julio 30, 2019
Los altibajos, vueltas y giros que da la vida nos llevan a lugares que pensamos que serían planos y lisos. Porque eso hace la vida. A veces nos toma por sorpresa.
Al fin y al cabo, creo que por eso no me gustan las sorpresas. No soporto que me tomen desprevenida. Me siento expuesta y temerosa. Pero poco a poco, estoy aprendiendo que no es tan malo ser sorprendida.
Ese lugar vulnerable nos recuerda que tenemos necesidades que van más allá de lo que podemos controlar. Sentirnos un poco expuestos y temerosos nos recuerda que necesitamos a Dios. De modo apremiante. Completamente.
Y en el espacio entre lo que pensamos que podemos arreglar sin ayuda —y lo que no podemos— es donde la fe tiene la oportunidad de echar raíces profundas. Raíces que profundizan en la esperanza, la alegría y la paz que solo Dios puede ofrecer.
No solo hace falta que mi fe crezca… necesita ser profunda. Sí. Necesito que mis raíces de fe sean profundas, como el creyente que se menciona en Jeremías 17:7-8 (NBLH): «Bendito es el hombre que confía en el Señor, Cuya confianza es el Señor. Será como árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces junto a la corriente; no temerá cuando venga el calor, y sus hojas estarán verdes; en año de sequía no se angustiará ni cesará de dar fruto».
¿Y cómo llegamos a tener raíces profundas?
Profundizamos nuestras raíces espirituales de la misma manera que lo hace un árbol terrenal. Las raíces de un árbol jamás pasarán por el dolor ni el esfuerzo de ir más profundo hasta que en la superficie no haya suficiente agua para satisfacer sus necesidades. Se puede encontrar agua en los lugares más profundos. Pero el regalo de esas dificultades para llegar al agua más profunda es que las raíces más profundas contribuyen a que el árbol soporte el azote de los vientos de las tormentas más fuertes cuando estas lleguen.
Y llegarán. Un árbol con raíces poco profundas corre el gran peligro de ser derribado y sacado.
Somos muy parecidos. Tener poca profundidad hace que creamos con poca profundidad y nos deja vulnerables a la caída. Sin embargo, buscar con profundidad hará que creamos con profundidad y nos preparará para permanecer firmes, sea lo que sea que venga contra nosotros.
Cuando llegue el temor, las raíces profundas nos mantienen seguros en el amor de Dios.
Cuando lleguen las sorpresas como vientos fuertes, turbulentos, las raíces profundas nos sujetan con la verdad de que Dios está en control.
Las raíces profundas nos mantienen firmes en la paz de Dios durante la tormenta que no apareció en el radar.
Las raíces profundas encuentran alimento en la gracia de Dios cuando la superficie se vuelve muy seca.
Las raíces profundas permiten que crezca la fe en Dios, como antes no era posible.
Estoy aprendiendo a no tener miedo de lo que pueda aparecer a la vuelta de la próxima esquina. Incluso si me toma por sorpresa. Cierro los ojos y en un susurro le digo al Señor… iré más profundo todavía. Lysa TerKeurst[1]
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Hay estaciones de la vida en que brotamos y florecemos; hay otras en que nuestras ramas se desnudan, y nos vemos forzados a echar raíces más profundas para sobrevivir al invierno. Pero tras él siempre viene la primavera. Si estás pasando por una temporada de carencia, tal vez Dios quiere valerse de ella para manifestarte Su bondad. Quizá quiere hacerte patente Su fidelidad y lo bello que es depender de Él. Él es tu buen pastor —y el mío—, y velará por nosotros. Marie Alvero
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Me crié en una granja del norte del estado de Nueva York. Pasaba mucho tiempo trepando a los árboles, caminando entre ellos y admirando la creación artística de Dios. En el prado que había frente a nuestra casa se erguía un árbol de particular majestuosidad. Un día mi padre me explicó que la copa de aquel árbol era un reflejo de sus raíces subterráneas. Un impedimento en el desarrollo de éstas se habría reflejado en la parte del árbol que era visible. El árbol era hermoso porque sus raíces estaban sanas.
Con frecuencia he pensado en el paralelo entre los árboles y nuestra vida. Pasamos por etapas semejantes a las estaciones: tenemos un radiante inicio, como los tiernos brotes de color verde pálido que asoman en la primavera; épocas de florecimiento, como los frondosos y exuberantes árboles que se aprecian en verano; temporadas de esplendor, como el otoño en que las hojas adquieren vistosas tonalidades; y períodos sombríos como el invierno, con la peculiar belleza de las ramas cubiertas de nieve; después de lo cual vuelve la primavera y renace la vida.
Nosotros también necesitamos raíces invisibles en el ámbito espiritual. Nuestra conexión con Dios es lo que nos nutre y nos ayuda a dar fruto. Él nos alimenta en la temporada de verdor, crecimiento y fructificación; nos ayuda a aceptar la pérdida de hojas en el otoño y nos mantiene con vida en los interminables inviernos para que en primavera echemos milagrosamente brotes nuevos. Cuando tenemos el espíritu firmemente enraizado en Dios, y Él nos sustenta con Su Palabra, las ramas de nuestra vida lo denotan. Joyce Suttin
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Mira los árboles. He creado especies muy diversas, y todas son de utilidad. Cada árbol cumple una función concreta. Unos sirven para dar sombra. Otros se utilizan para resguardar del viento. Los niños utilizan otros árboles para construir fuertes, o para trepar a ellos o se balancean en ellos. Los árboles producen frutas muy variadas. Dentro de su gran variedad de características y funciones, cada uno es muy importante para Mí.
A medida que el árbol crece y que se van adentrando sus raíces en el suelo, a medida que se extienden sus ramas y que adquiere altura, se vuelve más fuerte. Aunque eso toma tiempo, lo vuelve robusto y útil para Mí. No se lo ve crecer, pero se está desarrollando. Está cumpliendo Mi designio de embeber agua y absorber el sol.
Ustedes son como árboles; cada uno ha sido creado para cumplir un fin específico en Mi reino. Cada uno es diferente y tiene talentos muy variados. El reino no se puede componer exclusivamente de manzanos, naranjos, pinos o robles. En Mi reino hacen falta muchos árboles, pues hay gran diversidad de ministerios; por eso los he hecho a todos diferentes.
A veces te preguntas por qué te habré hecho así. Te he dotado de cualidades y debilidades específicas: virtudes que me glorifiquen y debilidades que te impulsen a acercarte a Mí. En todo caso, quiero que sepas que te he creado tal como eres y de la forma que quiero que seas.
Eres un árbol muy particular en Mi reino, concebido para cumplir Mis designios. Todo árbol es importante en Mi reino, y ha sido creado con una finalidad específica. ¡Sé un árbol feliz para Mí! Jesús, hablando en profecía
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Benditos son los que confían en el Señor y han hecho que el Señor sea su esperanza y confianza. Son como árboles plantados junto a la ribera de un río con raíces que se hunden en las aguas. A esos árboles no les afecta el calor ni temen los largos meses de sequía. Sus hojas están siempre verdes y nunca dejan de producir fruto. Jeremías 17:7-8 (NTV)
Publicado en Áncora en julio de 2019.
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