octubre 15, 2019
Como Dios es un ser con características de persona, que nos ama y quiere que lo conozcamos y lo amemos, ha revelado a la humanidad por medio de Su Palabra ciertos rasgos Suyos. Para darnos a conocer cómo es Él, habló de Sí mismo empleando términos que nos resultaran comprensibles. Por consiguiente, cuando se comunicó con Abraham, Moisés y los profetas utilizó palabra que ellos entendían y un lenguaje descriptivo que les era familiar.
Entre otras cosas, recurrió al uso de lo que se conoce como antropomorfismos. Un antropomorfismo es la atribución de una cualidad humana a un ente no humano. El vocablo proviene de dos palabras griegas, que significan la una hombre y la otra forma. Con relación a Dios, el antropomorfismo consiste en atribuirle experiencias y características humanas, tanto físicas como emocionales.
Por ejemplo, aunque Dios es espíritu y no tiene cuerpo físico, la Biblia habla de Su rostro, ojos, diestra, oído, boca, nariz, labios, lengua, brazo, mano, pies, voz, etc.[1] También se le describe con términos relacionados con experiencias humanas, como pastor, esposo, guerrero, juez, rey, marido, etc.[2] Se menciona que participa en acciones humanas como ver, oír, sentarse, andar, silbar, reposar, oler, y también saber, escoger y castigar[3].
Se le atribuyen emociones propias de los seres humanos. Se dice que ama, aborrece, tiene contentamiento, se ríe, se arrepiente, tiene celos, se llena de furor, se goza, etc.[4] Los antropomorfismos son recursos que Dios inspiró a los autores de la Biblia para expresar conceptos como las características de Dios y nuestra relación con Él. Aunque en realidad Dios no tenga manos, pies, oídos ni ojos, ese lenguaje constituye una buena base para hacerse una idea de cómo es Él y cómo se relaciona con nosotros.
Dios es espíritu, y es también un ser con características de persona, aparte de ser el Dios viviente. Posee las cualidades de una persona: conciencia de sí mismo, raciocinio, autodeterminación, inteligencia, conocimiento y voluntad. Y como los seres humanos, que estamos hechos a imagen de Dios, también somos personas, una de las vías más fáciles para nosotros de conceptualizar a Dios es emplear lenguaje antropomórfico.
Dios optó por revelarse a la humanidad mediante lo que dijo a los autores de la Biblia y por medio de ellos. Empleó un lenguaje y estilo que ellos entendieran y también nosotros, los que vendríamos después de ellos. Se reveló como un Dios viviente que tiene características de persona, es espíritu y es invisible. Peter Amsterdam
La frase «el rostro de Dios», como se expresa en la Biblia, nos da información importante acerca de Dios el Padre, pero la expresión se puede malinterpretar fácilmente. Ese malentendido hace que parezca que la Biblia se contradice en ese concepto. El problema empieza en el libro de Éxodo, cuando el profeta Moisés habla con Dios en el monte Sinaí, y pide que Dios le muestre a Moisés Su gloria. Dios le advierte: «No podrás ver Mi rostro, porque nadie puede verme y seguir con vida»[5]. Seguidamente, Dios pone a Moisés en la hendidura de una roca, cubre a Moisés con Su mano hasta que Dios pasa, luego retira Su mano para que Moisés solo pueda verle la espalda.
Para resolver el problema se empieza con una verdad sencilla: Dios es espíritu. Él no tiene un cuerpo: «Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad»[6]. La mente humana no puede entender un ser que solo sea espíritu, sin forma ni sustancia material. En la experiencia humana no hay nada que se asemeje a un ser así, de modo que para ayudar a que los que leen se relacionen con Dios de alguna manera que lo entiendan, los escritores de la Biblia emplearon atributos humanos al hablar de Dios. En el pasaje de Éxodo que mencionamos anteriormente, incluso Dios empleó términos humanos para hablar de Sí mismo. En la Biblia leemos acerca del rostro de Dios, de Su mano, oídos, ojos, boca y de Su fuerte brazo.
