junio 18, 2019
Dado que Dios valora a los humanos, cada uno de ellos tiene un valor intrínseco, esencial. Eso debería motivarnos a estimar a cada ser humano. Todos los humanos —independientemente de su sexo, raza, color de tez o credo— fueron creados iguales. Cada persona lleva en sí la impronta de Dios y debe ser respetada y tratada en consecuencia. Ni la posición social ni la situación económica menoscaban el valor intrínseco de una persona.
Los autores Lewis y Demarest lo explican de la siguiente forma:
El valor y la importancia temporales y eternos de cada persona son inestimables. Siendo criatura de Dios hecha a imagen de Dios, el hombre tiene un valor intrínseco inalienable. Ese valor trasciende con creces el de su extraordinario cuerpo o el hecho de ser el animal superior de la tierra. No se ve mermado cuando por alguna razón y por algún tiempo deja de ser útil a la sociedad, ya sea en el seno de su familia, su iglesia o su país. Todo ser humano viviente tiene un valor intrínseco —independientemente de que sea rico o pobre, hombre o mujer, culto o no, de tez clara u oscura—, pues se trata de una persona espiritual, activa, cuya existencia no tiene fin, como Dios[1].
Los recién nacidos, los niños, los ancianos, los enfermos, los discapacitados, los que sufren minusvalías mentales, los nonatos, los hambrientos, las viudas, los presidiarios, aquellos con quienes no coincidimos, aun nuestros enemigos —en resumidas cuentas, todos los seres humanos, cualquiera que sea su condición, circunstancias o creencia religiosa— se dignifican por ser portadores de la imagen de Dios y por tanto merecen la misma honra y respeto de parte de los demás seres humanos. Peter Amsterdam
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Durante su segundo mes de escuela de enfermería, una profesora les entregó un cuestionario a sus estudiantes. La última pregunta dejó perpleja a casi toda la clase. Leía: «¿Cómo se llama la mujer que limpia esta institución?»
Todos los estudiantes habían visto a la señora de la limpieza varias veces. Era una mujer alta, con pelo negro, de cincuenta y tantos años. ¿Pero cómo iban a saber su nombre? Antes de que terminara la clase, un estudiante preguntó si la última pregunta contaría para su nota.
—Por supuesto que sí —respondió la profesora—. Durante su carrera profesional conocerán a muchas personas. Todas son importantes. Merecen su cuidado y atención, aunque lo único que ustedes hagan sea sonreír y saludarlas.
Los estudiantes nunca olvidaron aquella lección. También aprendieron que la señora se llamaba Dorothy. Anónimo[2].
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En un mundo en el que solo parecen importar las personas con poder, prestigio y riquezas, Dios nos presenta una alternativa… Toda persona es importante para Él. En el mundo de Dios —en Su familia—, todos importan. Él cuida de todos. Ese es el pensamiento y el modo de operar de Dios. De la misma manera, cada miembro de Su iglesia importa. La iglesia es incapaz de afirmar que alguien es más importante que otro. Jesús nos enseñó que los primeros serán los últimos, y los últimos los primeros. El mundo de Dios es un universo de gracia. Su amor no está sujeto a nuestras acciones. Incluso cuando nos alejamos de Dios, Él se preocupa lo suficiente como para guiarnos de vuelta al redil.
Un amor así de incondicional suena extraño y hasta carece de sentido en nuestro mundo, donde el valor de una persona se mide de acuerdo a su productividad y nivel social. Pero Dios ve a cada persona como un niño al que ama. Nos percibe como Su creación. Dios nos busca sin importar quiénes seamos o en que nos hayamos convertido. Semejante amor escapa a nuestra comprensión, pero sabemos que es real porque —mediante Cristo Jesús— se mueve en nosotros. ¡Menudo motivo para celebrar y regocijarnos! Jerry Dykstra
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Sir Michael Costa fue un célebre director de orquesta del siglo XIX. Se dice que en cierta ocasión dirigía la práctica de una orquesta y un coro sublime. En el curso de la sesión, el intérprete del flautín dejó de tocar. No parecía gran cosa. A fin de cuentas, ¿quién echaría de menos el minúsculo instrumento entre el estruendo de una orquesta entera? De pronto, Sir Michael detuvo la orquesta y el coro. «¡Deténganse! ¡Paren! ¿Dónde está el flautín? ¿Qué ha pasado con el flautín?»
A veces podemos llegar a sentirnos como aquel intérprete de flautín. Podemos pensar que no tenemos mucho que ofrecer y que si nuestro ministerio se detuviera nadie se enteraría. Pero el Gran Director lo nota. Necesita a cada uno de nosotros para completar Su obra maestra. Tomado de storiesforpreaching.com[3]
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Cuando sientas que no eres más que un punto en el planeta, ten la certeza de que Dios quiere emplearte para cumplir Su propósito. Así que, nunca olvides los siguientes cuatro puntos:
Tienes talentos. Todos tenemos algo que Dios quiere usar para el bien común. A lo mejor sientes que careces de talentos al no tener una habilidad específica, como en el campo de los deportes o de la música. Pero los talentos se presentan de muchas maneras. Por ejemplo, derrochar alegría, hacer reír a los demás o demostrar gratitud también son talentos. Todo lo que Dios puede emplear para dar a conocer Su amor es un talento.
Fuiste creado por Dios mismo. Dios lo hace todo con un fin. Él no hace absurdos ni comete equivocaciones. Por lo tanto, fuiste preparado y creado al detalle. Jeremías 1:5 asegura: «Antes que te formara en el vientre, te conocí». Es probable que no llegues a conocer toda su significancia en esta vida, pero existe un motivo específico e incluso hermoso por el que naciste.
Nadie más puede hacer lo que tú haces. Aunque todos fuimos creados a imagen de Dios, somos únicos e irrepetibles. En ese sentido, presentamos una imagen de Dios distinta a la de los demás. Imagina un mosaico hecho de piezas de cristal. Dios es el mosaico, y cada uno de nosotros es uno de los pequeños pedazos de cristal. Si faltara un cristal, se notaría. Por lo tanto, sin ti, el mundo se perdería el reflejo o la imagen de Dios que has sido llamado a compartir con otros.
Eres único. Nadie nunca ha vivido antes este preciso instante, en el lugar donde te encuentras. La combinación de tus genes, de tus pensamientos y de cada momento de tu vida ha creado una persona única. Tú, viviendo este preciso instante, eres 100% único. ¿Qué harás con tu ser único e irrepetible que Dios ha creado para compartir Su amor con el mundo? Solo tú puedes cumplir esa función. ¿Lo harás?
Si bien puede ser beneficioso evaluarnos a nosotros mismos y preguntarnos si estamos alcanzando todo nuestro potencial, no podemos caer en la trampa de pensar que todo nuestro potencial es insuficiente. La verdad es que tu vida ha sido establecida, diseñada y hecha a medida por el Creador, quien en Su sabiduría ha hecho bien todas las cosas, incluyéndote a ti. Justina Miller[4]
Publicado en Áncora en junio de 2019.
[1] Gordon R. Lewis y Bruce A. Demarest. Integrative Theology, Vol. 2 (Grand Rapids: Zondervan, 1996), 172.
[2] Publicado en Heart At Work, edición de Jack Canfield y Jacqueline Miller.
[3] http://storiesforpreaching.com/category/sermonillustrations/significance.
[4] https://insider.pureflix.com/lifestyle/4-reasons-why-your-life-matters-to-god.
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