junio 22, 2020
Es natural hacer suposiciones sobre las personas. Lamentablemente, lo que suponemos en muchos casos es algo negativo. En lo personal, he visto que es muy fácil hacer eso. Constantemente le pido al Señor que me detenga ante el primer pensamiento de crítica o tendencia santurrona hacia los demás. Todos sabemos que es malo, según lo que dicen las Escrituras, que pensemos así de otras personas. No refleja la manera en que es Jesús. Cuando permitimos que esos pensamientos influyan en nosotros, a menudo nuestras ideas son muy inexactas. O incluso si son técnicamente exactas, tal vez sean poco caritativas o superficiales, o quizá no se tengan en cuenta todos los factores subyacentes a lo que motiva a alguien a actuar o responder de cierta manera.
A mi juicio, la debilidad humana y común de suponer lo negativo o de sacar conclusiones negativas indica lo importante que es que continuamente procuremos tener el mismo sentir de Cristo. En el caso de muchos de nosotros, es necesario un esfuerzo a fin de que evitemos caer en esas tendencias negativas. A menudo pensamos que conocemos la situación y que podemos evaluarla acertadamente. Incluso si vez tras vez descubrimos que nos equivocamos y que las cosas no eran así, de todos modos podemos caer en la trampa de pensar que conocemos la situación, cuando la verdad es que solo vemos parte de toda la realidad.
¿Podemos conocer los pensamientos de alguien o saber lo que hay en su corazón? ¿Podemos ver en su interior y determinar los detalles privados de su vida? Claro que no podemos hacerlo. Solo conocemos espectros reducidos de información.
Cuando se desconocen los motivos que tiene alguien y no estamos de acuerdo con sus actos o sus puntos de vista, o nos caen mal, es fácil llegar a la conclusión de que lo más probable es que sus motivos sean equivocados y no correctos. Esa perspectiva conduce a conclusiones equivocadas. Sin embargo, cuando acudimos a Jesús y le permitimos que dirija nuestros pensamientos, Su amor proporciona un «ojo espiritual» adicional. Jesús puede hacernos ver las cosas como Él las ve.
Sabemos que está mal criticar a otras personas. Sabemos que desagrada a Dios y es contrario a Su Palabra. No obstante, el apóstol Pablo dijo «que las cosas que quería hacer, a menudo no las hacía, y que lo que no quería hacer, a menudo sí lo hacía»[1].
Es un proceso continuo superar nuestra naturaleza pecaminosa que a menudo se opone a la verdad de la Palabra de Dios. En muchos casos transcurre largo tiempo antes de que se eliminen los prejuicios arraigados que tenemos. Además de las tendencias naturales, innatas, estar metidos de lleno en este mundo también influye en nosotros en lo que respecta a actitudes, las cuales debemos adaptar para que sean acordes con la mente y el corazón de Jesús. Es parte de llevar «cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo»[2].
Creo que todos recordamos momentos en que nuestras palabras fueron interpretadas errónea o injustamente, o que nuestros actos fueron interpretados mal y que nuestros esfuerzos sinceros fueron rechazados debido a sospechas o ideas preconcebidas. Duele. Puede ser muy desalentador. O bien, recordamos cuando algo que hicimos o dijimos fue solo un intento torpe, burdo, de ser entendidos, amados o reconocidos; sin embargo, otros consideraron que intentamos herirlos intencionalmente, ya sea a ellos o a alguien más. Así pues, si sabemos cómo se siente, es posible que debamos mirar a los demás y darnos cuenta de que ellos se podrían sentir de la misma manera. Y si es así, tenemos la oportunidad de tratar de aliviar su dolor.
Independientemente de que la persona a la que critiquemos esté en lo cierto o se equivoque, nosotros nos equivocamos al dejar que nos influya un espíritu criticón. He sido culpable de emitir juicios precipitados acerca de las personas, y a menudo esos juicios resultaron ser equivocados.
Así pues, hice un esfuerzo para cambiar esa costumbre negativa y convertirla en positiva al pedir al Señor que me revelara cuál era Su parecer sobre la situación. Él ha sido fiel y me ha avisado cuando me apoyo en el razonamiento natural. Me recuerda que practique una especie de juego, por así decirlo, en el que se piensa en hipótesis o razones que expliquen que lo que me parece negativo tal vez en realidad sea un clamor de auxilio por parte de esa persona. Es posible que con la guía del Señor pueda satisfacer esa necesidad en cierta medida. Es posible que la ayuda que pueda ofrecer principalmente sea por medio de la oración, pero eso no hace que sea menos eficaz.
Imaginemos que una madre grita con impaciencia a sus hijos. Es fácil ver eso y etiquetarla como una mala madre. ¿Y si en realidad es una madre muy dedicada y amorosa, pero lo que pasa es que tiene un dolor de cabeza atroz? Digamos que sus tres hijos pelean y ella pierde la calma, no porque sea mala ni cruel, sino porque tiene dolor y estuvo despierta la mitad de la noche atendiendo a su bebé, y ya no sabe qué otra cosa hacer aparte de levantar la voz para que la escuchen los hijos que discuten.
