enero 15, 2020
Se cuentan innumerables historias y parábolas de pequeños comienzos que conducen a mayores fines. Este fue un pequeño comienzo en mi vida.
Fue un comentario de un extraño que me hizo pensar en un cambio de dirección en el trabajo social con las comunidades pobres con las que trabajábamos en ese momento. El lugar donde habíamos estado trabajando no había dado mucho fruto duradero y el resultado de nuestro trabajo no había sido el esperado. Daba la sensación de que nuestros esfuerzos habían sido desperdiciados y el trabajo se había vuelto cada vez más frustrante.
No tenía idea de qué era exactamente lo que necesitaba cambiar, pero un día, cuando menos lo esperaba, un encuentro puso las cosas en movimiento. Mientras esperaba una cita en el área de recepción de una oficina, entablé en una conversación superficial con un extraño. Era un empresario del continente africano y hablaba con cariño de su país, la belleza escénica, la gente, pero también de la desigualdad social y la pobreza. Entonces, algo que dijo me conmovió.
Más adelante, al recordar ese encuentro, me di cuenta de que ese comentario había dejado huella en mi mente. Al principio solo fue un empujoncito, pero al pensarlo más, una idea empezó a cobrar vida. Poco después la idea se convirtió en un plan; al comienzo me asustó y me intrigó, sobre todo porque incluía un cambio importante de ubicación y de mi forma de trabajar. Después de encomendarlo en oración y de pensarlo más, el plan se concretó y nos pusimos en marcha. Dimos unos pequeños pasos tímidos en la dirección que nos había indicado Dios, aparentemente abrumadora. Y entramos en la fase de consolidación en algo desconocido.
Durante los primeros pasos para establecer una obra comunitaria en África, nuestra fe, resolución y paciencia fueron puestas a prueba completamente. Debíamos resolver innumerables dificultades y sortear muchos obstáculos impredecibles. Finalmente, después de años de pruebas y errores, se había formado la base de un proyecto de ayuda humanitaria duradero.
Al observar la cantidad de logros que comenzaron con solo un empujoncito, nuestra obra hoy celebra 25 años de servicios a comunidades marginadas. Desde aquellos primeros pasos indecisos y humildes comienzos, miles de familias pobres han recibido ayuda, niños abandonados han recibido educación seguida de oportunidades laborales, e innumerables vidas tuvieron transformaciones positivas.
Desde entonces aprendí a no subestimar un pensamiento, una idea nueva o un sueño que te impulsa en una cierta dirección, y que al seguirlo puede convertirse en algo trascendente. Me recuerda una historia que leí recientemente. Habla de una época en la que las máquinas, como los vehículos a motor, ni podían imaginarse.
La primera «carreta sin caballos» la construyó en 1769 un francés llamado Nicholas-Joseph Cugnot. Era una enorme carreta de tres ruedas impulsada a vapor que andaba a la imbatible velocidad de 1 kilómetro por hora.
En esa época, no podemos imaginar que a mucha gente le pareciera muy beneficiosa la carreta sin caballo de Cugnot. Era muy cara, muy ruidosa, y no avanzaba más rápida que una tortuga. Sin embargo, fue lo que dio inicio a una revolución.
A veces tenemos que recordar que está bien empezar con poco, a partir de una idea que parece una locura, y observar para ver si a partir de dicha concepción puede surgir algo importante[1].
Jesús destacó la capacidad que tienen las pequeñeces de convertirse en algo grande de la siguiente manera:
«El reino de los cielos es como un grano de mostaza, que un hombre sembró en su campo. Aunque es la más pequeña de todas las semillas, cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en árbol, de modo que vienen las aves y anidan en sus ramas». Les contó otra parábola más: «El reino de los cielos es como la levadura que una mujer tomó y mezcló en una gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa»[2].
Si escuchamos los «susurros» de Dios en nuestro interior y no perdemos contacto con Su plan para nuestra vida, hasta los sueños se pueden hacer realidad.
«La fe cree lo que no se ve, y la recompensa de la fe es ver lo que creemos.» San Agustín
[1] Scott Higgins, del Dr. Karl Kruszelnicki’s New Moments in Science #1, https://storiesforpreaching.com/from-humble-beginnings/.
[2] Mateo 13:31–33 (NVI).
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