abril 9, 2019
Dios es la personificación de la justicia. «La justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo»[1]. «Dios es juez justo»[2]. «Porque el Señor es justo y ama la justicia»[3].
Él nunca se equivoca. Nunca ha tomado la decisión equivocada, expresado la actitud errónea, tomado el camino incorrecto, comunicado las palabras menos idóneas o actuado de manera poco acertada. Nunca actúa demasiado tarde o temprano, con extrema celeridad o parsimonia. Él siempre ha estado acertado y siempre lo estará. Él es justo.
En lo que concierne a la rectitud, no hay duda de que Dios es amo y señor de ese ámbito. Y en lo referente al tema, no sabemos a cuál de ambos extremos atenernos. Ese es nuestro dilema.
En Su justicia, ¿Dios pasará la eternidad con aquellos que no son justos? ¿Creen que Harvard admitiría a un estudiante que no terminó primaria? Podría considerarse un acto benevolente, pero carente de justicia o buen proceder. Si Dios admite a los injustos, la invitación sería aún más asombrosa, pero ¿acaso sería libre de error o defecto? ¿Sería correcto que Él hiciera caso omiso de nuestros pecados? ¿Sería justo que ignorara Sus preceptos? No. No sería justo. Y si hay una descripción adecuada de Dios es que Él es…
En las palabras del apóstol Pablo: «todo el mundo es culpable delante de Dios»[4]. En dado caso, ¿qué se supone que debemos hacer?
Fue el más bello y terrible momento en la historia. Jesús hizo presencia en el tribunal de los cielos. Extendiendo una mano sobre toda la creación, suplicó a Su Padre: «Permíteme sufrir el castigo de sus pecados. ¿Ves al asesino? Déjame sufrir su castigo. ¿La mujer adúltera? Yo llevaré su vergüenza. ¿El intolerante, el mentiroso, el ladrón? Desata sobre Mí el castigo reservado para ellos. Dame el mismo trato que darías a un pecador».
Y eso mismo hizo Dios. «Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios»[5].
Sí, Dios es la personificación de la rectitud. Sí, nosotros no somos rectos. Sí, Dios quiere que seamos justos. Pero «Dios nos ha mostrado cómo podemos ser justos ante Él»[6].
El rey David lo expresó de la siguiente manera: «Me guiará por sendas de justicia»[7].
La senda de la justicia es un estrecho camino que asciende por una empinada ladera. Y en la cima de la colina se levanta una cruz. Max Lucado[8]
El hecho de que la justicia sea un atributo de Dios significa que Su esencia, Su naturaleza y Su personalidad son siempre rectos: reflejan bondad, rectitud y justicia; Él mismo es el patrón incuestionable de lo que está bien. En Él no hay iniquidad, porque es el canon y modelo de la rectitud. Obra bien en todos los casos. Es todo integridad, bondad, rectitud.
«El Señor, mi fortaleza, es recto y […] en Él no hay injusticia»[9]. «Él es la Roca, Sus obras son perfectas, y todos Sus caminos son justos. Dios es fiel; no practica la injusticia. Él es recto y justo.»[10]
Dado que la naturaleza de Dios es recta, Él es justo y ecuánime en todo, incluida Su interacción con la humanidad. En vista de que Dios es santo, no puede tolerar el pecado; y dado que es recto, es preciso que trate a las personas conforme a lo que se merecen. Dios recompensa a quienes obran bien, a quienes viven en armonía con Su voluntad, Su Palabra y Sus preceptos[11]. Por el mismo principio, cuando alguien peca, es castigado[12]. Si no hubiera recompensas y castigos, Dios sería injusto, lo que desmentiría Su rectitud, cosa que no es posible, pues sería contrario a Su naturaleza y esencia.
A muchos nos cuesta aceptar que esté bien y que se justifique que Dios castigue a los pecadores. Preferimos pensar que es un Dios de amor, y sin duda lo es. Nos ama incondicionalmente, aun cuando pecamos. Hasta ama a quienes pecan contumazmente. Dado que el amor es también parte de Su naturaleza y carácter, nos ama intrínsecamente. Sin embargo, no acepta nuestro pecado. El pecado nos separa de Él.
Dado que es supremamente santo, no puede aceptar nuestro pecado; y como además es justo, el pecado debe ser castigado o expiado. Sin embargo, por ese mismo amor que nos tiene hizo posible la expiación de nuestros pecados por medio de la muerte y resurrección de Jesús, para que no tuviéramos que estar separados de Él ni ser castigados por nuestros pecados.
