Exhortación a ser compasivos

marzo 14, 2019

María Fontaine

[A Call to Compassion]

La Palabra de Dios nos enseña que el amor es lo más importante en nuestro trato con la gente. Si hemos aprendido a orar, si hemos aprendido a testificar, si hemos aprendido a organizar una obra misionera, pero no hemos aprendido a tener amor, de nada nos sirve[1].

Si vamos a amar a los demás como a nosotros mismos y dar la vida por los hermanos como se nos ha pedido a Sus discípulos[2], parece que sería mejor pasarse de comprensivos que ser excesivamente críticos y tratarlos con demasiada dureza, pues tal vez los juzguemos mal y hagamos que los momentos tan difíciles que están atravesando les resulten más desagradables todavía. El Señor nos enseñará a cada uno lo que debemos aprender y lo hará de la forma que juzgue más conveniente y obrará con amor. Si, en cambio, tratamos a la gente con compasión, le manifestaremos amor y consideración, aunque desde nuestra perspectiva limitada parezca que no se lo mereciera.

¿Acaso no es eso lo que hace Dios con nosotros a diario? Nos manifiesta constantemente a cada uno de nosotros, Sus indignos y a veces rebeldes hijos, una misericordia y un amor de los que no somos merecedores. Si cada vez que intentáramos eludir hacer algo, o el cumplimiento de Su voluntad, o cometiéramos un error, Dios nos tumbara, nos fustigara y nos regañara por nuestras faltas, no aguantaríamos. Si Dios nos cayera encima con todo el peso de la ley cuando la infringimos, hace ya tiempo que habríamos desaparecido del mapa.

De vez en cuando es bueno que nos planteemos algunas preguntas esenciales: ¿Cuántas veces dirijo un dedo acusador hacia alguien sin conocer todos los detalles o sin hacer un esfuerzo por ponerme en su lugar? ¿Cuántas veces tengo falta de amor hacia otros que se manifiesta en forma de críticas, impaciencia, actitud condenatoria o incomprensión?

Piensa en las veces en que trataste a alguien con aspereza o fuiste poco amable, lanzaste críticas o los heriste de alguna manera. De haber sabido que al día siguiente no estarían contigo, ¿habrías obrado de la misma manera? ¿Y qué me dices de aquellos por los que no manifestaste mucho interés o comprensión, y que murieron al día siguiente? Murió su esperanza, murió su fe, porque les pareció que ya no había amor.

No nos hace ninguna gracia pensar en estas cosas. Duele mucho, pero es de esperar que si aprendemos de nuestros errores, no volveremos a cometerlos.

¿Te comprometes en este momento a esforzarte por amar al prójimo sinceramente y de todo corazón, tal como Jesús te ha amado, a amar al prójimo porque «el amor de Cristo te constriñe»[3], a dejar que resplandezca Jesús a través de ti, manifestando la compasión, el interés y la comprensión que el Señor siente por esa persona?

¿Harás a diario la siguiente oración?: «Jesús, te ruego que me ayudes a amar hoy a mis compañeros de trabajo, a mis alumnos, a las personas con quienes hable. Aunque hoy no logre otra cosa, ayúdame a manifestar amor a todo el que se cruce en mi camino; a abrazar o demostrar un poco de cariño a los que necesiten ánimo; a tratar con compasión a quien le haga falta saber que entiendo su situación; a tener paciencia con los que están confusos y los que dudan, sabiduría con los que desean expresar sus opiniones y sentimientos y no saben cómo, y tolerancia con quienes no parecen esforzarse como debieran; a orar por los que llevan una carga pesada; a comprender y atender amorosamente a los enfermos; y a echar una mano a los que se esfuerzan mucho en una tarea que les resulta difícil».

Si no entiendes lo que le pasa a alguien y tienes ganas de criticarlo o juzgarlo por lo que te parece que es alguna debilidad física, emocional, espiritual —o de la índole que sea—, pide al Señor que te ayude a no apoyarte en tu propia prudencia . Pide al Señor que te ayude a entender la situación desde Su perspectiva misericordiosa. Tenemos un Dios muy grande que nos ama, se preocupa por nosotros y se complace en responder nuestras preguntas y en orientarnos. Pídele que te revele cuál es la situación en realidad y cómo puedes colaborar, y Él lo hará.

«Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor»[4]. El mayor deseo que tengo para cada uno es que todos tengamos ferviente amor los unos por los otros, que nos amemos unos a otros como Jesús nos ha amado[5]. «El amor que tengan unos por otros será la prueba ante el mundo de que son Mis discípulos»»; no por una hora ni por un día, sino siempre[6].

Señor, te rogamos que nos des un amor que siempre se interesa, un amor que no abandona, un amor tenaz. Un amor que saca a los demás a flote, que trasciende, que ve más allá. Un amor que soporta, que sostiene, que sana. Un amor que nunca se acaba, que no conoce límites.

Comprometámonos a pedirle diariamente a Jesús que nos llene de Su amor a fin de que podamos verter Su bálsamo sanador sobre toda persona que encontremos en nuestro camino y de modo que hagamos con los demás como nos gustaría que hicieran con nosotros. Pidamos al Señor que nos dé la mente y corazón de Él, que son todo amor, desvelo, compasión, comprensión, bondad y sacrificio por el bienestar del prójimo.

Jesús dijo que vino a buscar y salvar lo que se ha perdido. [...] Y que como el Padre lo envió, también Él nos envía[7]. La ovejita perdida entre las zarzas puede ser cualquiera de tus hermanos, hermanas, amigos, conocidos, compañeros de trabajo o prójimo que esté perdido en un mar de dudas, sumido en el desaliento, confundido, abrumado por la condenación, rendido de cansancio o lleno de dolor.

¿Puedes cumplir la misión que Jesús nos ha encomendado: sanar enfermos, limpiar leprosos, resucitar muertos? Sanar a los enfermos de cuerpo y espíritu con palabras que expresen amor; echar fuera la duda y la condenación manifestando amor y comprensión; resucitar a los «muertos» que han perdido la esperanza, demostrando fe y confianza en ellos; y limpiar a los «leprosos», a los que se sienten inmundos, indignos, olvidados y enfermos, ofreciéndoles amor y aceptación incondicional.

«De gracia recibisteis, dad de gracia»[8].

Publicado por primera vez en septiembre de 1994. Texto adaptado y publicado de nuevo en marzo de 2019.


[1] 1 Corintios 13:3.

[2] Mateo 22:39; 1 Juan 3:16.

[3] 2 Corintios 5:14.

[4] 1 Corintios 13:13.

[5] 1 Pedro 4:8; Juan 13:34.

[6] Juan 13:35 (NTV).

[7] Lucas 19:10; Juan 20:21.

[8] Mateo 10:8.

 

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