La Biblia nos exhorta a pensar en lo bueno, en todo lo que es de buen nombre, lo bello, lo amable, lo amoroso, y a ser compasivos y misericordiosos en vez de suponer lo peor[3].
He descubierto que mientras más dejo que el Señor guíe mis pensamientos para el bien, esa práctica me conduce a que llegue a ser un hábito. Otra forma de que se convierta en un hábito de ver lo positivo, es poner en práctica lo que alguien sensatamente dijo: «Se aprende algo más a fondo cuando se enseña».
Los padres y abuelos podemos valernos de las experiencias que tenemos cuando estamos con nuestros hijos y nietos como oportunidades de impartir enseñanzas. Digamos que oyen que los chicos expresan críticas de alguien, y que dicen: «Ese chico nunca participa cuando practicamos un deporte. Parece malo. Apuesto a que es un acosador o miembro de una pandilla».
En tu respuesta podrías señalar que tal vez ese chico lleva una carga pesada que los otros desconocen; que quizá hay muchos problemas en su casa, o tal vez sus padres están divorciados y le cuesta superarlo. Es posible que en realidad no sea un chico malo, que lo que pasa es que está triste y se siente solo.
O bien, el chico podría estar preocupado porque en su familia alguien está muy enfermo. Es posible que quiera tener amigos, pero que piense constantemente en lo que le preocupa, a tal grado que es casi imposible que sonría, mucho menos que se divierta. Podría haber otros asuntos, temores o problemas, que todo eso le preocupe y por eso esté abrumado, y que tal vez interiormente sea una buena persona. En vez de darles de inmediato las posibles respuestas, podrías invitarlos a participar en esa especie de juego preguntándoles si se les ocurren razones por las que ese chico actúa de esa manera.
Digamos que al estar con niños más pequeños, escuchas que uno de ellos dice algo así: «Mira, esa niña tiene tantas manchas y protuberancias en la cara. Creo que es fea».
Podrías comentar: «Tal vez deberíamos pensar en cómo nos sentiríamos si tuviéramos ese problema. A mí no me gusta que las personas presten atención a cosas mías que me dan vergüenza, y estoy segura de que a ti tampoco te gusta». Podrías contar experiencias que has tenido y decir algo así: «Yo tuve algo parecido cuando era joven; y fue muy triste para mí porque pensaba que nadie querría ser amigo mío».
Luego, en caso necesario, podrías ofrecer posibles razones para que esa chica esté así. Podrías explicar que tal vez se trate de algo que ha tenido por un tiempo, y que ha sido difícil para ella. O bien, podrías ayudar a los niños a sentirse identificados con esa chica, explicándoles que probablemente ella esté muy acomplejada por eso y que sea tímida al estar con personas que no conoce bien, y que ni siquiera quiera que vean su rostro. Y es posible que ella no pueda hacer mucho para cambiar la situación. «¿Te puedes imaginar lo triste que te sentirías si te pasara a ti?»
Podrías preguntarles: «¿Qué creen que podemos hacer por ella? ¿Le ayudaría si no la señalamos ni nos quedáramos mirándola fijamente y que no nos burláramos de ella? Además, podríamos pedirle a Jesús que la anime diciéndole que la ama, porque Él la ama. Cuando el Señor nos la ponga en el pensamiento, tal vez debemos pedirle a Jesús que la anime y le limpie el cutis».
Enseñar a los niños a que participen en lo que podríamos llamar El juego de la compasión no solo los ayuda a que desarrollen un corazón tierno hacia los demás, sino que también les enseña humildad y comprensión, y además aprenden acerca de la oración y cómo emplearla para tener una influencia decisiva en las personas. Si aprenden y llegan a adquirir el hábito de participar en el juego de la compasión, serán más felices y más amorosos; y también actuarán con más oración y comprenderán mejor a las personas.
Este juego puede contribuir a que los chicos maduren, al enseñarles a tener un mejor conocimiento de otras personas y a buscar soluciones en vez de limitarse a ver problemas. Puede ayudarlos a prepararse para la vida, y a aprender a tratar a los demás de la manera que quieren ser tratados, y hasta a mirar sus propias dificultades y defectos de una manera más positiva. Puede contribuir a que aprendan a pedirle a Jesús que ayude a otras personas, y a pedirle que les dé respuestas y soluciones para ellos personalmente.
El Señor puede indicarte cómo puedes jugar hoy el juego de la compasión. Puedes empezar en solitario. Sin embargo, las bendiciones y beneficios aumentan a medida que transmitimos a otros lo que hemos aprendido. ¡Que Dios te bendiga!
Artículo publicado en octubre de 2017. Texto adaptado y publicado de nuevo en junio de 2020.
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