junio 5, 2019
Mi padre padeció profundos problemas mentales que nos causaron a él, a mi madre y a sus siete hijos mucho dolor. Tuve una infancia muy infeliz.
Cuando tenía 2 años sufrí terribles quemaduras al caerme encima una olla con agua hirviendo; a día de hoy todavía tengo cicatrices en varias partes de mi cuerpo.
A los 17 años se me diagnosticó glomerulonefritis, una enfermedad crónica de los riñones que no suele afectar a personas tan jóvenes.
A los 20 años enfermé de salmonella, lo que me mantuvo seis semanas en el hospital. Sobreviví de milagro, pero la enfermedad causó estragos en mis malogrados riñones.
A los 37 años, mis riñones dejaron de funcionar por completo. Me mantenía con vida —de manera artificial— una máquina de diálisis. El tratamiento limpiaba las toxinas de mi sangre tres veces a la semana durante cuatro horas, y el proceso se llevaba a cabo en la clínica local. Sin aquel tratamiento, habría muerto al cabo de una semana.
Dos años y medio después, mi hermana se ofreció a donarme un riñón y ello me liberó de la máquina de diálisis, pero debía tomar medicamentos inmunosupresores cada doce horas y hacer visitas periódicas a la clínica para medir el funcionamiento del órgano trasplantado. De lo contrario, perdería la vida.
Cinco meses después de aquel salvador trasplante de riñón, mi hermosa esposa murió de forma repentina con solo 34 años. Su partida me dejó solo con cinco hijos pequeños y los problemas de salud. Fue una pérdida devastadora.
Pero seguí adelante. Varios años después me volví a casar, y junto a mi preciosa mujer hemos tenido dos bellísimos hijos. Así y todo, hace dos años mi riñón trasplantado dejó de funcionar y nuevamente debo mantenerme con vida de forma artificial con una máquina de diálisis. Tengo 57 años y estoy a la espera de un segundo trasplante de riñón.
Mi historial médico incluye extensos periodos de enfermedad y de estar prostrado en cama, emergencias de vida o muerte, cientos de visitas al hospital, unas mil agujas, montones de medicamentos, incontables análisis de sangre y otras pruebas, varias operaciones, muchas complicaciones y muchos ingresos a hospitales. Y esto aún no termina.
Soy consciente de que hay muchas personas con existencias mucho más difíciles que la mía. Pero, en mi opinión, mi vida ha sido mucho más difícil que la de casi todas las personas que conozco. A pesar de ello, he tenido una vida maravillosa. Pese a todo, he estado felizmente casado con dos maravillosas mujeres, soy padre de siete hermosos hijos, he servido a Dios como misionero y voluntario durante 38 años, y he vivido o visitado 18 países, donde he desarrollado muchas emocionantes y fructíferas labores y disfrutado de toda clase de aventuras.
¿Se preguntan cómo mantengo una actitud optimista y vuelvo a levantarme una y otra vez luego de que la adversidad —al parecer— me asestara un golpe mortal? ¿Cómo me las he arreglado para sonreír y tener una perspectiva alegre de la vida y de los desafíos que me esperan? La respuesta es mi fe en Dios.
De no tener fe en Dios o en la vida después de la muerte, solo se puede dar por sentado que la vida termina al morir. Al sufrir problemas como los míos o peores, uno podría preguntarse: «¿Por qué yo? ¿Qué clase de maldición tengo encima? ¿Más aún cuando los demás parecen llevar una vida fácil y cómoda?»
Lo que altera dramáticamente mi perspectiva es la fe en Dios y en el Cielo. Veamos algunos ejemplos:
La fe genera tantos beneficios que sería imposible enumerarlos todos aquí; baste saber que son enormes. Una vida de fe nos ayuda a mantener una actitud mucho más optimista y esperanzadora que si no se depositara la fe en Dios.
Si no crees en Dios, conéctate con Él ahora recibiendo a Su Hijo, Jesús, en tu vida y da inicio hoy a una vida de fe. Si eres nuevo en la fe cristiana, procura aumentar y fortalecer tu fe mediante el estudio de Su Palabra, la Biblia, y otros escritos cristianos que edifican la fe. «La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios»[8].
La fe produce una diferencia abismal a la hora de superar la adversidad. Bien vale el tiempo y el esfuerzo que se dedican a aumentar y fortalecer la fe en Dios.
[1] V. Marcos 7:37.
[2] V. Hebreos 13:5.
[3] V. Hebreos 4:15.
[4] Romanos 8:28.
[5] Salmo 30:5.
[6] Proverbios 24:16.
[7] Apocalipsis 21:4.
[8] Romanos 10:17.
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