mayo 27, 2019
Centrarnos en Dios nos posibilita desarrollar un carácter afín a Cristo. El amor y la dedicación que demostramos por Dios abren la puerta para que el Espíritu Santo transforme nuestro carácter y cultive en nosotros el fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Aparte de esos frutos expresamente enumerados, también es dable considerar como fruto del Espíritu otros rasgos ponderados en las Escrituras, por ejemplo la humildad, la compasión, la gratitud y el contentamiento, entre otros.
Si bien puede pensarse que manifestar dicho fruto constituye una tarea dificilísima, es reconfortante saber que crecemos en esos aspectos como consecuencia de la acción del Espíritu Santo dentro de nosotros. Eso naturalmente no significa que el Espíritu Santo haga todo el trabajo y que nosotros no tengamos que poner ningún empeño para cultivar un carácter cristiano. Para poder imitar a Cristo por medio de la orientación e investidura de poder del Espíritu Santo debemos abrirnos a la acción de este, cooperar con Él y cumplir con nuestras obligaciones.
Nuestra devoción a Dios debe ser lo que nos anime a actuar de tal manera que resulte agradable a Él. Esa motivación pura sale a relucir en el episodio de José del Antiguo Testamento, cuando la esposa de Potifar trata de seducirlo. Él no rechazó la proposición de ella argumentando que si hacía eso y su amo se enteraba le costaría la cabeza. Más bien dijo: «¿Cómo, pues, haría yo este gran mal, y pecaría contra Dios?»[1]
La devoción a Dios debiera ser lo que impulsa nuestros actos. El apóstol Pablo escribió: «Ya sea que coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios»[2].
Permaneciendo en Cristo cultivamos un carácter que esté en armonía con Dios. El poder para transformarnos proviene de fuera de nosotros. Es preciso estar enchufados a la fuente: Jesús. Ahora bien, para mantenernos conectados a Él es necesario permanecer en Él y en Su Palabra, y comulgar con Él a través de la oración y la devoción.
Si bien la virtud para desarrollar un carácter fiel a Dios procede de Cristo, el deber de cultivar y desplegar ese carácter nos corresponde a nosotros. Se nos exhorta a «apartarnos del mal y hacer el bien; buscar la paz y seguirla»[3]; «a seguir la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre»[4]; a «ejercitarnos para la piedad»[5], y a «vivir desde ahora de una manera sobria, recta y fiel a Dios»[6]. Aunque podemos acudir al Señor con miras a obtener gracia y poder para crecer en semejanza a Cristo, no podemos simplemente pasarle la pelota a Él y esperar que Él nos convierta en imitadores Suyos. Se requiere de nosotros cierto esfuerzo, por no decir, mucho.
En cierto sentido, para transformarnos dependemos totalmente del Señor y de la acción del Espíritu; al mismo tiempo, somos totalmente responsables de cumplir con la parte que nos corresponde para que esa transformación sea posible. Se nos insta a buscar con diligencia la voluntad moral de Dios, consagrarnos a Dios, hacer todo lo posible para cultivar un carácter cristiano, vivir según las enseñanzas de la Escritura y amoldarnos a ellas, pero a la vez apoyándonos en el Señor para que nos transforme a Su imagen por el poder del Espíritu Santo[7].
Crecer en semejanza a Cristo no tiene que ver con personalidad o temperamento; se trata más bien aspirar a crecer, mediante la ayuda del Espíritu de Dios, en todo aspecto del carácter cristiano. Todos tenemos en nuestra personalidad aspectos que hasta cierto punto concuerdan con rasgos del carácter cristiano. Hay gente que por naturaleza es generosa, abnegada, paciente, etc.; pero incluso en esos aspectos, el Espíritu de Dios nos da un empujoncito para que nos exijamos más y crezcamos, lo que a menudo sucede cuando enfrentamos una prueba que nos exige dar un paso de más o hacer un esfuerzo extraordinario. Por otra parte, hay frutos del Espíritu que pueden ir a contrapelo de nuestra personalidad y que requerirán mucha más concentración para cultivarlos.
