abril 14, 2020
«Yo sé los planes que tengo para ustedes —declara el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, para darles un futuro y una esperanza»[1].
Hay una escuela cristiana de pensamiento que toma este versículo como clarísima evidencia a la hora de determinar la voluntad de Dios para cada uno. Esa línea de pensamiento mira y ve una promesa de prosperidad en todas las facetas de la vida: prosperidad en la salud, prosperidad económica, prosperidad profesional, más prosperidad de la que es posible imaginar. Es cierto que este versículo contiene una promesa de prosperidad. El plan de Dios es prosperarnos y no ocasionarnos mal, y gracias a ese plan inquebrantable tenemos esperanza de cara al futuro.
En efecto, Dios nos promete prosperidad… pero aún no.
Haríamos bien en recordar que este versículo es parte de una carta que escribió el profeta Jeremías a los israelitas en el exilio. Estos habían soportado el asedio de su ciudad, habían sido testigos de la destrucción del templo y en esos momentos vivían sometidos a un rey extranjero en otro país. Y la mayoría —si no la totalidad— de los que oyeron estas palabras iban a morir en la misma situación en que se encontraban en esos momentos. «Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, Yo os visitaré y despertaré sobre vosotros Mi buena palabra, para haceros volver a este lugar»[2].
Setenta años. No son cuatro días. Son siete décadas de deportación. Siete décadas sin identidad nacional. Siete décadas de opresión extranjera. Entonces, sí, israelitas, Dios los prosperará. Pero aún no.
Nosotros, los cristianos que vivimos después de la resurrección, nos enfrentamos hoy en día a una dinámica similar. Por mucho que queramos creer que la prosperidad de Dios es una realidad presente, tenemos nuestros propios setenta años que vivir. Setenta años de cáncer. Setenta años de persecuciones (en ciertas partes del mundo). Setenta años de vivir conforme a los valores de un reino eterno en medio de una cultura hostil. Setenta años como exiliados. ¿Quién sabe a qué equivalen en nuestro caso esos setenta años? Puede que terminen mañana, o que también nosotros vivamos y muramos en un país extranjero sin ver cómo se materializa la auténtica prosperidad del Señor con el regreso de Jesús. […]
¿Cuándo terminará nuestra deportación? Cuando vuelva Jesús. Cuando seamos arrebatados en esa resurrección que Jesús inició con la Suya. Entonces sabremos lo que es la prosperidad auténtica. Pero entretanto, debemos buscar ese reino en medio de este. Debemos vivir con valores e ideales contrarios en pleno territorio hostil. Y nuestra motivación para esa clase de vida es el hecho de que Dios, en efecto, nos prosperará. Quizá no hoy, ni mañana… pero la prosperidad del Señor se acerca, y ya ha venido. Se llama Jesús. Michael Kelley[3]
¿Cuál es el destino de un cristiano? La gloria eterna. La prosperidad auténtica no se encuentra en este mundo, con sus riquezas y su gloria, sino en la gloria eterna e inmarcesible que es nuestra en Jesucristo. […]
Cuando nos preguntan qué es una persona de éxito, por lo general contestamos la que tiene mucho dinero. Según esa definición occidental, Jesús y Sus apóstoles no fueron personas de éxito. Hasta los cristianos se ven tentados a adoptar esa concepción equivocada. Quienes lo hacen ven la fe en el evangelio como una manera de llegar a tener mucho dinero.
Pero la 1ª Epístola de Pedro nos presenta una perspectiva distinta de la vida de los cristianos en el mundo. Los cristianos son vistos como forasteros y extranjeros que deben sufrir pruebas de fuego especialmente concebidas para purificar su fe. Se nos dice que no solo el mundo está contra nosotros, sino que tenemos también un adversario, el diablo, que desea devorarnos. Esta carta nos manda no poner nuestra esperanza en este mundo, sino en Jesucristo, que volverá para darnos una herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable.
El destino de un cristiano no son las riquezas de este mundo. En esta vida se nos prometen sufrimientos, pero gloria eterna en la venidera, y el apóstol Pedro nos muestra en 1 Pedro 5 la senda que conduce a esa auténtica prosperidad y gloria. El camino que lleva a la gloria y a la prosperidad perdurable no es el de la independencia y la propia exaltación, sino el de la sumisión al reino de Dios, a la autoridad divina. […] Es un camino nuevo y vivo por el que el propio Jesucristo fue el primero que transitó.
