febrero 12, 2020
«Perdónanos nuestros pecados, así como hemos perdonado a los que pecan contra nosotros»[1]. La primera vez que escuché eso, me llegó al corazón y me sentí muy avergonzada. ¿Por qué? Porque sabía que había personas a las que no había perdonado. Sin embargo, quería sinceramente que Dios me perdonara por las estupideces que había hecho que habían dolido a otras personas. Incluso sentí rechazo contra esa declaración; por eso me daba vergüenza.
¡No quería que Dios me perdonara como yo perdoné a otros, porque sabía que no los había perdonado! Pero quería que Dios me perdonara, porque Él es misericordioso, porque realmente lo necesitaba y porque lamentaba lo que había hecho. Pero otros no lamentaban lo que me habían hecho a mí. ¡Entonces sentía que eso no era justo! Al menos eso pensaba yo.
Retorciéndome en mi asiento y en mi corazón, le dije a Dios en oración que eso no me parecía justo. Él me habló al corazón y me dijo: «Tampoco fue justo lo que me hicieron a Mí», haciendo referencia a Su muerte en la cruz.
Respondí: «Lo siento mucho. Pero Tú eres Dios y puedes hacer lo imposible. Yo no soy más que una mujer débil que a veces hace cosas estúpidas.»
Él respondió: «Bueno, te hice a Mi imagen y semejanza, ¿no? Entonces, tienes lo necesario dentro de ti para hacer lo que debes hacer. Lo sé, porque Yo te lo di.»
«Ah... tienes razón. Gracias por mencionarlo. Bueno, entonces Tú, que estás dentro de mí, tendrás que perdonarlos, porque yo no me siento lo suficientemente fuerte. Tú eres mi fortaleza, Señor. Por favor, hazlo a través de mí. Gracias.»
Y desde entonces me ha ayudado cada vez que lo he necesitado. Perdonar no es fácil, pero es posible con Su ayuda.
He descubierto que el perdón es un proceso continuo, y el Señor mediante Su amor y misericordia me ha dado algunas herramientas para que el proceso sea más fácil. Algunas de las herramientas son divertidas, otras son profundas y otras más son simplemente sensatas, al ver las cosas de una manera diferente, tal vez de la forma en que Dios las ve.
La herramienta divertida es el sentido del humor. El Señor a menudo me ha recordado algo gracioso en un momento en que me venía bien una buena carcajada para ayudarme a relajarme cuando me estaba tomando muy en serio una situación. La Biblia dice: «Buen remedio es el corazón alegre, pero el ánimo triste resta energías»[2]. Al igual que la medicina adecuada puede ayudar a calmar nuestros dolores y molestias, y acelerar nuestra curación de las lesiones o enfermedades, un corazón alegre —un buen sentido del humor— puede ser muy útil para consolar y calmar nuestro corazón y mente cuando nos han herido, ya sea intencionalmente o no.
De modo que cuando me siento herida o lastimada por algo que alguien hizo o dijo, una buena carcajada me ayuda a sentirme mejor. Entonces me resulta más fácil perdonar. No es que el perdón sea algo gracioso. ¡Es algo serio y muy necesario! Sin embargo, el Señor sabe que me viene bien cualquier ayuda.
Daré un ejemplo:
Una vez, cuando estaba trabajando con unos nuevos compañeros de trabajo, nada de lo que yo hacía les parecía bien. Estaba enfadada con ellos y me invadió la autocompasión. A solas en oración, comencé a decirle al Señor: «Bueno, si no les gusto...» Antes de que pudiera terminar la frase, una voz suave y apacible me dijo al corazón: «¡Me comeré sus papas fritas!» ¡¿Qué?!
Me hizo mucha gracia. Porque de la nada me acordé de una broma interna que mi marido (descanse en paz) y yo habíamos compartido. Verán, hace años, cuando él estaba aprendiendo español por primera vez en un país latino, él y unos nuevos amigos estaban almorzando juntos. Cuando estaban terminando, le dijo a su nuevo amigo en español: «¡Si no te gusto, me comeré tus papas fritas!» El amigo quedó anonadado. Luego se rieron, porque lo que quiso decir fue: «Si no te gustan, me comeré esas papas fritas.»
Esa broma tan graciosa me ayudó a relajarme, para poder perdonar a mis nuevos compañeros de trabajo y dejar de tomármelo todo tan a pecho.
Otra herramienta es la que yo llamo «10 cosas que hay que perdonar». Viene de esta anécdota:
En su aniversario de bodas de oro, mi abuela reveló el secreto de su largo y feliz matrimonio. «El día de mi boda, decidí elegir diez de los defectos de mi esposo que, por el bien de nuestro matrimonio, pasaría por alto», explicó. Un invitado le pidió que nombrara algunos de los defectos. «A decir verdad», respondió ella, «nunca llegué a enumerarlos. Pero cada vez que mi esposo hacía algo que me enojaba, me decía a mí misma: “Qué suerte tiene, este es uno de los diez”.»[3]
He utilizado ese concepto con todos mis familiares, amigos y conocidos.
Otra herramienta útil proviene de recordar una historia atribuida a Corrie ten Boom, en la que habla de que el perdón es como tocar una gran campana de iglesia. Con respecto a las emociones difíciles que acompañan al proceso del perdón —como el resentimiento, los sentimientos heridos, revivir momentos dolorosos una y otra vez, etc.—, dice que el proceso del perdón es como soltar la cuerda que toca la campana. Decimos que perdonamos y soltamos, sin embargo, esos malos sentimientos no desaparecen de inmediato. La campana sigue sonando durante un tiempo, pero cada vez más lento, el sonido se vuelve cada vez menos audible, hasta que finalmente se detiene por completo.
El círculo completo del perdón puede tardar un tiempo en completarse, sin embargo, a la larga nos brinda tranquilidad y serenidad profunda. ¡Gracias a Dios!
[1] Mateo 6:12 (NTV).
[2] Proverbios 17:22 (DHH).
[3] Roderick McFarlane, en Reader's Digest, diciembre de 1992.
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