julio 23, 2019
«Se acercaron a Jesús ciertos escribas y fariseos de Jerusalén, diciendo: “¿Por qué Tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos?, pues no se lavan las manos cuando comen pan”». Mateo 15:1,2
Por muy trivial que pueda parecer el asunto de lavarse las manos antes de comer, la pregunta que le hicieron a Jesús era mucho más significativa de lo que parece de buenas a primeras. Es representativa del conflicto directo entre Jesús y el judaísmo ortodoxo. En esta polémica intervienen cuestiones clave que separan a Jesús del judaísmo y consolidan los principios de la Nueva Alianza por oposición a las conjeturas de la Antigua.
Esos fariseos y escribas se habían desplazado de Jerusalén a Galilea, sin duda para investigar a Jesús, tratar de poner coto a Su ministerio y evitar que creciera Su influencia. Él había transgredido sus tradiciones y les había dado motivos para criticarlo y censurarlo. La cuestión en juego era el lavado ceremonial instituido por la ley mosaica. La ley farisaica se preocupaba exclusivamente de la conducta y las actividades externas.
Uno contraía impureza al tocar o comer algo tenido por impuro. Se consideraba, por ejemplo, que tocar un cadáver, tocar a una mujer después del parto o durante su menstruación, tocar a un gentil y tocar ciertos animales no solo contaminaba, sino que la impureza adquirida era contagiosa. Si uno tocaba a alguien o algo considerado impuro, se contaminaba; y cualquiera que lo tocara a él también se contaminaba. Eso significaba que uno podía contaminarse sin querer al tocar a alguien impuro en la calle. Ante esa posibilidad, la tradición judía había vuelto obligatorio un complejo sistema de lavados.
Jesús cambió las tornas al poner de manifiesto la impureza de los fariseos y escribas y definir lo que era la auténtica pureza. Respondió a la pregunta citando en primer lugar a Isaías, que dijo de los fariseos: «Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de Mí, pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres»[1]. Luego invitó a la muchedumbre a acercarse y dijo: «Oíd, y entended: No lo que entra por la boca contamina al hombre; pero lo que sale de la boca, esto contamina al hombre»[2].
La verdadera pureza no entra en el corazón desde fuera, sino que va del corazón hacia fuera. Es posible imponer externamente un comportamiento apropiado mediante una serie de leyes que exijan y premien la buena conducta; pero eso no produce auténtica bondad. Esta es el fruto de un corazón limpio y transformado que se expresa mediante una buena conducta, la cual es el resultado —no la causa— de la verdadera pureza. Un sistema lo suficientemente fuerte de recompensas y castigos para moldear la conducta lleva a una persona a ajustarse al patrón deseado de comportamiento, que puede parecer bastante bueno; pero la verdadera pureza de corazón procede de Dios. Charles Price
En la primera mitad del capítulo 7 del Evangelio de Marcos, Jesús entra en una acalorada discusión con un grupo de fariseos y escribas de Jerusalén sobre la cuestión de lavarse las manos antes de comer. Marcos dice que Jesús y Sus discípulos comían con «manos impuras», mientras que «los fariseos y todos los judíos […] si no se lavan muchas veces las manos, no comen»[3]. Vamos a ver. ¿Es posible que Jesús comiera con las manos sucias?
El lavado de manos al que se alude en Marcos 7 no es un lavado higiénico con fines de limpieza. ¡Es de suponer que cuando Jesús tenía las manos sucias se las lavaba! Se trata más bien de una purificación ritual de las manos antes de las comidas, análoga hasta cierto punto a la purificación de las manos del sacerdote antes de realizar un sacrificio, descrita en Éxodo 30:20:
«Cuando [Aarón y sus hijos] entren en el Tabernáculo de reunión, se lavarán con agua, para que no mueran, y cuando se acerquen al altar para ministrar y presentar la ofrenda quemada para el Señor».
