agosto 27, 2019
Cuando Jesús enseñaba sobre la ley, le hicieron dos preguntas capciosas. La primera fue si estaba bien que se pagaran impuestos al césar. Jesús, de manera brillante, pidió una moneda a quien preguntaba. Cuando el hombre le mostró la moneda, Jesús preguntó de quién era la imagen en la moneda. La respuesta que se dio sin vacilación fue que era César. Jesús dijo con prontitud: «Entonces denle al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios»[1].
Ese fue de verdad un momento decisivo. Para los judíos, la carga de los impuestos era enorme; y a ellos les molestaba tener que pagarlos. Pero después hubo un silencio que no debería haber sido así. En realidad, el hombre debería haber preguntado: «¿Qué pertenece a Dios?» Esa pregunta habría subrayado lo que está detrás de toda responsabilidad política y económica. Y la respuesta de Jesús habría sido: «¿Qué imagen está en ti?» Esa esencia que todo lo define es la base de lo que significa ser humano. Estamos hechos imago Dei, a la imagen de Dios.
Eso se recalca aún más en la siguiente pregunta con trampa que le hicieron a Jesús: «¿Cuál es el mandamiento más importante?»[2] Como no lograron que Jesús cayera en la trampa de «Dios contra César», trataron que cayera en la de «Dios contra Dios». Jesús podía elegir entre 613 leyes, y le pidieron que escogiera una. De manera extraordinaria, no cayó en la trampa. Respondió: «“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente”. […] El segundo se parece a este: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”».
Dicho de otra forma, amar a Dios y el resultante amor por la humanidad no solo están ligados inseparablemente, además de eso, todo lo demás de la moralidad no tiene otra base sobre la cual afirmarse. Esa es la única verdad noble. Todo lo demás es una mentira innoble. Sin eso, no hay fundamento y nada es mayor que esos mandamientos. Decir la verdad, lo sagrado de las relaciones sexuales, de la vida, de la propiedad, etc., nada de eso es mayor y nada de eso puede ser legítimo a menos que esté basado en la relación vertical con Dios. […]
La lógica de Jesús es imperiosa en lo que Él ha unido. Sin el primer mandamiento, no hay una base absoluta para amar al prójimo. No hay forma de afirmar que se ama a Dios y al mismo tiempo ser inhumano con el prójimo. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. […] No se puede ser humano de verdad sin reconocer el valor intrínseco que se ha dado a todos los otros seres humanos. Ravi Zacharias[3]
En mis intentos de poner en práctica la regla de oro en mi vida cotidiana —reconozco que no siempre con éxito—, he descubierto que con frecuencia necesito volver a calibrar mi perspectiva. En un mundo que con demasiada frecuencia gira en torno a mí, de forma deliberada tengo que orientar mi actitud con regularidad, si es que voy a seguir esa enseñanza extravagante de Jesús.
Debo recordar con periodicidad el valor que Dios pone en otros seres humanos, incluso cuando yo no conozco a esa persona o cuando él o ella son muy diferentes a mí. Seré franco, para mí no es algo que sea natural hacerlo. De vez en cuando, sin embargo, me llega un recordatorio. Como por ejemplo cuando leí acerca de algo que ocurrió en Carolina del Norte en 1995. Lawrence Shields, de diez años, hurgaba en un balde de escombros en una mina de piedras preciosas y una piedra despertó su interés. El chico dijo que le gustó la forma de la piedra. Cuando quitó la tierra y la suciedad de la piedra, y la frotó con su camisa para limpiarla, vio que era mucho más que una simple piedra. Resultó ser un zafiro, y no cualquier zafiro, ¡era uno de 1,061 quilates!
Esta es la cuestión: cuando vemos a otras personas, tenemos tendencia a fijarnos en el exterior, que está manchado por el pecado. Vemos la rebelión o el fracaso, el extraño estilo de vida o la actitud orgullosa, y a menudo pasamos por alto el valor verdadero que está en el interior: que cada uno de nosotros es una gema de valor incalculable, creada a la imagen de Dios omnipotente. Como personas, tenemos tanto valor y somos tan amadas que Dios estuvo dispuesto a pagar el precio infinito de la muerte de Su Hijo para limpiar nuestros pecados y restituirnos a Dios.
