada escritor sinóptico registra a Jesús dirigiéndose a la mujer con el trastorno hemorrágico con ternura, la llamó «hija», y refiriéndose a la mujer encorvada, la llamó «esta hija de Abraham»[11]. Bloesch deduce que «Jesús llamó a las mujeres judías “hijas de Abraham”[12], de este modo les concedía un estatus espiritual igual al de los hombres»[13].
Jesús tenía en alta estima a las mujeres y lo demostró tanto en su vida como en sus enseñanzas. Reconoció la igualdad intrínseca de hombres y mujeres, y continuamente mostró el valor y la dignidad de las mujeres como personas. Jesús valoró su compañía, oraciones, servicio, apoyo económico, testimonio y testificación. Honró a las mujeres, enseñó a las mujeres y ministró a las mujeres de formas muy consideradas. James A. Borland[14]
Publicado en Áncora en septiembre de 2020.
[1] Deuteronomio 31:12.
[2] Marcos 1:30–31; Lucas 13:11–12.
[3] Lucas 8:54–55; Juan 4:9.
[4] https://www.rzim.org/read/a-slice-of-infinity/the-one-she-followed.
[5] Mateo 19:4 (NVI); Génesis 1:27.
[6] Juan 4:27.
[7] Juan 4:7–26.
[8] Juan 8:10–11.
[9] Lucas 13:11–12.
[10] Lucas 23:27–31.
[11] Lucas 13:16.
[12] Lucas 13:16.
[13] Donald Bloesch, Is the Bible Sexist? (Crossway Books, 1982), pág. 28.
[14] https://www.crossway.org/articles/how-jesus-viewed-and-valued-women.
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