Los fariseos no oficiaban como sacerdotes en el Templo, ya que ese era más que nada el feudo de los saduceos. El innovador ritual aquí descrito representa un intento farisaico de introducir en el hogar las normas ceremoniales del Templo. Eso tiene una implicación radical: cada comida es como una comida sacrificial en Jerusalén. En hebreo, esta práctica se denomina […] netilath-yadayim, que significa «levantar las manos», práctica que siguen observando hoy en día los judíos antes de una comida sustancial, esto es, una que incluya pan.
Pero a Jesús no solo le molesta el hecho de que los fariseos hayan elevado la «tradición de los ancianos» a la misma categoría que la Ley escrita. Le molestan los métodos desleales que utilizan. En la continuación de este pasaje cita a Isaías 29:13:
«Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de Mí, pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres».
Al igual que Isaías, Jesús enfatiza que la pureza espiritual interior es más importante que la pureza ritual exterior. […] El propósito de los sacrificios no es demostrar la fe que uno tiene renunciando a algo valioso, sino ganar intimidad con Dios llevándole un bello regalo. Jonathan Lipnick[4]
Al propio Dios le costó que los hijos de Israel abandonaran la idolatría de Egipto. Le tocó guiarlos por medio de Moisés, con la Ley como tutora, mediante rituales y ejemplificaciones basadas en objetos materiales: el tabernáculo, el arca, los sacrificios de animales, la sangre de los animales. Estos eran símbolos y sombras, meras representaciones de las realidades espirituales y de las verdades eternas a las que quería conducirlos. Tuvo que valerse de cosas que entendían, de elementos que les resultaban familiares tomados de la religión de Egipto y de otros pueblos paganos de la región, para intentar audiovisualizar para ellos, como lo haría un padre, las auténticas verdades espirituales de una adoración madura y reflexiva de Dios. Como dice el apóstol, no eran sino figuras de lo verdadero[5], simples representaciones visuales o ilustraciones de las realidades invisibles del Espíritu.
Se podría hacer todo un estudio sobre los símbolos, sombras e ilustraciones del Antiguo Testamento. Como dice Pablo: «Ahora vemos por espejo, oscuramente; […] pero entonces conoceré como fui conocido». «Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; pero cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño». «Cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará»[6].
Pablo estaba diciendo que hasta los dones del Espíritu de esta era ilustrada son casi como juguetes infantiles, obsequios de un Padre amoroso a Sus hijos para ayudarlos a comprenderlo y a conocer Su voluntad. ¡Cuánto más las ejemplificaciones del Antiguo Testamento por medio de objetos materiales, como los ritos de adoración en el Templo, juguetes aún más infantiles para niñitos aún más pequeños en sentido espiritual, con el fin de ayudarlos a comprender el amor del Padre!
Pablo llega aún más lejos en su predicción a los corintios: afirma que viene el día en que veremos a Jesús cara a cara y dejaremos de lado hasta estos dones pueriles de comunicación en el Espíritu. «Las profecías se acabarán, cesarán las lenguas y el conocimiento se acabará. En parte conocemos y en parte profetizamos; pero cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará»[7]. Hasta lo que tenemos ahora no es más que una muestra de las gloriosas realidades venideras.
En el Antiguo Testamento hubo ilustraciones; en la actual época neotestamentaria se nos han revelado verdades espirituales con las que de momento contamos solamente por fe[8]. Pero cuando Jesús regrese, lo veremos tal como es, cara a cara, seremos ni más ni menos que como Él, y experimentaremos plenamente las realidades divinas y del mundo venidero[9]. David Brandt Berg
Publicado en Áncora en julio de 2019.
[1] Mateo 15:8,9.
[2] Mateo 15:10,11.
[3] Marcos 7:3.
[4] https://blog.israelbiblicalstudies.com/holy-land-studies/did-jesus-neglect-to-wash-his-hands-before-supper.
[5] Hebreos 9:24.
[6] 1 Corintios 13:10–12.
[7] 1 Corintios 13: 8-10.
[8] Juan 1:17.
[9] 1 Juan 3:2; Filipenses 3:21.
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