abril 30, 2020
Cuando enfrentamos épocas de cambio, a menudo nos parece —y vemos— que el Señor está en acción en nuestra vida, ¡pues se notan los cambios en el ambiente que nos rodea! Cuando el Señor nos señala una nueva dirección, son cambios positivos, son buenas noticias, aunque planteen nuevos desafíos, porque auguran progresos, nos incentivan y nos dirigen hacia nuevos horizontes. Cuando el Señor nos pide que nos pongamos manos a la obra con algo o empecemos a avanzar en una dirección determinada, en intención o de hecho, podemos quedarnos tranquilos sabiendo que será lo que necesitamos y nos conducirá a donde tenemos que ir.
Los cambios son algo muy curioso. Por una parte, son maravillosos y los deseamos, porque cuando hablamos de los que trae el Señor en nuestra vida sabemos que siempre son para bien. Nos ayudan a alcanzar nuestras metas y nos fortalecen, y cumplen los propósitos del Señor. Por otra parte, cuando se implementan esos cambios, es natural sentir cierta incomodidad; o mucha, puede exigir un gran esfuerzo de fe o incluso tener un efecto desestabilizador, al ver que tenemos que aprender algo nuevo o adquirir nuevas habilidades. Los cambios pueden causar desorientación o inseguridad.
Conocen el refrán «a quien algo quiere, algo le cuesta», y frecuentemente así es con los cambios que enfrentamos. Es posible que deseemos el cambio porque queremos el resultado final, pero muchas veces preferiríamos saltarnos la parte en que nos toca aceptar el proceso, la transición, las fases de la adaptación, y pasar directamente al resultado final, la estabilidad y el fruto. Sin duda sería agradable, pero no es realista.
Debemos considerar la etapa del cambio como parte de la recompensa, porque es el proceso lo que nos ayuda a fortalecer nuestra fe, a formar el carácter y tener crecimiento en nuestra vida. La Palabra nos habla de las ventajas de atravesar épocas de pruebas y desafíos y de lo valiosa que es esa etapa.
Debemos recordar eso cuando pasamos por el proceso de cambio; y darle gracias y alabarlo por los resultados que obtendremos; y también aceptar con gratitud el proceso por el que pasamos para llegar a la meta, sabiendo que nos beneficiará. Es parte del camino, y es parte de lo que nos hará madurar para que lleguemos a ser lo que el Señor quiere que seamos y lo que contribuirá a que alcancemos nuestro máximo potencial. No obstante, los cambios pueden ocasionar incertidumbre. Los cambios nos exigen un gran esfuerzo. Por su misma naturaleza, no son cómodos. Ahora bien, si los aceptamos con gusto, será mucho más fácil.
Es bueno averiguar de qué manera quiere el Señor que cambiemos y nos desempeñemos de manera diferente para ser más exitosos y prósperos. El Señor conoce las necesidades de mañana y del futuro, aquello en lo que debe convertirse cada uno de nosotros. No nos pide que cambiemos solo por mejorar. Nos lo pide porque sabe que las necesidades del futuro lo exigen y porque sabe cuál es Su voluntad y plan para cada uno de nosotros y cómo podemos llevarlo a cabo de la mejor manera.
A fin de aceptar los cambios, es necesario estar dispuestos a soltar todo lo que nos impida avanzar, sean mentalidades erróneas u obsoletas, y estar dispuestos a adoptar otras nuevas, aquello a lo que el Señor nos está conduciendo. Significa aceptar el plan que nos tiene deparado Dios para hoy, lo que nos preparará para mañana y el futuro.
Aunque enterarse de los cambios los ponga un poco nerviosos —lo cual es muy natural—, pueden confiar en Jesús y en Sus promesas infalibles; Él siempre los acompañará y nunca los dejará ni los abandonará, independientemente de lo que enfrenten. En general, los cambios tienen su precio en términos de incertidumbre o de inquietud temporal. Cuestan en términos de paciencia y perseverancia durante las fases de transición; sin embargo, podemos confiar en que al final nos alegraremos con todos los cambios que nos trae el Señor. A Él le importan todos los aspectos de nuestra vida, y traerá cambios que sean para nuestro bien y que harán que nuestra vida sea mejor.
