La Pascua: renovación, regeneración, recreación

abril 18, 2019

Peter Amsterdam

[Easter—Renewal, Regeneration, Re-creation]

La Pascua es la festividad en que los cristianos celebran el acontecimiento más significativo de la historia del hombre: La resurrección de entre los muertos del Dios-Hombre, Jesucristo. ¡Este suceso alteró para siempre el curso de la humanidad! Marcó el primer día de la nueva creación de Dios.

Dios creó todas las cosas, incluido el hombre, y cuando hubo terminado, lo miró todo y «consideró que era muy bueno»[1]. No obstante, su excelente creación original se desfiguró con la llegada del pecado. En el momento en que Adán decidió rebelarse contra la voluntad de Dios, el pecado irrumpió en el mundo concebido por el Creador, y las enfermedades, la corrupción y la muerte se injirieron en la humanidad. A partir de entonces, el hombre volvería al polvo de donde provino. Adán[2], el primer hombre, introdujo el pecado y la muerte al mundo, y a partir de ese momento la creación de Dios ha padecido los efectos del pecado.

Avancemos a la época de Jesús. El Hijo de Dios, la Palabra de Dios, ingresó a la humanidad encarnado en un niño nacido de María y de Dios y sin padre humano[3]. Era plenamente Dios y plenamente hombre, el Dios-Hombre. Su misión consistía en vencer el pecado y la muerte introducidos en la humanidad por medio de Adán. Vivió una vida libre de pecado, fue condenado y ejecutado como criminal y sepultado en una tumba. Tres días después se levantó de entre los muertos. ¡Resucitó!

Su resurrección configuró la primera fase de la nueva creación de Dios. El cuerpo de Jesús fue transformado y liberado de los efectos de la primera creación; es decir, los del pecado y la muerte. Dios creó una nueva vía de existencia humana: un cuerpo humano levantado de entre los muertos y transformado mediante el poder divino en uno nuevo, sobre el cual la muerte, la descomposición y la corrupción no tienen incidencia.

¡Nada parecido había sucedido en la historia de la humanidad! Y volverá a ocurrir a todos los que crean en Jesús, quienes —por ser creyentes—resucitarán con sus nuevos cuerpos cuando Jesús regrese o serán transformados en un abrir y cerrar de ojos, si llega a ocurrir que están vivos en ese momento. Ello señalará la segunda fase de la nueva creación[4].

El cuerpo resucitado de Jesús ya no padecía por la tortura que tuvo que soportar: la espalda desgarrada por los azotes; la cabeza ensangrentada por la corona de espinas; las manos, los pies y el costado atravesados. Ya no se resentía por el maltrato; estaba vivo y vibrante.

Su cuerpo resucitado no era espíritu; era físico, hecho de carne y huesos, el cual Sus discípulos tocaron. Los instruyó[5], anduvo con ellos[6], cocinó para ellos[7] y comió con ellos[8]. En una ocasión estuvo en medio de 500 de ellos[9]. Luego de 40 días[10], ascendió en cuerpo al cielo[11], donde está sentado a la derecha de Dios en Su nuevo cuerpo[12].

Por ser cristianos y parte de la creación de Dios ¡podemos esperar con ilusión el momento del regreso de Cristo, en que revivirá nuestro cuerpo de entre los muertos! Recibiremos cuerpos gloriosos como el Suyo que no tendrán las debilidades que ahora aquejan a nuestro cuerpo. Más bien poseerán el poder total con el que fue concebido originariamente el cuerpo humano. No les afectará el pecado ni la naturaleza desmedrada del hombre, a los cuales está sujeto hoy el cuerpo físico[13]. Un autor los describe así: En estos cuerpos resucitados veremos claramente plasmada la humanidad tal como Dios la concibió[14].

La nueva creación de Dios no terminará con la resurrección de nuestros cuerpos; irá más allá. La tercera fase implicará que toda la creación será renovada. Cuando Adán pecó, Dios maldijo el suelo. El mundo dejó de ser el lugar sublime que Dios instauró en un principio. El pecado alteró eso. No obstante, gracias a la muerte y resurrección de Cristo, Su victoria sobre el pecado y la muerte, Dios renovará por completo el mundo[15].

Cuando Jesús murió en la cruz ejecutado como delincuente, a los ojos de los judíos fue un Mesías malogrado, puesto que no cumplió Su promesa acerca del reino. Pero tres días más tarde, al resucitar de entre los muertos, ese panorama cambió radicalmente. La verdad sobre su mesiazgo se hizo evidente para quienes lo aceptaron. Cumplió Su misión al tomar sobre Sí nuestros pecados y así reconciliarnos con Dios. Dicha misión exigía Su muerte, pero una vez que cumplió ese cometido, Dios lo levantó de los muertos. Al hacerlo manifestó al mundo Su aprobación por lo que Jesús había hecho[16].

