Se nos ha concedido a causa de Cristo

julio 2, 2020

Recopilación

[Granted to Us on Behalf of Christ]

«Porque a ustedes se les ha concedido no solo creer en Cristo, sino también sufrir por Él».  Filipenses 1:29[1]

A mí me encanta el confort. No quiero lujos, pero sí comodidad. Me gusta —no, borren eso—, me FASCINA el bienestar, como una taza de té caliente, cobijas suaves, abrazarme con mis hijos, un plato de pasta, una velada riéndome con mis amigos, el placer de una camisa que me quede justo a la medida, besos de mi esposo, un lindo lugar donde sentarme. Estas son las cosas que busco. También me gusta saber que mis seres queridos están a gusto. Sinceramente, considero que esas son mis necesidades.

Les cuento lo que no busco: dolor (de ningún tipo), sufrimiento, angustia y privaciones. Me disgusta mucho lo que sea que me deje con frío, cansada o con hambre, y ni hablar de herida o con dolor. Me gustan las cosas fáciles. Es la pura verdad.

Este versículo de la Biblia entra en gran conflicto con lo que considero mis «necesidades»: «Se les ha concedido no solo creer en Cristo, sino también sufrir por Él»[2]. Este pasaje fue escrito a los cristianos de Filipo cuando Pablo estaba en prisión. En los versículos previos Pablo decía que se sentía honrado de estar en prisión por predicar el evangelio, y expresaba que ya sea que viviera o muriera, su vida pertenecía a Dios.

Ahí está, en blanco y negro: «Nos es concedido sufrir por Cristo». Pablo nos advierte que no tenemos una religión «placentera» en la que hallamos comodidades, esperanza, ánimo, paz y todas esas lindas emociones. Podemos también esperar algo de sufrimiento por nuestra fe en Jesús.

La persecución religiosa nos puede resultar tan extraña y ajena a nuestro mundo normal que no nos percatamos de que, en la actualidad, hay bastantes cristianos a quienes su fe les cuesta mucho en términos de comodidad, seguridad, libertad y hasta la vida.

Puede resultar chocante para los que vivimos en lugares en donde la persecución religiosa es menos común, que nuestra fe venga acompañada de una cláusula que dice que debemos también estar «dispuestos a sufrir». Jesús preparó nuestro corazón cuando dijo: «El siervo no es mayor que su señor. Si a Mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán»[3].

La persecución en realidad es una promesa por vivir como Dios quiere que vivas. Pablo lo dice en 2 Timoteo 3:12: «Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución»[4]. Por lo que la persecución puede ser una señal de que tus elecciones y estilo de vida son probablemente los correctos y agradables a Dios.

Decidí especificar más concretamente la persecución, para prepararme y para que cuando llegue, recuerde que era lo que me esperaba cuando decidí dedicar mi vida a Jesús:

1. Que se me señale a causa de mis creencias. Esto puede significar tener que explicar a algunos de mis amigos seculares que creo en cosas como el diseño inteligente y que me ridiculicen por ello. O ser criticada porque no acepto ciertos comportamientos o estilos de vida. O quizás tenga que ver cómo los que están en la onda marginan a mis hijos por ser fieles a su fe.

2. Que alguien haga todo lo posible para que mi familia y yo suframos por nuestra fe. Tal vez alguien difunda rumores maliciosos sobre mí y mis seres queridos. Ello podría afectar a nuestro círculo social, membresías de clubes, o empleos, y causar mucha dificultad. Y podría llegar más allá, si alguien pusiera en peligro nuestra seguridad física.

Ser perseguidos por la ley y el gobierno. Vivo en un país que se jacta de la libertad de culto, y me encanta que así sea. Pero también sé que desde luego no sucede lo mismo en muchos países hoy en día. Cristianos extraordinarios han luchado y han dado su vida para conseguir libertad religiosa, y no la tenemos garantizada. Nos la pueden quitar. Hay países en los que ser cristiano está penado por la ley con encarcelamiento, multas y, en los casos más extremos, la muerte.