Siendo Dios, se humilló, se hizo hombre, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios también lo exaltó sobre todas las cosas, como dice en Filipenses 2:6–11. […] Nuestro destino es gloria eterna e inmarcesible en Cristo. En este mundo, la gloria es pasajera. Pero la que se nos ha prometido en Jesucristo es eterna. […]
Si somos el pueblo de Dios, Él tiene un plan para nosotros. Su propósito no es causarnos daño, sino prosperarnos. La Biblia dice que ni de oriente, ni de occidente, ni del desierto viene el enaltecimiento, sino de Dios. Es más, somos enaltecidos aun ahora, porque en 1 Pedro 4:14 dice que «el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre [n]osotros». Cuando sufrimos y sentimos dolor, algo reposa sobre nosotros: el glorioso Espíritu de Dios. Nuestro destino es la gloria.
Que Dios nos ayude a seguir el camino de la humillación, el mismo que escogió Su Hijo, para alcanzar la auténtica prosperidad de la gloria eterna que Dios nos ha reservado en Su maravilloso plan. P. G. Mathew[4]
Los caminos de Dios no son los del hombre; Sus caminos están por encima de los nuestros. Como son más altos los cielos que la tierra, así son Sus caminos más altos que nuestros caminos, y Sus pensamientos más que nuestros pensamientos[5]. Dios está más interesado en las personas que en el dinero. Le interesan más las almas que los ingresos. Le preocupa más nuestra seguridad y utilidad que la mera prosperidad de algún negocio mundano.
La Palabra de Dios y Sus garantías no están sujetas a restricción ni limitación alguna, y no exigen más requisito que nuestra fe. Él no está limitado por el tiempo ni el espacio, ni confinado a ningún país o lugar en particular. «Para siempre, Señor, permanece Tu Palabra en los cielos», y Sus promesas son para siempre[6]. Nuestro futuro es tan halagüeño como las promesas de Dios, estemos donde estemos, sea cuando sea, siempre y cuando le prestemos obediencia y confiemos en Él.
En varias ocasiones hemos actuado contrariamente a lo que cabía esperar porque sabíamos que esa era la voluntad de Dios y que nos convenía, que era bueno para Su obra, para las almas perdidas y para que se predicara el evangelio por todo el mundo, a pesar de que parecía que nos iba a costar mucho esfuerzo, tiempo, dinero y hasta mano de obra.
Cuando mis padres eran jóvenes y llevaban muy poco tiempo sirviendo al Señor, se sintieron impulsados a abandonar su confesión religiosa y su cómodo y estable pastorado para obedecer al Señor y predicar la verdad, cosa que aquella organización les prohibía. Parecía ridículo que renunciaran a toda su carrera profesional y a su vida en aquella denominación de la que el propio padre de mi madre había sido miembro fundador y que parecía ofrecerles seguridad, donde siempre tendrían garantizados un pastorado y unos ingresos razonables.
Pero después de la milagrosa curación de mi madre, cuando aquella confesión religiosa le prohibió predicar la curación, mi madre se negó a seguir formando parte de ella; y se lanzaron juntos por fe, con tres niños pequeños, confiando simplemente en que Dios los guiaría, conduciría y cuidaría; ¡y Él nunca les falló! De hecho, les dio un ministerio mayor del que habrían podido imaginar o llegar a tener en la confesión chapada a la antigua a la que pertenecían.
¡Que Dios nos ayude a tener fe para creer lo que Él nos dice y nos garantiza! Como confiamos en Él, le somos obedientes y creemos las garantías que nos da en Su Palabra, Él suplirá todo lo que nos falte conforme a Sus riquezas en gloria[7]. No nos fallará. ¡Jesús nunca falla! David Brandt Berg
Publicado en Áncora en abril de 2020.
[1] Jeremías 29:11.
[2] Jeremías 29:10.
[3] http://michaelkelley.co/2019/03/god-promises-prosperity-but-not-yet.
[4] https://gracevalley.org/sermon/the-way-to-true-prosperity.
[5] Isaías 55:8,9.
[6] Salmo 119:89.
[7] Filipenses 4:19.
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