Llamado a amar

junio 24, 2019

María Fontaine

[The Call to Love]

«Este es Mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, así como Yo los he amado».  Juan 15:12[1]

Aunque amarnos los unos a los otros es en efecto un mandamiento del Señor, el amor que Él nos da para cumplir este mandamiento es una recompensa, porque el incomparable amor que Él nos tiene es lo que hace posible que entreguemos Su amor a los demás. «Nosotros amamos porque Él nos amó primero»[2]. Nos recompensa con ese amor cálido, seguro, íntimo y abundante cuando nos abrimos a Él y lo aceptamos. Es un amor tan grande que por mucho que lo compartamos no tendremos menos, un amor que el Señor no deja de prodigarnos a nosotros y a los demás.

En Su Palabra, el Señor nos ha dado todo un manual sobre cómo amar. Nos encarga que nuestro amor por los demás vaya en aumento. En una ocasión dijo en profecía que conforme procuremos acercarnos a Él y deseemos que Su amor crezca en nosotros, podremos experimentar una resurrección del amor que tendrá lugar en nuestra vida.

Cuando nos sentamos a Sus pies, podemos acceder a la fuente principal para volver a abastecernos de Su ungimiento de amor. En esa posición, Él podrá investirnos de poder. Es preciso que Su amor influya en nosotros para que a la vez nosotros podamos también influir en los demás. Debemos permitir que Su Espíritu obre en nosotros y por medio de nosotros para ayudarnos a entender el corazón de otra persona.

El amor del Señor es inagotable, ilimitado, y Su Palabra dice que algún día el conocimiento de Él y Su amor cubriría el mundo entero como las aguas cubren el mar[3]. ¿Cómo rebosamos de Su amor? Empieza cuando ponemos los ojos en el Señor, nos acercamos a Él, lo buscamos y lo ponemos en primer lugar en nuestra vida: al amarlo con todo nuestro corazón.

Si tienes alguna vez dudas sobre cuál será el plan de Dios para ti, fíjate en las cosas asombrosas que dice en Su Palabra acerca de cada uno de nosotros: Él nos eligió «antes de haber hecho el mundo», desbordó Su gracia y bondad sobre nosotros, «Él nos eligió de antemano y hace que todas las cosas resulten de acuerdo con Su plan»[4]. ¡Qué llamado, qué ministerio, qué misión!

Si pensamos en el tiempo transcurrido desde que se creó el mundo, el Señor debe de contar con que todos nosotros llevemos a cabo Su plan, ¡ya que lo concibió hace tanto tiempo! Sin embargo, no podemos dar a los demás el amor del Señor de manera eficaz a no ser que lo experimentemos nosotros mismos, y una de las formas principales de hacerlo es al quedarnos quietos y dejar que Él nos llene estando en comunión amorosa con Él. Solo podemos llenarnos al quedarnos quietos, y únicamente podemos amar a los demás con Su poder y gracia, porque nuestro amor no basta. El Señor es el que nos da ese gran regalo del poder de Su amor para cumplir la misión que nos ha encomendado, la de manifestar Su amor al mundo y amarnos unos a otros.

Es posible que te preguntes: «¿Por qué no podemos concentrarnos en amar a los perdidos sin preocuparnos de amarnos los unos a los otros? Al fin y al cabo, todos nosotros conocemos ya al Señor y tenemos Su Palabra. Con eso debería bastarnos.» Por lo visto eso no basta, porque aparte de que necesitamos esa manifestación humana del amor y ver el amor en acción en nuestra vida, el Señor dice que esta es la forma en que vamos a ganar el mundo, por medio de nuestro amor mutuo. Jesús nos dice: «De este modo todos sabrán que son Mis discípulos, si se aman los unos a los otros»[5].

¡Es una afirmación asombrosa! No dice que si amamos a los perdidos los ganaremos para Él, sino que tenemos que amarnos también entre nosotros.

Hay grandes tinieblas en la Tierra, pero también hay gran amor en nuestro corazón. El Señor ha dispuesto que Su amor barra la Tierra; no dejará que triunfen las tinieblas y el mal. Nuestra parte, sin embargo, es que dejemos que la luz de Su verdad y amor resplandezcan entre nosotros, de modo que las personas del mundo se asombren al ver que el amor verdadero sí existe.

El Señor ha sido muy específico en Su Palabra, y nos toca a nosotros hacer lo que nos corresponde para ejercitar el don de amor que nos ha otorgado. Es posible que eso no se traduzca en obras evidentes, extraordinarias ni gloriosas, sino más bien en pequeños detalles de la vida cotidiana —pequeñas acciones de amor, pronunciar diariamente palabras de aprecio y realizar actos de bondad para indicar que nos importa—, no solo para nuestros hermanos y hermanas en el Señor, sino para los que todavía no son parte de Su familia.

Su Palabra nos dice: «Así que entonces, hagamos bien a todos según tengamos oportunidad, y especialmente a los de la familia de la fe»[6]. Es mucho más difícil amar a las personas con las que trabajamos y con las que nos relacionamos diariamente. La gente tal vez tenga hábitos que no son de nuestro gusto, peculiaridades que nos molestan, rasgos de personalidad que nos desesperan. Sin embargo, el Señor pone a esas personas junto a nosotros y dice que es nuestro deber amarlas y ayudarlas cuando nos resulte posible.

A nuestro alrededor hay personas que libran batallas contra el desaliento y necesitan nuestra comprensión, que se sienten solas, que están enfermas y que necesitan ánimo. Siempre se puede hacer algo para manifestar un poco de amor, interés y consideración a cada persona con la que uno se cruza durante el día. No desaprovechemos una sola oportunidad de ser instrumento de Su amor —Sus manos, Sus pies, Su voz— para ayudar a otros y manifestarles Su amor.

El Señor ha hecho todo lo posible para ayudarnos a amar. Nos ha concedido Su ungimiento y a medida que lo aceptemos y lo ejerzamos, ¡nos prometió que crecería, se multiplicaría! Esforcémonos al máximo para manifestarnos mutuamente el amor de Jesús y para manifestarlo también a quien se cruce en nuestro camino. Dejemos que el Señor siga transformándonos y que Su amor resplandezca sobre otras personas por medio de nosotros de modo que lleguen a conocer a Jesús, o que se acerquen más a Él. Tomémosle la Palabra al Señor y aventurémonos por fe ¡y veremos los espléndidos lugares a donde nos llevará!

Artículo publicado por primera vez en abril de 1995. Texto adaptado y publicado de nuevo en junio de 2019.


[1] NBLH.

[2] 1 Juan 4:19 (NVI).

[3] Habacuc 2:14.

[4] Efesios 1:4-11 (NTV).

[5] Juan 13:35 (NVI).

[6] Gálatas 6:10 (NBLH).

 

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