Así pues, cuando veas a alguien con una vida corrompida por el pecado, puedes decir para tus adentros: «La situación de su vida puede ser terrible, ¡pero es magnífica la imagen de Dios dentro de esa persona!» ¿Puedes mirar a quienes tal vez has devaluado porque son diferentes a ti, o más pobres que tú, o menos educados que tú, e imaginar el valor supremo que Dios les otorga a pesar de sus circunstancias? Heaven’s Eyes, de Phill McHugh, es una de mis canciones favoritas. En ella, se describen personas que se presentan delante de Dios y allí no se encuentran perdedores sin valor ni casos perdidos. Cuando vemos a las personas desde la perspectiva de Dios, de repente tenemos una nueva inspiración para tratarlos con la misma dignidad, respeto y honor que deseamos para nosotros mismos.
¿Parece ingenuo? Tal vez lo es. Pero aparte de esa percepción divinamente alterada, no tengo la oportunidad de ser obediente al mandamiento de Cristo de que ame al prójimo como a mí mismo. Eso sencillamente no va a suceder. Es una de las razones por la que un lema de la iglesia en la que me convertí al cristianismo es que las personas le importan a Dios. Todas las personas. Para todos nosotros es un recordatorio de que necesitamos ver que a los ojos de Jesús todos tenemos un valor incalculable. Lee Strobel[4]
La Biblia habla mucho de relaciones humanas y de amar al prójimo. Ello en realidad es lo que da sentido a la vida: amar a Dios y al prójimo. Es lo más importante. La Biblia no se refiere al amor que se tenga por la computadora o el trabajo. Se refiere al amor al Señor y al prójimo. La Biblia enseña que el amor es lo más importante. «El mayor de ellos es el amor»[5].
Las personas son diferentes, y no podemos tratar a todos de la misma manera. La Biblia habla mucho de por qué el Señor desea que tratemos a cada persona según sus necesidades. Jesús tenía muy presente las debilidades humanas y no esperaba lo mismo de cada uno. El apóstol Pablo también nos dijo: «estimulen a los desanimados, ayuden a los débiles y sean pacientes con todos»[6]. Todo se resume en el amor, y en hacer con los demás como queremos que hagan con nosotros[7].
«¿Soy acaso guarda de mi hermano?»[8] La respuesta es obvia, y a algunas personas hay que «guardarlas» con mayor amor y ternura que a otras. Cuando trabajamos con alguien, o nos cruzamos con algunas personas regularmente, es porque el Señor nos ha colocado allí para que nos relacionemos con ellas y tenemos la responsabilidad de demostrarles amor.
Todos tenemos mucho que aprender acerca de nuestras relaciones interpersonales y la Biblia contiene muchas enseñanzas al respecto: Cómo trabajar con los demás, cómo tratarlos, cómo ser amorosos con ellos y mucho más. Habla de ser pacientes, sufridos, amorosos, abnegados y generosos. En todos los pasajes en que se refiere a ello, el Señor habla de las relaciones entre los seres humanos, no de nuestro trabajo ni de la relación que tenemos con las cosas, con los documentos, las computadoras o las máquinas. Se refiere a las personas, lo cual no siempre es fácil. Requiere paciencia, amor y humildad.
¿Cuál es el ingrediente más importante en nuestras relaciones con los demás? En Juan 3:35 Jesús afirmó: «En esto conocerán todos que sois Mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros». María Fontaine
Publicado en Áncora en agosto de 2019.
[1] Mateo 22:21.
[2] Mateo 22:36.
[3] Ravi Zacharias, Jesus among Secular Gods (FaithWords, 2017).
[4] Lee Strobel, God’s Outrageous Claims (Zondervan, 2016).
[5] 1 Corintios 13:13.
[6] 1 Tesalonicenses 5:14 (NVI).
[7] Mateo 7:12.
[8] Génesis 4:9.
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