febrero 25, 2020
Creer puramente por fe, sin ninguna prueba tangible, no es la solución más natural para todo el mundo en todos los casos. Así como el Señor nos hizo a todos muy distintos en cuanto a personalidad y aspecto físico, también existen diferentes tipos de fe. Puede que seas el tipo de persona que necesita tiempo y estudio para llegar a un convencimiento, o que por el contrario seas de los que abrazan diversos conceptos sin mayores cuestionamientos. En cualquier caso, lo que importa es el objetivo: que tengas una fe viva.
No es atípico pasar por crisis de fe y poner en tela de juicio ciertos aspectos doctrinales y hasta principios cardinales del cristianismo. El Señor a menudo se sirve de tales batallas mentales y espirituales para fortalecernos. Se puede valer de esos procesos para ayudarnos a redescubrir los cimientos de nuestra fe, reafirmar nuestras creencias y adquirir mayor clarividencia. Todo eso nos puede llevar a entender mejor por qué aceptamos como verdaderos ciertos principios que constituyen el fundamento bíblico de nuestra fe.
Muchos cristianos han tenido crisis de fe o han batallado con andanadas de dudas. Me vienen enseguida al pensamiento casos notables como el de Martín Lutero, la madre Teresa y el misionero pionero Adoniram Judson. Las crisis de fe que tuvieron y las batallas que libraron para llegar a un estado de fe y de comprensión están bien documentadas. No obstante, esas experiencias derivaron en una fe más fuerte, en un conocimiento más profundo de Dios y de la relación íntima que Él quiere tener con cada uno de nosotros. Sus batallas y victorias han inspirado a muchos. Me atrevería a decir que sus conflictos internos también les permitieron comprender mejor las batallas que tienen las personas para definir su fe, y cómo en última instancia pueden servir para fortalecer dicha fe. Es posible que tú mismo hayas tenido experiencias similares.
En vez de ver las dudas y las crisis de fe como amenazas para nuestra fe que se deben resistir y apartar de la mente y del corazón, conviene tener en cuenta que los cuestionamientos, las dudas y el escepticismo también pueden ser peldaños que nos conduzcan a una fe cristiana fuerte y madura. Pueden llevarnos a reflexionar para entender nuestra fe, a investigar para determinar la veracidad de nuestras creencias[1] y llegar a tener una fe razonada de carácter personal. Una fe edificada sobre esas bases no se tambalea con facilidad cuando es cuestionada por posturas o creencias contrarias o por los argumentos intelectuales de los no creyentes. En última instancia, todo ello puede resultar en una fe más fuerte y curtida.
El hecho de analizar, discutir y debatir cuestiones doctrinales puede ser saludable para nuestra fe, pues nos obliga a investigar, ahondar y aprender a expresar y defender nuestras posturas y su fundamento en las Escrituras. En la Biblia también hay mucho escrito sobre entender y sobre utilizar la mente como vehículo para la fe. Una mayor comprensión por parte nuestra de los cimientos en que se apoya nuestra fe servirá para que Dios la fortalezca y consolide. María Fontaine
Me crie pensando que la fe y las dudas eran conceptos opuestos. La fe era buena; las dudas, malas. Con esa mentalidad, hasta las preguntas podían resultar peligrosas, pues me imaginaba que podían conducir a dudas. Para una persona intelectualmente curiosa, eso plantea una dificultad. A mí siempre me molestó, desde que tengo memoria. Las preguntas a las que me resistía iban desde cuestionarme si a Dios realmente le importaba tanto tal o cual regla de la Biblia —a veces interpretada laxamente, otras a rajatabla— hasta plantearme un interrogante tan enorme y omnipresente como: «¿Será que Dios existe?»
En determinado momento tuve lo que consideré una revelación —desde entonces he sabido que muchas personas de fe son de la misma opinión—: las dudas no son enemigas de la fe; antes, pueden fortalecerla. Las respuestas necesitan preguntas tanto como las preguntas respuestas.