Podría hablar mucho acerca de la gracia, protección, milagros y fortaleza de Dios en tiempo de dificultad, que incluye la persecución. Podemos confiar en que Él nos dará Su gracia para cualquier oposición o persecución —ya sea ligera o grave— que suframos en esta vida. Él nos ayudará a enfrentarla con la misma clase de amor que hace que estemos listos para luchar y/o sufrir por quienes amamos. Y sabemos que Jesús hace exactamente lo mismo por nosotros.

«En todo esto somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó»[5].  Mara Hodler

Vale la pena

Los cristianos han tenido persecución desde la época de Jesús hasta la fecha. Nuestro Señor explicó en las Escrituras que esa es parte de la vida de Sus seguidores[6]. Asimismo, el apóstol Pablo dijo: «Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución»[7].

Muchas personas equiparan el término «persecución» con los casos más graves: prisión, tortura y muerte. Se enteran de casos publicados en YouTube, en las noticias y en sitios web cristianos, en los que se dice que va en aumento el número de personas creyentes que han tenido que soportar esa clase de persecución. Luego ven a su alrededor a muchos otros cristianos que nunca enfrentaron algo tan grave. Entonces pueden llegar a preguntarse si, por alguna razón, esas personas no eran lo suficientemente piadosas en ciertos aspectos.

Creo que la respuesta puede estar en la definición de la palabra «persecución». Tanto en diccionarios seculares como bíblicos el término está ligado a seguimiento, acoso, opresión o castigo. En otras definiciones el concepto hace referencia a enfrentar resistencia, hostilidad, maltrato u oposición.

Cuando vives la verdad del Evangelio, es inevitable que enfrentes algún tipo de oposición y resistencia. Algunos han tenido que soportar persecución extrema. Otros, sufren de otra forma. Sea cual sea la situación, Dios les da la fuerza y el valor para enfrentar lo que les ha pedido.

Ninguno de nosotros puede saber cómo será nuestra vida en el futuro. Sin embargo, sabemos que pase lo que pase, Jesús nunca nos defraudará. Lo que sea que Él nos pida hacer en esta vida, si lo seguimos de cerca, lo glorificaremos. Independientemente de lo que nos pida hacer, Su poder estará presente para ayudarnos cuando lo necesitemos. A medida que acudimos a Él, seremos vencedores, y Él estará complacido con nosotros.  María Fontaine

Tareas de fe

«Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento».  2 Corintios 4:16-17[8]

El reconocido escritor Philip Yancey expone: «Yo abrigaba la creencia de que el cristianismo resolvía problemas y facilitaba la existencia. Ahora cada vez me convenzo más de que mi fe en realidad complica la vida, en ciertos aspectos en que debiera ser complicada. Mi fe cristiana no me permite desentenderme de la ecología y el medio ambiente, de la pobreza y la problemática de los sin techo, del racismo y la persecución religiosa, de la injusticia y la violencia. Dios no me da esa opción».

Seguidamente Yancey explica ese conocido pasaje de la siguiente manera: «Jesús nos ofrece consuelo, pero ese consuelo consiste en asumir una nueva carga, Su carga. Nos ofrece una paz que trae consigo una agitación que antes no teníamos, un descanso que incluye nuevas tareas»[9].

¿Cuáles son esas nuevas tareas? Jesús las detalló cuando sintetizó la fe cristiana: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo»[10], nuestro prójimo es cualquiera a quien estemos en posición de ayudar. Amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos no es algo que nos nazca, y rara vez es fácil, pero a eso se nos ha llamado como cristianos.  Keith Phillips

Publicado en Áncora en julio de 2020.


[1] NVI.

[2] Filipenses 1:29 (NIV).

[3] Juan 15:20 (RVA-2015).

[4] RVR1995.

[5] Romanos 8:37 (NVI).

[6] V. Juan 15:20.

[7] 2 Timoteo 3:12.

[8] NVI.

[9] Philip Yancey, Reaching for the Invisible God (Zondervan, 2000), 93–94.

[10] Mateo 22:37–39.

 

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