La quietud de la naturaleza

septiembre 25, 2019

Dennis Edwards

[The Stillness of Nature]

Cuando los rayos del sol de la mañana atravesaron el cielo nublado, salí a correr por la playa cerca de nuestra casa. Había silencio. Era la hora de mi ejercicio matutino, cuando también rezo por mis seres queridos y reflexiono y busco Su guía para el día. Es un momento encantador en la mañana, muy tranquilo, antes de que el ajetreo del día se apodere de nosotros.

Esa mañana en particular, algunos pescadores estaban preparando su barca, y los observé mientras realizaban su vigilia matutina de poner la barca en el agua y luego subirse y adentrarse en el mar. Algunos otros madrugadores caminaban por la playa, algunos corrían a trabajar mientras otros deambulaban en lo que parecía un ambiente más meditativo. Un amigo mío había comprado su periódico matutino y se quedó mirando al mar, antes de darse la vuelta y dirigirse a su cafetería local para el día de trabajo que lo esperaba.

¿Por qué es que muchos son atraídos por la tranquilidad de la costa o la quietud de la montaña?

Recientemente me uní al club de senderismo. Una vez al mes organizan un evento de senderismo en las montañas. Las vistas panorámicas son indescriptiblemente hermosas, impresionantes. En el grupo hay todo tipo de personas: padres con sus hijos adolescentes o mayores, abogados, maestros, peluqueros, estudiantes, jubilados, etc., todos atraídos por la montaña.

Estaba reflexionando acerca de por qué anhelamos los lugares tranquilos como las montañas y los paseos matutinos a lo largo de la playa, qué nos falta que nos impulsa a levantarnos temprano y sacrificarnos para escalar ese sendero de montaña o caminar a lo largo de esa playa.

El salmista escribió: «Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré y me presentaré delante de Dios?»[1] Nuestra alma busca a Dios, quiere encontrar Su presencia, Su bendición en nuestra fatigada vida. Cuando era joven, recuerdo que iba a la iglesia y sentía la presencia de Dios en el silencio y la quietud del gran edificio ornamentado. Pero muchos de la generación actual están buscando en otro lugar.

Dios creó un anhelo en el corazón de cada ser humano por Él. Dios ha puesto ese anhelo por Su presencia dentro de nosotros para que nuestro espíritu anhele la conexión con Él.

¿Tienes tú una admiración respetuosa e impresionante por Su creación, por Su presencia? ¿Estás buscando a Dios durante tu caminata matutina o la caminata por la naturaleza por la tarde o el fin de semana? Él no está lejos de ti, como el apóstol Pablo dijo tan sabiamente: «El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas ni es honrado por manos de hombres, como si necesitara de algo, pues Él es quien da a todos vida, aliento y todas las cosas. De una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres para que habiten sobre la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos y los límites de su habitación, para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarlo, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros, porque en Él vivimos, nos movemos y somos.»[2]

Caminamos por la playa o en las montañas, caminamos en la naturaleza, porque sentimos la presencia de Dios. Sentimos su eterna perfección y amor. Jesús es la máxima manifestación de la eterna perfección y amor de Dios[3]. A través de Él recuperamos nuestra conexión con Dios; recuperamos la presencia de Dios en nuestra vida. Por eso dijo: «El que a Mí viene nunca tendrá hambre, y el que en Mí cree no tendrá sed jamás»[4].

En el Antiguo Testamento leemos: «¡Venid, todos los sedientos, venid a las aguas! Aunque no tengáis dinero, ¡venid, comprad y comed! ¡Venid, comprad sin dinero y sin pagar, vino y leche! ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan y vuestro trabajo en lo que no sacia? ¡Oídme atentamente: comed de lo mejor y se deleitará vuestra alma con manjares! Inclinad vuestro oído y venid a Mí; escuchad y vivirá vuestra alma.»[5]

Cuando buscamos a Dios con todo nuestro corazón, Él nunca decepciona.


[1] Salmo 42:1–2.

[2] Hechos 17:24–28.

[3] Hebreos 1:2–3.

[4] Juan 6:35

[5] Isaías 55:1–3.

 

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