A mi modo de ver, cuando una persona de fe se cuestiona su fe, una de dos: o pierde la fe —porque probablemente esta no era muy genuina ni firme—, o descubre que, a pesar de los conflictos internos, la tristeza, lo inexplicable y lo que no tiene respuesta, su fe permanece.
En definitiva, no nos queda otra que tomar una decisión de fe. Hebreos 11, el capítulo de la fe, dice en el versículo 6: «Sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe y que recompensa a los que lo buscan».
Antes pensaba que lo que decía ese versículo era que nuestras dudas desagradan a Dios. Ahora lo interpreto de una manera bien distinta. En él solo se mencionan dos cosas que debo hacer para tener fe y agradar a Dios: (1) creer que existe, y (2) creer que recompensa «a los que lo buscan». Yo creo que existe y lo he buscado diligentemente. Mis preguntas y dudas han sido una parte necesaria de esa búsqueda.
He hallado paz al comprender que nunca sabré todas las respuestas, lo cual no tiene nada de malo. Es parte de la fe. Lo más sublime es que Él me premia con Su presencia. Sé que no hay forma de explicarle eso a alguien que no tiene fe; pero tengo la certeza de que conozco a Dios y de que conocerlo es puro gozo. Jessie Richards
Para muchas personas, la religión es simplemente algo que se acepta y ya está. Por eso se habla de fe. Para ellas, las preguntas y dudas son claramente algo del ámbito secular. Cuestionar la religión es cuestionar a Dios y, por supuesto, un simple mortal no tiene derecho a hacer eso ni mucho menos. Se considera que quien se hace preguntas sobre su religión tiene poca fe. Si tuviera una fe firme, si estuviera seguro de su fe, si de veras siguiera a Dios, no se haría preguntas.
Así, la única manera de ayudar a alguien con una mente inquisitiva es animarlo a concentrarse más plenamente en Dios. Si fortalece su fe, dejará de sentir la necesidad de cuestionarla. Eso suele resultar contraproducente. Una persona que se hace serias preguntas sobre su fe no quiere escuchar perogrulladas y soluciones manidas. Le resulta desagradable que se reste importancia a sus genuinas inquietudes y sus sinceras preguntas. Anhela respuestas francas y veraces, aunque no sean otra cosa que: «No sé». Si va a seguir practicando su religión, es fundamental darle las respuestas que busca o indicarle cómo puede encontrarlas.
Quienes cuestionan su fe no suelen estar buscando excusas para renegar de ella. Es más, con frecuencia están haciendo lo contrario. Muchos cuestionan su fe porque están desesperados por hallar respuestas que les permitan seguir practicando su religión. Quieren permanecer fieles, y así es como hay que tratarlos. En vez de rechazarlos por tener poca fe, se debe reconocer que son personas que siguen creyendo que su fe les proporcionará las respuestas que buscan si tan solo se les ayuda a descubrirlas. Desgraciadamente, esa actitud no parece haber arraigado todavía.
Una persona que se hace preguntas sobre su fe quiere obtener respuestas. Para ello, se pondrá a investigar su propia religión. Si bien esa conducta a algunos puede parecerles inquietante, la persona que investiga su propia fe suele comenzar por ahondar más en los textos con los que se crio y hablar con las autoridades espirituales que se le enseñó a respetar. […]
Las preguntas conducen a indagaciones, con lo que la persona llega a estar más informada sobre su fe. Además, al responder a los interrogantes la fe de la persona crece. […] Todo obstáculo que se supera tiene un efecto fortalecedor, ya sea que el obstáculo lo tuviera que superar la mente, el cuerpo o la fe. Lo que sobrevive a los conflictos perdura, y es más probable que se siga creyendo y aceptando lo que resistió el escrutinio.
Por tanto, no tiene nada de malo que una persona cuestione su fe. Uno aprende y crece haciendo preguntas. Es precisamente a raíz de haber hallado respuestas que una persona adquiere la confianza para declarar sin temor ni reservas: «Creo». Stephanie Hertzenberg[2]
Publicado en Áncora en febrero de 2020.
[1] Hechos 17:11.
[2] https://www.beliefnet.com/faiths/why-its-okay-to-have-questions-about-your-faith.aspx
Copyright © 2024 The Family International