Paciencia, ¡¿pero hasta cuándo?!

mayo 8, 2019

Chris Mizrany

[Patience, But for How Long?!]

Mi papá tiene una expresión que suele soltar en momentos difíciles que siempre nos hace reír a pesar de nosotros mismos: «Claro que sí, tendré paciencia, ¿pero hasta cuándo?» Mientras me río por lo bajo y niego con la cabeza, sé que en mi interior a menudo me siento así. Estoy lejos de ser un ejemplo de fe y de santa confianza en el futuro, o siquiera de simple paciencia.

Cuando surgen las dificultades, me cuesta aceptar el mantra de fe que nos exhorta a «echar nuestra ansiedad sobre el Señor porque Él cuida de nosotros»[1]. En mi corazón sé que es verdad, pero prefiero estar haciendo algo de utilidad, lo que sea con tal de sentirme útil. Me fascina el ajetreo de los días sobrecargados y de trasnochar, porque están asociados con el logro de metas. ¿O será que no hay tal? A menudo a mi familia y amigos les toca aguantarse mis excesos avasallantes complementados con las innecesarias «búsquedas de soluciones» y los consejos gratuitos que ofrezco sin que nadie me los solicite.

La verdad, aunque me cueste aceptarlo, es que a veces esperar es lo que me corresponde hacer. Sabemos que muchos personajes de la Biblia tuvieron que esperar y esperar para que sus planes, sueños o destino se hicieran realidad. Noé, Moisés, David, Daniel y Jesús tuvieron que soportar largas esperas antes de que lograran su objetivo. Y creo que la cosa va mucho más allá. A veces, la paciencia no se limita a esperar durante un período de tiempo sin quejarse hasta que «nuestros astros se alineen». A veces significa aguantar mientras las cosas de hecho empeoran por mucho que tratemos de evitarlo. Tal vez la paciencia es aceptar honestamente que nosotros no sabemos lo que más conviene y estar dispuestos a seguir pedaleando cada día por difícil que sea y durante el tiempo que sea necesario, hasta que Dios nos revele el panorama general.

John Calvin, una importante figura de la Reforma Protestante, afirmó sabiamente: «No damos lugar a la fe si esperamos que Dios cumpla de inmediato con lo que promete». Dios sin duda hace milagros, y Su poder se manifiesta de manera visible e incluso inmediata por todos lados en muchas situaciones. No obstante, casi todas Sus obras se realizan por medio de la abnegada labor de fieles discípulos que siguen Su guía y creen en Sus promesas, que son siempre conscientes de que no se debe a su espiritualidad, conocimientos o poder, sino que es Cristo quien obtiene los resultados cuando Él lo disponga. «No con ejército, ni con fuerza, sino con Mi Espíritu, ha dicho el Señor»[2].

La paciencia no es no hacer nada. Es hacer lo que podemos, aunque no conforme a nuestra propia sabiduría, fortaleza y atropellada agenda. La paciencia es saber en Quién creemos y estar totalmente convencidos de que, si lo obedecemos, seguimos y le confiamos nuestra vida, Él cuidará de nosotros y de nuestro destino, libres de toda asechanza y aun en los días más oscuros. «Porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día»[3].

El propio Jesús soportó pruebas de paciencia. No tuvo una vida protegida, sino que tuvo que afrontar grandes adversidades y dificultades, incluso el rechazo. No obstante, Su amor jamás falló y no desmayó por hacer el bien. Había recibido la promesa de que no sería en vano, igual que nosotros.

Nos esforzamos para permitir que nuestra luz brille en este mundo oscuro, manifestando paz y paciencia estando rodeados de estrés y confusión. Por lo tanto, en aquellos días en que me sienta con ganas de gritar mirando hacia el cielo: «¡¿Cuánto tiempo más, Señor?!», seguiré Su ejemplo y el de muchos otros que también lo hicieron, y recordaré que de modo alguno se debe a mi paciencia producto de mis propias obras. La Biblia nos indica que el amor es paciente[4], y que Dios es amor[5]. Por lo tanto, todo es por medio de Él y por Su gracia puedo resistir un poquito más y manifestar Su amor, gracia y paciencia a quienes me rodean.

«Y el Señor encamine vuestros corazones al amor de Dios, y a la paciencia de Cristo.»  2 Tesalonicences 3:5[6]


[1] 1 Pedro 5:7.

[2] Zacarías 4:6.

[3] 2 Timoteo 1:12.

[4] 1 Corintios 13:4.

[5] 1 Juan 4:8.

[6] (RVR1960).

 

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