agosto 20, 2020
En el capítulo 15 de Lucas, Jesús expresa de una forma bien hermosa los sentimientos de Dios en lo tocante a la salvación y restauración. Mediante tres parábolas con un argumento similar —la de la oveja perdida, la de la moneda perdida y la del hijo perdido— defiende Su relación con los pecadores y reprueba la actitud de quienes lo criticaban y censuraban. En este artículo presentaré las dos primeras.
El relato comienza de esta manera: «Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírlo, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”»[1].
Los fariseos y legistas criticaban a Jesús porque no solo comía con pecadores, sino que además los recibía. Desaprobaban que comiera informalmente con ellos y que aceptara invitaciones para comer en sus casas, y quizá todavía más que los recibiera, es decir, que les manifestara hospitalidad, ya que es posible que Él también los convidara a comer.
En respuesta a las críticas de los fariseos y escribas, Jesús se defiende y explica Sus acciones mediante tres parábolas, la primera de las cuales constituye una de las imágenes verbales más conocidas de la Biblia: «¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, y al llegar a casa reúne a sus amigos y vecinos, y les dice: “Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido”. Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento»[2].
La defensa de Jesús comienza con la pregunta: «¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas…?» Aunque en el Antiguo Testamento hay pasajes que se refieren a los pastores de un modo positivo, y Dios es llamado el Pastor de Israel, en tiempos de Jesús, los ovejeros eran catalogados automáticamente de pecadores, por el hecho de que su oficio tenía mala fama.
Con frecuencia los pastores eran considerados ladrones, pues llevaban sus ovejas a pastar en tierras ajenas. No se les permitía dar testimonio en juicios. En esencia, tenían el mismo estatus que los odiados recaudadores de tributos. La primera frase de Jesús ya es de por sí una provocación, pues está pidiendo a los dirigentes religiosos que se imaginen a sí mismos como pastores —y pecadores—, siendo que no se consideraban así. Jesús también hace la pregunta de esa manera con la intención de obtener el asentimiento de los oyentes, la aceptación de que todo pastor en esa situación buscaría la oveja perdida.
El pastor considera importante la oveja perdida, a pesar de no ser más que una entre cien. Se perdió y había que encontrarla; y cuando la encuentra, el pastor se regocija. Pero la parábola no termina ahí. «Y al llegar a casa reúne a sus amigos y vecinos, y les dice: “Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido”»[3].
El pueblo entero se alegra de que el pastor que buscaba solito la oveja regrese sano y salvo, habiéndola encontrado ilesa. La expresión que se emplea en el texto griego para decir «reúne a sus amigos y vecinos» se usa a veces para referirse a una invitación a un banquete. Es posible que parte del regocijo de la gente consistiera en celebrar juntos la ocasión con una comida. ¡El hallazgo y la recuperación de lo que estaba perdido es causa de alegría!
Jesús termina la parábola con estas palabras: «Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento»[4]. Jesús declara enfáticamente que Dios se alegra sobremanera cada vez que una persona accede a la salvación. «Más gozo en el cielo» puede entenderse en el sentido de que «Dios se alegra enormemente» cuando un pecador se arrepiente.
En respuesta a las críticas por el amoroso trato que dispensaba a los pecadores, Jesús presentó una imagen verbal que muestra el amor que siente Su Padre por todos los que necesitan salvación, sin importar quiénes sean ni la clase social a la que pertenezcan. Queda de manifiesto que la actitud de los fariseos, que se quejaban de que Él se relacionara con pecadores, es contraria a la naturaleza y personalidad de Dios. En vez de ir a buscar las ovejas perdidas, los fariseos propugnaban separarse de los pecadores perdidos.
Esta parábola, como muchas otras, sigue el esquema de ir de lo menor a lo mayor: Si el humilde pastor busca y recupera la oveja perdida, ¡cuánto más Dios buscará y rescatará a Sus hijos perdidos!
La parábola de la moneda perdida se trata de una reflexión más sobre la pregunta que Jesús planteó en la primera parábola, solo que esta vez la protagonista es una mujer. En la Palestina del siglo I, las mujeres eran consideradas inferiores a los hombres. En ambas parábolas, Jesús crea de entrada un pequeño efecto de choque al poner como protagonistas a personas a las que los oyentes se consideraban superiores.
«¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, barre la casa y busca con diligencia hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, y les dice: “Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido”. Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente»[5].
En aquella época, la mayoría de los pueblos agrícolas eran bastante autosuficientes, tejían su propia ropa y cultivaban sus alimentos. El dinero era escaso, y da la impresión de que para esta mujer perder la moneda representaba un gran perjuicio. La gravedad de la pérdida queda de relieve al compararla con la de la primera parábola, en la que se perdió una oveja de cien. Aquí es una moneda de diez.
Generalmente las casas pobres de Palestina tenían una sola puerta y quizás un hueco en la pared de piedra, cerca del tejado, que servía de ventilación, por lo que en el interior había muy poca luz natural. Uno puede imaginarse la ansiedad de la búsqueda y a la mujer barriendo con esmero cada sitio en el que podría estar la moneda, corriendo los muebles y barriendo una y otra vez hasta que la encuentra. En esta parábola, el énfasis está en la búsqueda cuidadosa.
Al encontrar la moneda perdida, llama a sus amigas y vecinas para que se regocijen con ella. Las palabras «gozaos conmigo» son las mismas que dijo el pastor a sus vecinos. La mujer, al igual que el pastor, invita a sus amigas y vecinas a participar de su alegría por haber encontrado lo que estaba perdido.
Jesús entonces repite una expresión de la primera parábola: «Os digo» o, en otras versiones, «les aseguro». Es una expresión que se usa en los cuatro Evangelios cuando Jesús va a hacer una declaración de peso. En este caso, Él va a proclamar: «Hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente»[6]. «Gozo delante de los ángeles», también traducido como «alegría en presencia de los ángeles», equivale al «gozo en el cielo» de la primera parábola. Expresa la alegría de Dios por la recuperación de lo perdido.
El hecho de que la mujer busque la moneda es una analogía de la diligencia y el esfuerzo con que Dios busca a los perdidos. Si una mujer que pierde una moneda la busca tan diligentemente y se alegra tanto cuando la encuentra, ¿cuánto más no buscará Dios a los que están perdidos y se regocijará cuando sean hallados?
Estas parábolas arrojan luz sobre cómo entiende Dios la redención y restauración. A diferencia de los fariseos y escribas, que criticaban a Jesús por las personas con que andaba, Dios quiere salvar a los que están perdidos. No se fija en su estatus, ni en sus riquezas, ni en su procedencia, ni en su religiosidad o falta de ella. Los busca porque están perdidos y es preciso encontrarlos. Los busca porque los ama, se preocupa por ellos y desea que vuelvan a Él.
Dios, al obrar por medio de Su Espíritu, no solo hace un esfuerzo por buscar a los perdidos, sino que además los restaura, como se evidencia en la abnegación del pastor que carga sobre sus hombros la oveja perdida para llevarla de nuevo con el rebaño. Se advierte ese mismo sacrificio en Jesús, que dio Su vida por nosotros, para salvarnos y llevarnos a Su Padre. Y cuando eso sucede, ¡Dios se alegra en gran manera!
Dios con frecuencia se vale de nosotros para buscar a los perdidos. Una de nuestras misiones como cristianos es comunicar el evangelio a los necesitados. ¿Prestamos atención para reconocer a las personas a las que Él nos quiere conducir? Y cuando nos vemos frente a alguien que precisa el amor y la verdad de Dios, ¿actuamos oportunamente para testificarle y transmitirle el mensaje divino?
¿Estamos dispuestos a ser atrayentes, a manifestar a todos el amor de Dios, inclusive a los oprimidos, a los tipos rudos, a los que en el mundo de hoy son rechazados y despreciados? ¿Estamos dispuestos a tener trato con los perdidos con el fin de que conozcan el amor incondicional de Dios y Su salvación?
Emulemos todos la manera de ser y la personalidad de Dios al relacionarnos con personas que necesitan Su amor y salvación.
Artículo publicado por primera vez en octubre de 2014. Texto adaptado y publicado de nuevo en agosto de 2020.
[1] Lucas 15:1, 2 (RVR 1995).
[2] Lucas 15:4-7.
[3] Lucas 15:6.
[4] Lucas 15:7.
[5] Lucas 15:8-10.
[6] Lucas 15:10.
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