julio 16, 2019
El poema de Dios hace alusión a dos pasajes de la Biblia. El primero se encuentra en Romanos 1:20: «Lo invisible de Él […] se hace claramente visible desde la creación del mundo y se puede discernir por medio de las cosas hechas». La palabra griega para referirse a «las cosas hechas» es poiemasin, la cual también se traduce como poema. La creación de Dios es Su poema.
En segundo lugar está Efesios 2:8-10: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe, pues somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas». Somos «hechura» de Dios. Otras traducciones de la Biblia afirman que somos Su «obra maestra» y en griego se usa la misma expresión: poiema. […]
Que ello nos anime a pensar que nuestra vida ha sido predestinada desde antes de la fundación del mundo. Que ello signifique que Dios brinda estabilidad a nuestra identidad y que nos sostiene incluso en las peores adversidades de la vida. Gracias a Dios, sabemos que tenemos un propósito al existir. Que, si se le permitimos, Él nos armonizará en todo momento. Nos ofrece una vida libre de vergüenza y culpa, rebosante de amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza[1].
De la misma manera que observamos el cosmos y entendemos que nadie más que Dios pudo escribir ese poema, deberíamos repasar la vida de quienes siguen a Dios y asegurar: «Ese es un poema que debió ser escrito por Dios» y «Quienquiera que sea el Autor de ese poema, deseo que también sea el Autor de mi vida». […]
El universo entero apunta a Dios. No me cabe duda de ello. Pero otros solo estarán dispuestos a reconocerlo si al observar la vida del pueblo de Dios ven nueva vida, estabilidad de carácter y de identidad, un profundo conocimiento de nosotros mismos y la seguridad —nacida de la confianza— de que hemos sido diseñados para un propósito glorioso y dador de vida.
¿Es tu vida prueba viviente de la existencia de Dios? Si queremos que otros vean el universo como el poema que es, debemos convertirnos en el poema que estamos destinados a ser. Ravi Zacharias
Tú eres una obra de arte. Eres la representación del arte de Dios. Cuando el apóstol Pablo afirmó que somos la «hechura» de Dios, no recordemos nuestras torpes tareas escolares de séptimo grado. Que nuestra mente vuele a La Odisea, a Beovulfo, La Divina Comedia, Paraíso Perdido o La Reina Hada, obras inmortales de poesía épica. La palabra griega empleada por Pablo en esa frase es poiema, y estoy convencido de que describía una obra de creatividad sin igual.
Lo que Pablo quería que entendieras —al igual que Dios por medio de Pablo— es esto: tú eres un poema épico, un poiema escrito por Dios, hecho carne y espíritu. Tu poema personal reúne toda la comedia y el trágico drama de una existencia más real y significativa de lo que alcanzas a comprender en este momento. Si crees que no eres más que una aburrida prosa es porque aún no ves tu existencia como realmente es.
Diminuto e insignificante, eres más glorioso que el sol y más fascinante que la constelación de Orión. El sol no alcanza a percibir el poder de Su creador en su cegadora gloria, ni las más hermosas constelaciones seguir el rastro de su Diseñador en la precisión de su curso celeste. Pero tú si puedes. Eres parte de la infinitésima fracción de lo creado con el increíble don de percibir la genialidad y el poder innatos de Dios. A ti y solo a ti se te ha hecho dueño de una percepción única del cósmico y sacrosanto poeima de Dios. Ciertos pasajes solo cobran vida ante tus ojos. ¿Qué clase de ser eres, tan pequeño y débil, pero provisto con semejante capacidad de percepción y asombro?
Esto no es la jerga de un afiche motivacional. Nada que ver. Es la realidad de la Biblia.
No hay nada aburrido en ti. No hay nada mundano en lo que Dios te ha dado para hacer hoy. […] Dios ha preparado solo para ti lo que estás destinado a hacer[2]. Ninguna de tus acciones carece de importancia. Dios estudia hasta el más mínimo detalle. No necesitas una vocación más celebrada. Tal vez solo necesitas más fuerza para comprender los maravillosos y amorosos actos de amor de Dios hacia ti[3].
El día de hoy tendrás el inmenso privilegio de leer con todo tu ser un versículo o a lo mejor unas líneas del gran poeima divino, y al mismo tiempo representar el poeima que Dios recita en la eternidad y que nunca olvidará.
Dios está absorto en Su épica leyenda viviente. Y te invita a estarlo también. Jon Bloom[4]
«No hay nadie que realmente me entienda y que sienta lo que yo siento.» Ese es nuestro clamor ante situaciones semejantes. Deambulamos solitariamente, cualquiera que sea nuestra suerte o nuestro destino. Cada alma, desconocida hasta por sí misma, debe vivir su vida interior en soledad. Pero, ¿por qué? ¿Por qué cobijamos esa apremiante necesidad de sentirnos comprendidos? ¿Por qué albergamos el intenso anhelo de contarle a alguien nuestras alegrías, triunfos, desdichas y derrotas?
¿Acaso Dios —que nos creó como almas vivientes— cometió un error al concebir Su obra maestra, la raza humana? ¿Dejó algún vacío en nuestra naturaleza? Dispuso los recursos para satisfacer todas las demás necesidades de la vida: pan para el hambre, conocimientos para el intelecto, amor para el corazón. ¿Quiso acaso que el alma quedara sedienta y se frustrara su anhelo de comprensión y fraternidad? ¿Ha desoído el llamado de nuestra soledad?
Esos interrogantes tienen respuesta. Ese vacío, esa carencia que sentimos, denota la necesidad que tiene nuestra alma de acercarse a Dios. Él sabía que cuando echáramos en falta la compasión humana, acudiríamos en busca de la misericordia divina. Sabía que ese sentimiento de alienación sería precisamente lo que nos impulsaría hacia Él.
Dios nos creó para Sí mismo. Ansía nuestro amor. Por eso colocó un letrerito en nuestro corazón que reza: «Reservado para Mí». Él anhela ocupar el primer lugar en cada corazón y por ese motivo se ha guardado la llave secreta, la llave para abrir todas las recámaras de nuestro ser y bendecir con perfecta paz y armonía a cada alma solitaria que acuda a Él.
Dios mismo es la respuesta, el cumplimiento. Hasta que llene ese vacío interior, jamás nos sentiremos completamente satisfechos. Nunca nos veremos perfectamente libres de la soledad hasta que Él colme nuestra existencia.
El apóstol Pablo escribió: «No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado»[5]. A Jesús lo conmueven cada una de nuestras inquietudes. Al entrar en nuestra vida, Él se convierte en nuestra satisfacción. La Palabra de Dios dice que Él es «la porción que sacia nuestra alma»[6]. Él satisfará todos los anhelos de tu corazón.
Dios, con Su grandeza y omnipotencia, puede llenar toda alma. Nos brinda compañía total y nos ofrece una amistad ideal y perfecta. Quien nos creó es el único capaz de colmar cada aspecto de nuestra vida. Virginia Brandt Berg
Publicado en Áncora en julio de 2019.
[1] Gálatas 5:22-23.
[2] Efesios 2:10.
[3] Efesios 3:17-19.
[4] https://www.desiringgod.org/articles/you-are-gods-workmanship.
[5] Hebreos 4:15.
[6] Salmo 107:9; 73:26.
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