En cierto modo se podría decir que la combinación de la santidad, la rectitud y la justicia de Dios condenan completamente a la humanidad. Todos pecamos y por ende ofendemos la santidad divina, es decir, Su esencia misma. Dado que Él es justo y recto, debe dar a cada uno lo que se merece; y como pecadores que somos, lo que todos nos merecemos es castigo por nuestros pecados. La santidad de Dios lo obliga a apartarse del pecado; de ahí que a causa de nuestros pecados merezcamos vivir permanentemente separados de Él. Algunos filósofos cristianos consideran que en eso consiste el infierno: en una separación permanente de Dios, una existencia apartada de Él y sin sentido alguno de Su presencia, un estado de abandono en el que Él no está presente y no puede uno comunicarse con Él ni pedirle ayuda en modo alguno. Algunos ven el infierno como la culminación y continuidad de la decisión que alguien tomó, mientras estaba en la Tierra, de marginar a Dios de su vida, estado que se prolonga en el más allá, solo que agravado.
En cierto modo, la rectitud y la justicia divinas pueden resultar intimidantes. El conocimiento de que Él detesta el pecado, de que está airado todos los días y de que el pecado debe llevar castigo puede inspirar temor. En eso precisamente radica la belleza y la trascendencia de la salvación. Dios nos ama y envió a Su Hijo para salvarnos del castigo que nos merecemos a causa de nuestros pecados. «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a Su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados»[13].
Jesús sufrió por nosotros. Cargó con nuestros pecados hasta la cruz y fue castigado por nuestra iniquidad. Esa es la magnificencia del amor de Dios por nosotros. No es preciso que vivamos con miedo al castigo. Él abrió una vía para que podamos estar vinculados a Él y ser Sus hijos en lugar de ser condenados a vivir separados de Él. Contamos con esa inefable certeza. Eso pone de relieve la importancia de testificar a fin de que los demás puedan participar de la salvación. Peter Amsterdam
Una de las definiciones de rectitud es «recta razón o conocimiento práctico de lo que debemos hacer o decir». Para comportarnos con rectitud existen patrones mundialmente aceptados de moralidad, justicia, virtud o equidad. El estándar bíblico de justicia humana es la perfección divina en cada atributo, actitud, comportamiento y palabra. Por lo tanto, las leyes divinas —tal como se indican en la Biblia— describen el carácter de Dios y constituyen la vara con la que se mide la rectitud humana.
La palabra griega empleada en el Nuevo Testamento como «rectitud» describe principalmente nuestra conducta al relacionarnos con otros, sobre todo en lo tocante a asuntos legales o de negocios, y empezando con nuestra relación con Dios. Su antónimo es la maldad, la conducta de aquel que —influenciado por un exagerado sentido de egocentrismo— no reverencia a Dios ni respeta al prójimo. La Biblia describe al hombre justo como correcto o acertado, como aquel que se aferra a Dios y confía en Él[14].
Lo malo es que la rectitud perfecta y verdadera resulta inalcanzable para el hombre. Es una vara demasiado alta. Las buenas noticias es que el hombre puede alcanzar la verdadera rectitud, pero solo mediante la limpieza del pecado que hace Jesucristo y la posesión del Espíritu Santo. Carecemos de la capacidad de alcanzar la rectitud por nosotros mismos, pero los cristianos podemos acceder a la justicia de Cristo, porque «al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en Él»[15]. Es una verdad increíble. Sobre la cruz, Jesús canjeó nuestro pecado por Su rectitud perfecta con el fin de que algún día nos presentemos ante Dios y Él no vea nuestro pecado, sino la santa probidad que procede de nuestro Señor Jesús. Tomado de gotquestions.org[16]
Publicado en Áncora en abril de 2019.
[1] 2 Pedro 1:1.
[2] Salmo 7:11.
[3] Salmo 11:7.
[4] Romanos 3:19 (NTV).
[5] 1 Pedro 3:18.
[6] Romanos 3:21 (NTV).
[7] Salmo 23:3.
[8] Max Lucado, Traveling Light (2003).
[9] Salmo 92:15.
[10] Deuteronomio 32:4.
[11] 1 Corintios 2:9; Mateo 25:34.
[12] Romanos 2:5-11.
[13] 1 Juan 4:10.
[14] Salmo 33:18-22.
[15] 2 Corintios 5:21.
[16] https://www.gotquestions.org/righteousness.html (en inglés).
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