septiembre 23, 2020
Se ha dicho que son tres los artistas que nos brindan la música: Dios, que nos da la mágica madera para hacer los instrumentos; el fabricante del instrumento, que tras meses de trabajo despierta la música que habita en la madera; y luego está el maestro musical, que libera la música de los confines de la madera para liberar al oyente.
Observé de primera mano una ilustración del poder redentor de la música cuando visité una cárcel de mujeres en Uganda. Muchas de las mujeres estaban detenidas por haberse defendido de los abusos violentos por parte de sus esposos, lo que terminó en tragedia. En algunos casos, esas mujeres estaban embarazadas o vivían dentro del penal con sus hijos, ya que no había nadie que pudiera hacerse cargo de ellos.
Un grupo de amigos voluntarios cristianos y yo fuimos a brindarles a las mujeres un entretenimiento con mensaje mediante música alegre con guitarra, comedia con payasos, un show de magia y una representación teatral interpretada por mí. Mientras buscaba un tema que fuera relevante, me di cuenta al indagar más acerca de esas mujeres que, muchas de ellas, sentían que no tenían valor y que su utilidad en la vida había concluido. Ahora sobrevivían día a día sin esperanza.
Encontré el conocido poema «El toque del Maestro», escrito en 1921, que me pareció perfecto para la ocasión. El poema es acerca de un violín viejo y venido a menos que subastaron. Al principio solo consigue un precio bajo de solo unos cuantos dólares, pero luego de que un anciano se acercara y tocara el violín, su valor aumentó en varios miles de dólares. ¿Cómo es que el mismo violín cambió de valor de manera tan drástica? Fue el toque del maestro que interpretó una música bellísima[1].
Esas mujeres, como el viejo violín desvalorizado, eran de sumo valor y todavía podían interpretar música hermosa en sus vidas, si permitieran que el Maestro las tocara. Hicimos el sketch en el idioma local y teníamos un violín de verdad. Yo hacía la mímica de estar tocando el violín al sonido de una grabación hecha por un maestro violinista. Tras unas sencillas instrucciones, la audiencia hizo el papel de la gente que ofertaba por el violín. Después muchas comentaron que la narración les había dado nuevas esperanzas.
La historia de cómo surgió este poema también es relevante. A la autora, Myra Welsh, le encantaba tocar el órgano cuando era joven pero, debido a una artritis grave, quedó confinada a una silla de ruedas y ya no podía tocar. Cierto día escuchó una charla dada a unos alumnos sobre el poder de Dios para valerse de las personas a pesar de sus impedimentos y debilidades. Ella comentó: «Me llené de tanta luz que lo escribí en 30 minutos.» El hecho de que lo pudiera escribir fue en sí un hecho asombroso. Tuvo que sujetar la punta de un lápiz en sus manos torcidas por la artritis para darle a las teclas de la máquina de escribir con mucho esfuerzo. No obstante, ella agregó: «El gozo de escribir superó el dolor del esfuerzo que hacía.»
Hasta un viejo violín aparentemente sin valor puede transformar vidas. Algo tan pequeño como unos cuantos panes y peces se puede transformar en un festín para miles de personas gracias al toque de la mano del Maestro, como la vez que Jesús multiplicó los panes y los peces[2]. Moisés descubrió que a pesar de sus limitaciones, algo tan común como un palo puede ser transformado por el Señor en una vara de Dios que obra grandes señales y prodigios[3].
Dios con frecuencia nos sorprende por la manera en que actúa. Hay muchos músicos famosos que han superado sus aparentes impedimentos, tales como los pianistas ciegos Ray Charles o Stevie Wonder; o consideremos a Itzhak Perlman, el virtuoso y gran violinista ganador de numerosos premios por sus actuaciones, incluyendo cuatro Emmys, que dijo: «Yo quería tocar el violín antes de tener polio, y después, no hubo motivo para no hacerlo.» Él contrajo polio cuando tenía cuatro años, lo cual le impidió el uso de las piernas, mas no de las manos. Convirtió ese impedimento en su mayor activo.
Uno de los casos más extremos es el de Leslie Lemke, que era ciego, autista, y con daño y parálisis cerebral. No se pudo poner de pie hasta los 12 años y recién a los 15 aprendió a caminar, sin embargo, gracias al gran amor de sus padres y con muchos milagros se convirtió en un gran pianista[4].
Me pareció que sería bueno escuchar una experiencia de primera mano sobre este tema y me acordé de mi amigo Steven Gilb, músico invidente y escritor consumado. Él me dijo: «El valor de lo que tenemos depende de cómo lo usemos, sin importar lo mucho o poco que parezca a primera vista. Yo puedo afirmar que nunca sentí que fuera ese violín carente de valor, pues he descubierto el gozo de utilizar cualquier talento que tenga.
»Soy una prueba viviente del hecho de que Dios es capaz de tomar cosas en apariencia inservibles, como nuestras tendencias más molestas, y convertirlas en nuestras mejores destrezas.
»Yo tenía pasión por la música desde que era niño; a los dos años hacía percusión con las manos sobre todo lo que encontraba. Si bien a otros les molestaba, mis padres intuyeron mi interés por la música y con el tiempo me consiguieron un par de bongos. Ahora toco la batería y otros instrumentos, y Dios se vale de estos dones para Su gloria.»[5]
Estos relatos nos deberían animar, ya que si otras personas pudieron superar semejantes retos, nosotros también podemos. Debemos dar la bienvenida al toque del Maestro en nuestra vida diaria para que nosotros también podamos interpretar una música hermosa.
El toque del Maestro
«Un viejo violín, maltrecho y golpeado…
¡No vale la pena!», pensó el subastador.
Lo alzó, sin embargo, con una sonrisa,
por si acaso surgía algún comprador.
«¿Cuánto me dan por él, señores?
¿Quién hará la primera oferta?
¿Diez solamente? ¡Veinte por aquí!
¿No hay quien pague treinta?
»Treinta a la una… treinta a las dos…
¡señores, la oferta llega a su fin…!»
En ésas se acercó un hombre mayor
y tomó en sus manos arco y violín.
Limpió el polvo del viejo instrumento.
Tensó las cuerdas y comenzó a tocar
una melodía dulcísima, de esas que
atrapan y tienen virtud de hechizar.
Cesó la música y el subastador, alzando el violín
dijo esta vez con voz suave y profunda:
«¿Y ahora, señores, cuánto me ofrecen?
¿Quién hará una nueva postura?
»¡Mil!... ¿Quién me ofrece dos?
Dos mil… ¡en tres lo liquido!
Tres mil a la una… tres mil a las dos…
¡en tres mil queda vendido!»
Se oyeron aplausos, pero algunos decían:
«¿A qué viene esto?,
¿qué le dio tanta valía?»
«El toque del Maestro».
Al igual que aquel viejo violín,
destemplada por la vida y el pecado,
más de un alma golpeada y maltrecha
se remata a precio rebajado.
Mas la masa ignorante no entiende
cuán alto es el precio de un alma,
ni la transformación que en ella se obra
cuando el Maestro llega a tocarla.
¡Oh, Maestro!, destemplada estoy.
Pon Tu mano sobre mí.
¡Que tu toque haga vibrar mi corazón
con una melodía para Ti!
[1] Pueden ver una breve dramatización de esta historia en este enlace y una canción en este enlace [ambas en inglés].
[2] V. Mateo 15.
[3] V. Éxodo 4.
[4] En este video encontrarán la historia de su vida [en inglés].
[5] En este enlace pueden escuchar sobre Steve. Ver los programas 132 y 200 [en inglés].
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