Sean cuales sean los atributos divinos que nos surjan naturalmente, todos tenemos la necesidad de manifestar el fruto del Espíritu. Cada uno de nosotros en diversa medida tiene trabajo y dificultad cuando se trata de demostrar el fruto del Espíritu en nuestra vida. Cuando no exhibimos por naturaleza cierto fruto, no basta con decir: «Es que así soy yo». El principio que hay que aprender y aplicar es que cada uno de nosotros tiene el deber de exhibir los rasgos de carácter asociados a Dios de manera equilibrada. Algunos rasgos divinos son más difíciles de cultivar que otros y exigirán una cuota mayor de oración y atención. Eso, no obstante, es parte de nuestro crecimiento en cuanto a imitación de Cristo.
Desarrollar un carácter semejante a Cristo y agradable a Dios es un proceso gradual. Por mucho que crezcamos en ello, siempre habrá más espacio para crecer. Al igual que los atletas que necesitan entrenar con regularidad para mantener los progresos conseguidos, también nosotros debemos seguir creciendo en fidelidad a Dios. Si no progresamos, retrocedemos. Seamos o no conscientes de ello, las decisiones que tomamos periódicamente y los hábitos que nos formamos templan nuestro carácter.
Aludiendo a falsos maestros, Pedro escribió: «Tienen el corazón ejercitado para la avaricia»[8]. Este versículo deja entrever que no solo podemos ejercitarnos para la piedad, sino también para la impiedad.
Crecer en carácter piadoso requiere un entendimiento de la estrecha relación que existe entre conducta y carácter. Cuando repetimos una y otra vez una acción —sea esta buena o mala—, a la larga esa acción se hace habitual; llega a formar parte de lo que somos, de nuestro carácter. Al mismo tiempo, nuestro carácter también puede determinar nuestros actos; por ejemplo, si somos de carácter desinteresado, más probabilidades tendremos de ayudar a alguien que padezca necesidad, puesto que nuestro carácter nos induce a actuar con generosidad. Si, por el contrario, somos de naturaleza egoísta, pero nos ejercitamos para superar ese egoísmo, tenemos entonces por norma ayudar con frecuencia a los necesitados; y cuanto más lo hacemos, más automático nos resulta. Así cultivamos un carácter desinteresado.
Nuestros actos determinan lo que somos; y lo que somos determina nuestros actos. Nuestra conducta siempre nutre nuestro carácter, y nuestro carácter siempre se nutre de nuestra conducta. He ahí la enorme importancia de practicar todos los días la piedad tanto en conducta como en carácter.
Crecer en semejanza a Cristo exige compromiso y determinación, así como la poderosa acción del Espíritu Santo en nuestro interior. Son numerosos los rasgos de devoción a Dios a los que alude la Escritura; sería, por tanto, desconcertante y poco realista tratar de cultivarlos todos a la vez. La formación del carácter requiere tiempo, así para revestirse de rasgos que están en armonía con Dios como para despojarse de los que desentonan con Él. Por cuáles de ellos debes comenzar es un asunto que tendrás que resolver en oración, acudiendo al Señor para que te indique, por medio de Su Palabra y de Su Espíritu, a qué aspectos quiere que dediques atención por un tiempo y cuál sería el momento oportuno para poner el foco en un rasgo distinto. Deja que el Espíritu de Dios te guíe en esa tarea.
No sueñes con convertirte en un prodigio de la noche a la mañana. Hace falta tiempo para cambiar y crecer. Asume el compromiso de cultivar un carácter acorde con Dios. De ahí, trabaja en conjunto con el Espíritu, pidiendo orientación y fuerzas para seguir esforzándote por reflejar a Dios en convicción, acción, conducta y carácter. Pon de tu parte para izar las velas de tu embarcación a fin de que el soplo divino pueda impulsarte a crecer en semejanza con Cristo.
El presente artículo se basa en elementos extraídos del libro La devoción de Dios en acción, de Jerry Bridges. (Libros Desafío, 10 de octubre de 2011). Artículo publicado por primera vez en diciembre de 2016. Texto adaptado y publicado de nuevo en mayo de 2019.
[1] Génesis 39:9 (RVR1995).
[2] 1 Corintios 10:31 (RVR1995).
[3] Salmo 34:14 (RVR1995).
[4] 1 Timoteo 6:11 (RVR1995).
[5] 1 Timoteo 4:7 (RVR1995).
[6] Tito 2:12 (BLPH).
[7] 2 Corintios 3:18 (NVI).
[8] 2 Pedro 2:14 (RVA 2015).
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