Al cabo de 40 días más en la tierra, Jesús ascendió al cielo y diez días después una nueva dinámica le fue destinada al mundo: el Espíritu Santo. Después de Su ascensión, Jesús envió «la promesa del Padre», que era el Espíritu Santo, para que morara en los creyentes[17].

Cuando las personas reconocen en Jesús al Salvador, entran a formar parte de la nueva creación, lo cual hace posible que el Espíritu Santo more en ellas. La obra del Espíritu Santo en la vida de los creyentes es el proseguimiento de la primera fase de la nueva creación que comenzó con la resurrección de Jesús. El efecto de la salvación y de la infusión del Espíritu Santo en la humanidad se expresa en términos de nacimiento, renovación y regeneración de la vida de los creyentes. El nuevo nacimiento alude a nacer del espíritu en contraposición a nacer de la carne. La renovación consiste en dar nueva energía y transformar para bien al creyente. La regeneración es la elaboración de una nueva vida consagrada a Dios, un cambio radical de pensamiento[18],[19].

Por ser parte de la nueva creación, el Espíritu de Dios constantemente nos renueva, nos transforma y nos ayuda a asumir la mente de Cristo. Vamos desarrollando y manifestando algunas de las características de Dios a medida que crecemos en amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad y dominio propio. Conforme permitimos que el Espíritu Santo nos guíe, no cesamos de crecer y madurar espiritualmente. Nos renovamos y vamos adquiriendo los rasgos de Cristo. Todo ello es parte del proceso de la nueva creación que tiene lugar dentro de nosotros paulatinamente a medida que el Espíritu nos transforma[20].

Celebrar la resurrección de Jesús es celebrar la vida nueva. La Pascua es la celebración del proceso en curso de la nueva creación de Dios, mientras esperamos su culminación[21].

¡Tenemos mucho que celebrar!: que ahora el Espíritu Santo mora en nosotros y nos ayuda, nos guía y nos renueva; que somos parte de Su nueva creación; que viviremos eternamente en nuestros nuevos cuerpos, disfrutando de perfecta salud y sin los efectos de la vejez, libres de enfermedades y dolencias, y que tenemos el honor y el privilegio de transmitir esas maravillosas noticias a los demás. Esa es la buena nueva del evangelio: el amor que Dios abriga por cada ser humano, el ofrecimiento de la vida eterna, la resurrección de los muertos, la cualidad de ser nuevas criaturas en Jesucristo y parte de la nueva creación universal por la eternidad.

Nuestra misión consiste en invitar a tantos como podamos a convertirse en una nueva creación, hacerlos pasar por la puerta de la salvación y conducirlos ahora mismo a un nuevo y maravilloso mundo y a una eternidad dichosa en el futuro. A quienes somos portadores de esa invitación y transitamos por los caminos y vallados de la vida, la belleza del don de Dios por medio de Jesús debiera incentivarnos a hacer a todas las personas que podamos partícipes de ese don y de las bendiciones que acarrea. ¡Felices Pascuas!

Publicado por primera vez en abril de 2012. Pasajes seleccionados y publicados de nuevo en abril de 2019.


[1] Génesis 1:31.

[2] Génesis 3:19.

[3] Mateo 1:18.

[4] V. Romanos 6:9, 1 Corintios 15:51–52, 1 Tesalonicenses 4:16–17.

[5] Lucas 24:27.

[6] Lucas 24:13-15.

[7] Juan 21:9–13.

[8] Lucas 24:41–43.

[9] 1 Corintios 15:6.

[10] Hechos 1:3.

[11] Hechos 1:9-11

[12] Marcos 16:19.

[13] V. Filipenses 3:20–21, 1 Juan 3:2, 1 Corintios 15:35–38, 1 Corintios 15:42–44, 49.

[14] Wayne Grudem, Teología sistemática, p. 832.

[15] V. Romanos 8:21, Isaías 65:17, 2 Pedro 3:13, Apocalipsis 21:1.

[16] V. Filipenses 2:8–9.

[17] V. Lucas 24:49, Hechos 1:4–5, Hechos 2:32–33, Joel 2:28–29.

[18] Definición de la palabra griega palingenesia: regeneración. Tomada del diccionario Strong’s.

[19] V. Hechos 2:38–39, Juan 3:5–6, Tito 3:4–6.

[20] V. 1 Corintios 2 14–16, Gálatas 5:22–23, 2 Corintios 3:17–18.

[21] V. Romanos 6:4, 1 Corintios 15:14, 17, 20–21.

 

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