Atribuir a Dios características humanas se denomina atropomorfismo. Proviene de los vocablos griegos anthrōpos (hombre o humano) y morfē (forma). El antropomorfismo es un instrumento para entender, pero es imperfecto. Dios no es humano y no tiene que tener las características de un cuerpo humano, como una cara, y aunque sí tiene emociones, no son exactamente iguales a las emociones humanas. […]
En el Nuevo Testamento, miles de personas vieron el rostro de Dios en un ser humano, Jesucristo. Algunos se dieron cuenta de que Él era Dios; la mayoría no lo hizo. Debido a que Cristo era completamente Dios y enteramente humano, las personas de Israel solo vieron su forma humana o visible y no murió. Cristo nació de una mujer judía. Al llegar a la edad adulta, tenía la apariencia de un hombre judío, pero en los evangelios no hay una descripción física de Él.
Aunque Jesús de ninguna manera comparó Su rostro humano con Dios el Padre, reveló una misteriosa unidad con el Padre:
Jesús le dijo: «¿Tanto tiempo he estado con ustedes, y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”?»[7] «Yo y el Padre somos uno»[8]. Mary Fairchild[9]
¿Cómo marcó Jesús la diferencia? Él hizo posible, para Dios y para nosotros, que hubiera una intimidad que no había antes. En el Antiguo Testamento, los israelitas que tocaban el arca de la alianza, que era sagrada, caían muertos. En cambio, los que tocaban a Jesús, el Hijo de Dios encarnado, se iban sanados. A los judíos, que no querían pronunciar —ni siquiera deletrear— el nombre de Dios, Jesús les enseñó una nueva manera de dirigirse a Dios: Abba, o «papá». En Jesús, Dios se acercó a nosotros. [...]
En la epístola a los Hebreos se explora ese asombroso nuevo progreso en la intimidad. En primer lugar, el autor explica en detalle lo que se necesitaba en los tiempos del Antiguo Testamento solo para dirigirse a Dios. Solo una vez al año, en el Día de la Expiación —Yom Kippur— una persona, el sumo sacerdote, podía entrar al lugar santísimo. En la ceremonia había baños rituales, ropa especial y cinco sacrificios de animales; aun así, el sacerdote entraba con temor al lugar santísimo. En su túnica llevaba campanillas, y con una cuerda atada al tobillo, de manera que si moría y dejaban de sonar las campanillas, los otros sacerdotes pudieran sacar su cuerpo tirando de la cuerda.
Hebreos describe el gran contraste: ahora nos podemos acercar «confiadamente al trono de la gracia», sin temor. Entrar con paso firme al lugar santísimo; ninguna otra imagen habría impactado más a los lectores judíos. Sin embargo, en el momento de la muerte de Jesús, el grueso velo que estaba en el interior del templo literalmente se rasgó en dos, de arriba a abajo, dejando al descubierto el lugar santísimo. Por consiguiente, a modo de conclusión, el autor de Hebreos dice: «Acerquémonos a Dios». […]
En el Antiguo Testamento nadie podía afirmar que conocía el rostro de Dios. De hecho, nadie podía sobrevivir después de haberlo mirado directamente. Los pocos que captaron una vislumbre de la gloria divina regresaban resplandecientes como seres extraterrestres; y quienes lo vieron se escondían con temor. En cambio, Jesús nos ofreció ver el rostro de Dios, una mirada larga y sin prisa. Él dijo: «El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre». Lo que es Jesús, lo es Dios. Michael Ramsey lo expresó de esta manera: «En Dios no hay falta de semejanza con Cristo».
La gente crece con toda clase de ideas de cómo es Dios. Es posible que las personas lo vean como un enemigo, un policía, o hasta como un padre abusivo. O tal vez no vean a Dios en absoluto y solo escuchen Su silencio. Sin embargo, gracias a Jesús, ya no tenemos que preguntarnos cómo se siente Dios, ni cómo es. En caso de duda, podemos mirar a Jesús para corregir nuestra visión borrosa. Philip Yancey
Publicado en Áncora en octubre de 2019.
[1] Salmo 11:7, 4, 20:6; Isaías 59:1.
[2] Salmo 23:1; Isaías 62:5, 33:22, 54:5.
[3] Génesis 1:10; Levítico 26:12.
[4] Juan 3:16; Deuteronomio 16:22; Salmo 149:4, 59:8.
[5] Éxodo 33:20 (NVI).
[6] Juan 4:24 (NVI).
[7] Juan 14:9 (NBLH).
[8] Juan 10:30 (NBLH).
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