En muchos casos, los cambios que el Señor nos trae son la respuesta a nuestras oraciones para que Él nos ayude a hacer Su voluntad, a alcanzar nuestro pleno potencial, a llevar fruto en nuestra vida y servicio para Él, y nos ayude a desarrollar toda nuestra capacidad. Con frecuencia, el Señor pone en nuestro corazón el deseo de cambiar antes de que lleguen los cambios, porque nos está preparando para ellos. Los cambios pueden ser la respuesta a nuestras oraciones, deseos y necesidades.
Un consejo para acoger los cambios es procurar no prepararse demasiado queriendo imaginar situaciones para determinarlo todo con anticipación. Todos hacemos eso de vez en cuando, y es natural querer prepararse para cualquier eventualidad. Pero la verdad es que el Señor nos da la gracia cuando llega el momento, en el momento en que nos presenta el cambio. Lo mejor que podemos hacer mientras esperamos es confiar en Él, fortalecernos en la fe y no preocuparnos por el futuro.
Recuerden que cuando llegue la hora, entonces el Señor les dará el ungimiento, la gracia, el entendimiento y la fe. Si tratan de calcularlo todo con demasiada antelación o adivinar qué pasará, lo más probable será que acaben poniéndose bastante tensos o preocupados por la posibilidad de que haya cambios. Un ejercicio mucho más positivo es alabar al Señor porque los guía día a día, un paso a la vez. Alábenlo porque se hará Su voluntad.
Otro buen ejercicio consiste en dedicar tiempo a consultar al Señor por los cambios que vienen y los preparativos que deban hacerse. También podrían preguntarle sobre todo lo que les cause inquietud o dudas. ¡Él tiene las respuestas! Escucharlo no solo les dará las que necesitan para sentirse más tranquilos, sino que los fortalecerá y los ayudará a confiar en que el Señor es el que dirige el camino de ustedes.
Algunos cambios pueden tomar un buen tiempo para hacerse realidad completamente. Mientras tanto, es posible que su paciencia se ponga a prueba, porque como la mayoría de nosotros, ¡querrán ver progresos y resultados inmediatos! Así somos los seres humanos. Pero el Señor tiene Sus razones y permite que algunas cosas tomen más tiempo que otras; en muchos casos porque así salen mejor. El tiempo que demoran es un factor clave para fortalecernos. Le da al Señor la oportunidad de ayudarnos a acostumbrarnos al cambio, a entender un poco mejor en qué consisten Su naturaleza y el plan que nos tiene deparado en la vida, así como la manera en que obra, a fin de que estemos mejor preparados en cuanto a experiencia y vida. Nos enseña a tener fe y a confiar. Nos enseña a aguantar. A tener paciencia. Como dice el clásico versículo: «Tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna» (Santiago 1:4).
Y mientras esperan que les lleguen los cambios, hay mucho a lo que pueden dedicar sus esfuerzos, y en lo que pueden concentrarse mental y espiritualmente hoy mismo a fin de preparar el terreno para el cambio que el Señor traerá a su vida mañana, o en el futuro. Si aceptan de buen grado los cambios que ya llegaron, se fortalecerán hoy mismo y preparará su corazón, mente y espíritu para adaptarse a los cambios que vienen.
Los cristianos no tenemos de qué preocuparnos; al revés: tenemos mucho de que alegrarnos acerca del futuro, sin importar los desafíos y padecimientos que tal vez lleguen. El Señor es dueño de la situación y podemos estar tranquilos al saber que todo cambio que Él ponga en nuestra vida a la larga será para nuestro bien y para el bien de aquellos a quienes Él nos ha pedido que amemos y les llevemos Su amor.
Artículo publicado por primera vez en diciembre de 2008. Texto adaptado y publicado de nuevo en abril de 2020.
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