marzo 6, 2019
Fue un verano largo y movido lleno de proyectos y actividades que incluían las labores de los voluntarios y el funcionamiento de nuestro centro misionero en Croacia. Con mi esposo Paolo anhelábamos unos días de relajante vacación.
Empezamos nuestro recorrido por la costa de Croacia. El clima seguía siendo cálido pese a que el verano oficialmente llegaba a su fin, así que decidimos pasar tiempo en la playa y hacer caminatas por las montañas cercanas. La costa croata lo permite debido a que ambas opciones están muy cerca entre sí. Era una combinación ideal de pasar relajantes momentos de playa y también disfrutar de la naturaleza con caminatas por las montañas.
Al recorrer la costa nos dimos cuenta de que no estábamos muy lejos del monte más alto del país: el Dinara. Era nuestra oportunidad de conquistar su cima, ya que normalmente nos quedaba demasiado lejos. Reunimos mapas, información, consejos de las personas de la localidad y todo aquello que nos ayudara en el ascenso. Estábamos muy emocionados ante la perspectiva de tan única oportunidad.
Y de pronto sucedió. La víspera del ascenso, Paolo al agacharse a recoger una botella vacía de agua sintió un pinchazo extraño en la espalda. Al momento no le dio mayor importancia y logró entrar a la casa y recostarse un rato en la cama. Dos horas más tarde, el fuerte dolor de espalda le impedía moverse. Nos pusimos a orar y le pedimos a Jesús que enviara Su toque sanador, mientras esperábamos a que el dolor pasara.
Al ver que la situación no cambiaba mucho, a la mañana siguiente fui a la farmacia a conseguir medicamentos. Estos le aliviaron el fuerte dolor, pero no lo suficiente para que pudiera levantarse de la cama. Pudimos imaginarnos a las personas que permanecían en cama o que necesitaban ayuda por prolongados espacios de tiempo e incluso de por vida debido a enfermedades o lesiones. Solemos trabajar con personas así y nos apiadamos mucho de ellas. Sentíamos un poco lo que era estar en su lugar.
En vez de ascender al Dinara, en los siguientes días tuvimos que afrontar la emergencia médica con todos sus altibajos.
Mientras pasaba por unos momentos de fuerte dolor, Paolo me miró y dijo: «Íbamos a ascender al Dinara y ahora escalamos un Dinara diferente. En comparación con esta emergencia, conquistar la cima del Dinara hubiera sido cosa de niños. Este Dinara nos está llevando a los límites tanto en lo físico como lo espiritual, pero nos está fortaleciendo la fe. Es un difícil ascenso, pero llegaremos a la cima. Cuando paso por un mal momento y no parece que haya mejoría alguna ni que haya salida es como si estuviera escalando una montaña física. A veces siento que casi he llegado a la cumbre pero lo que veo es un falso atardecer y el verdadero está aún lejos y no se ve. Puede desanimarnos mucho, pero debemos recordarnos continuamente que siempre y cuando nuestros pies avancen hacia adelante, con el tiempo veremos y alcanzaremos la cima.»
Dichas palabras nos animaron mucho a ambos. No dejábamos de pensar en aquel paralelo durante los siguientes días en los que tuvimos que llamar una ambulancia, aplicar inyecciones y tomar medicamentos, tratar con más médicos y finalmente encontrar la forma de regresar a casa. Fueron momentos de grandes desafíos y muchas sorpresas, pero como siempre, nuestro Señor lo resolvió todo. Su presencia fue constante, Su guía impecable, tal y como siempre ocurre.
Algunos dirán: «Probablemente no fue una vacación muy feliz». Pero para nosotros fue lo que debió haber sido. Regresamos a casa contentos. Salimos con la intención de nadar y escalar montañas ¡y es exactamente lo que hicimos! Escalamos un tipo diferente de montañas y con la ayuda de Dios conquistamos la cumbre.
Todo el mundo enfrenta montañas en algún momento de la vida. Podrían ser problemas de salud, posiblemente mucho más serios o duraderos que los nuestros. Podrían ser nuestras relaciones con seres amados, situaciones en el trabajo o problemas económicos. Tal vez se sientan solitarios o deprimidos. No importa de qué montaña se trate, cuando empiecen a escalarla recuerden que tal vez no sepan lo alta que es o cuánto les va a tomar llegar a la cumbre. Pero si colocan su mano en la mano de Dios y le permiten que sea Su guía montañista, Él los conducirá a la cumbre. Solo pongan un pie delante del otro, por pequeños que sean los pasos. Mientras mantengan la mirada en Jesús, finalmente llegarán a la cima y podrán exclamar: «¡He estado escalando una montaña muy alta en la vida, y con la ayuda de Dios he llegado a la cima!»
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